La Quimera: Entre el cielo y el suelo
Desde la aparición de Indiana Jones en 1981, la arqueología se ha visto en el cine como una aventura, una travesía a terrenos inexplorados con culturas desconocidas donde el tiempo no avanza, lleno de tesoros maravillosos que uno quisiera encontrar. De modo que resulta curioso que sean pocas las películas que realmente tratan lo que significa ser arqueólogo o incluso retratarlo como un saqueador o huaquero que lucra con la historia y el patrimonio cultural. Con esto en mente, llega desde Italia “La Quimera” de Alice Rohrwacher, un drama lleno de romance, amistad y lealtad, pero con un severo problema en el reparto.
Para empezar, cabe destacar la bellísima puesta en escena plagada de espacios naturales que recrea la Toscana rural de la década de los 80. Tanto paisajes como estancias emanan una esencia sensorial de una comunidad rural que se resiste a la industrialización, consiguiendo una belleza precaria que se complementa con la música de Franco Battiato (respetando la estética del neorrealismo italiano e incluso homenajeando al cine de Fellini). Hay que agregar el sentido del humor tan peculiar que tiene: el manejo de cámara ayuda que algunos recursos como acelerar el movimiento de los personajes, romper la cuarta pared o cierta secuencia mostrada a través de una cámara de seguridad, resulten extraños en su implementación, pero ingeniosos en su ejecución. A ratos puede ser redundante en el aspecto técnico, pero uno logra acostumbrarse con la atención necesaria.
Mucha de la propuesta va encaminada hacia uno de los significados de la palabra quimera: aquello que la imaginación cree posible o verdadero, no siéndolo. Por un lado, ver cómo el grupo de arqueólogos se ve inmiscuido en el saqueo y la venta ilícita de artefactos en el mercado negro pone en duda el valor que le damos a la historia y el poco aprecio que se le da a las vidas pasadas, la incompetencia para proteger el arte (en especial el antiguo) y cómo muchas veces, hay cosas que es mejor que los humanos no sepamos. Incluso, hay una escena que plantea cómo averiguar el origen de esas piezas les da más valor personal, saber que esos objetos están ahí por una razón concreta y romper ese trato puede provocar culpa, ya sea por el acto o supersticiones relacionadas al más allá (abriendo la posibilidad de que cuando muramos, si nuestros herederos no van a cuidar nuestras cosas, lo mejor será donarlos a un museo o algún lugar donde tengan utilidad).
Sin embargo, Arthur no está interesado en los artefactos, sino en encontrar una puerta legendaria al inframundo y en Beniamina, el amor de su vida. Aunado a la presencia de los restos arqueológicos y el significado antes mencionado, hace que tenga ciertas similitudes a “Museo”, con la diferencia de que los toques de fantasía (en especial las referencias al mito del Laberinto y el Minotauro) hacen que el personaje principal se la pase flotando a la deriva de una situación a otra con la esperanza de reunirse con la única persona que lo mantuvo atado a esta Tierra, pero que está perpetuamente fuera de su alcance. Esto pone a reflexionar sobre que el verdadero tesoro a encontrar yace en buscarse a sí mismo y al amor de su vida.
No obstante, la cinta tiene un problema gravísimo que evita una mejor cohesión de todos los elementos que la conforman: su protagonista. No es que Josh O’Connor lo haga mal. De hecho, se nota compromiso con el personaje y fluye verbalmente al momento de hablar italiano (en general, todas las actuaciones son de primer nivel). El error yace en el proceso de escritura, pues Arthur es un completo desconocido para el espectador y puede percibirse como un personaje apagado que no transmite emociones. Aunque para la segunda mitad se corrige lo primero ahondando más en su pasado, lo segundo permanece igual. En muchos momentos, el reparto secundario parece más interesante que él, en especial Carol Duarte, Vincenzo Nemolato y ya no se diga Isabella Rossellini. Si a esto se añade el ritmo lento de la duración, a ratos puede resultar tediosa, especialmente cuando la información otorgada no es suficiente para mantener la atención.
Puede ser interesante este viaje por el mundo subterráneo, en especial por su filosofía en cuanto al valor que le damos a las cosas (mensaje que hasta puede extrapolarse a la familia y los amigos), pero la falla del personaje principal y el ritmo harán que no cualquiera pueda apreciarla por completo. Aunado a un final polémico, pero coherente con la premisa, los errores no se ignoran, pero cumple con lo necesario para darle una oportunidad. Sin embargo, es importante señalar que si el espectador no está acostumbrado a este tipo de cine, mejor vaya con más cautela.