‘La Muerte de Stalin’ y la pausa en la Revolución
Estamos en un período histórico rarísimo. Hay un interés renovado en la historia, las reglas ortográficas y gramaticales y en las ciencias sociales, pero son pocas las personas que, de hecho, dedican tiempo y esfuerzo para estudiarlas. Justo la semana pasada, vi en Twitter a un tipo comparar a ciertos políticos de la Ciudad de México y sus decisiones administrativas con Stalin. ¡Con Stalin! ¡En 2018! ¡En una democracia imperfecta y poco práctica pero que, al fin, se encamina a mejorar la vida de todes, si la ultraderecha religiosa no comete estupideces! Me reí mucho porque, de veras, qué ganas de la gente de querer verse Culta, Intelectual y Superior Moralmente cuando en la vida han abierto un libro. Si supieran quién fue José Stalin y qué hizo, sabrían que ni Gustavo Díaz Ordaz ni Luis Echeverría se acercaron ni a la mitad de las botas de acero del Camarada.
Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, mejor conocido como Iósif (o Joseph, pa’ los gringos) Stalin, fue el Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), presidente del Consejo de Ministros, y Comisario del Pueblo de Defensa. En resumen, fue el temerario y terrorífico dictador que modernizó a la feudal Rusia a través de una economía planificada centralizada, armó un ejército incomparable que detuvo y venció a la Alemania Nazi (después de que ésta rompiera el Pacto de No Agresión), y mantuvo una fuerte política de terror dentro de la Unión Soviética desde que asumió el cargo de Secretario General, con campos de trabajo forzados (los infames gulags), una represión masiva conocida como la Gran Purga que incluyó el asesinato de rivales políticos dentro y fuera del territorio soviético (saludos cordiales a Ramón Mercader), y un estricto control sobre la cultura y las artes. Como todo dictador, pensó que tenía tanto poder que podría vencer a la muerte, por lo que nunca planeó retirarse ni dejar las bases de cómo sería la transición cuando la Parca lo alcanzara. Y, pues, a los 74 años, falleció de una hemorragia cerebral y trajo un breve período de caos y fuertes peleas por el poder. Justo de eso trata el filme La Muerte de Stalin, basada en la novela gráfica homónima de Fabien Nury y Thierry Robin, protagonizada por Steve Buscemi, Simon Russell Beale, Rupert Friend, Andrea Riseborough y Michael Palin.
El timing de su estreno no podría ser mejor/peor (?): en una realidad política donde el autoritarismo de corte fascista está resurgiendo globalmente, una sátira sobre peleas internas por el poder y control de uno de los Estados más poderosos del siglo XX es refrescante y bienvenida. Utilizar un tono y perspectiva cómica ayuda a recordarnos que estos hombres, que aparentan ser Súper Fuertes e Inquebrantables, sólo están actuando, son terriblemente predecibles y tomarán decisiones absurdas para impedir que su rival avance.
El filme, dirigido por Armando Iannucci, es una fina sátira política que presenta una historia oscura, con consecuencias fatales y personajes basados en personas francamente deplorables. El guión de Iannucci, David Schneider, e Ian Martin balancea la seriedad del tema central con humor para poder tanto ridiculizar a los personajes como a las situaciones extraordinarias a las que se enfrentan. Con lo fácil que hubiera sido utilizar chistes más crudos, el guión mantiene cierta sobriedad que la vuelven excepcional. Las actuaciones son magníficas, siendo Buscemi, Beale y Palin los que mantienen la acción al frente, mientras que Riseborough sorprende con un tinte cómico incomparable. Por otro lado, la ágil edición y la dirección sumamente cuidada mantienen nuestra atención junto a la maravillosa recreación de los vestuarios y espacios.
Sumamente mordaz, La Muerte de Stalin es imperdible. Ve para conocer un período del que no te acuerdes de la Unión Soviética, quédate por el humor absurdo y las maravillosas interpretaciones.