La Resurrección del Mal: El Precio de no pagar la renta
“Se presta lúgubre departamento en terrorífica edificación enclavada en el centro de Nueva York. Ideal para adictos rehabilitados. Único requisito: Portarse bien o atenerse a las consecuencias. Informes con Doña Eleanor”.
Más detalles sobre la trama de Havenhurst (Ah pa´título que se les ocurrió en español), ahí tienen queridos lectores que Jackie (Julie Benz), una chava a la que le encantaba empinar el codo, es decir, untarse alcohol, pero por dentro, un buen día sale de un centro de rehabilitación para irse a vivir a un imponente edificio estilo victoriano cuya propietaria es una angelical veterana (Fionnula Flanagan). Coincidentemente la habitación asignada, era ocupada con anterioridad por una amiga que de un día para otro desapareció sin dejar huella, por lo que la inocente ex-teporochita se da a la tarea de descubrir el terrible secreto que habita en su nuevo hogar.
Los cinco minutos iniciales de La Resurrección del mal son suficientes para generar cierto interés en los amantes incondicionales del cine de horror. Sin embargo, la escasa experiencia del director Andrew C. Erin sale a flote cuando la premisa que daba para más, deriva en una sucesión de situaciones engañosas que atentan contra cualquier lógica por más licencias que se permita al género. Por citar un ejemplo, que alguien me explique por qué habiendo una centena de departamentos solo vemos a cuatro inquilinos.
No se dejen engañar mis queridos lectores, no estamos ante una película de eventos sobrenaturales, sino un slasher de atmósfera medianamente inquietante; un escenario que con toda intención se asemeja al edificio Dakota, famoso por las leyendas negras que giran a su alrededor y por el lamentable episodio en el que John Lennon perdió la vida a manos de Mark Chapman. Dicho sea de paso, es el mismo sitio en donde tiene lugar la cinta El bebé de Rosemary de Roman Polanski. Pero lo anterior, no es suficiente para mantenernos al filo de la butaca, hacernos pegar un grito o mínimo ponernos nerviosos. Yo soy tan miedoso que por las noches ni de chiste bajo a beber un vaso de agua a la cocina, sirva eso como parámetro.
Ejercicio rutinario que a los millennials quizá parezca muy original si tienen desconocimiento del cine ochentero y noventero, en particular de una película de Wes Craven llamada La gente detrás de las paredes de la que, aquí han retomado (¿copiado?) la idea de los pasillos, pasadizos y habitaciones interconectadas de forma laberíntica. De igual manera, me recuerda una producción de bajo presupuesto poco conocida titulada Crawlspace protagonizada por el histrión Klaus Kinski sobre un psicópata quien con unos “arreglitos” ha convertido un condominio en una trampa mortal.
Portazos estruendosos, chamacos que pasan corriendo por atrás, elevadores desconchinflados que no cierran las puertas y asesinos buena onda de esos que dicen “Te doy tres para echarte a correr”, son algunos de los clichés a los que recurre el realizador Andrew C. Erin durante apenas poco más de una hora ¡Bendito acierto! Entretenimiento dominguero con moraleja olvidable a los diez minutos de terminar de verla. Allá ustedes si no esperan a que la transmitan en TV.
La resurrección del mal se estrena el 3 de marzo.
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