La Vendedora de Fósforos – El caos y la magia de la realidad
“¡Corre, corre!” me repetía a lo largo del pasillo. Faltaban dos minutos para la función. El caos de la ciudad y de la realidad me había hecho nuevamente su presa y ahora corría contra el tiempo. Una rápida vuelta a la izquierda y ahí estaba el último obstáculo: dos tramos de escaleras. El sonido que producían mis pies sólo eran golpes sin forma, que daban a entender el apuro que tenía. Superado el último peldaño, entré a un salón en el que los focos se habían apagado para dar paso a la fría luz del proyector. Tomé mi lugar y la pantalla me hizo entrar a un mundo y a un contexto no muy diferentes al mío, a través del filme “La Vendedora de Fósforos” del argentino Alejo Moguillansky.
Tomando el nombre del famoso y trágico cuento de Hans Christian Andersen en el que una pequeña niña que vende cerillas muere helada en la fría noche, “La Vendedora de Fósforos” nos llevará a conocer a Walter y Marie. Ellos son un matrimonio joven, enfrascado en la eterna lucha por sobrevivir en el mundo actual y criar a su pequeña hija Cleo. Walter trabaja en el “Teatro Colón” como encargado de armar la puesta en escena para el siguiente espectáculo del recinto: la ópera “La Vendedora de Fósforos”, basada en el cuento y compuesta por el alemán Helmut Lachenmann. Marie trabaja asistiendo a Margarita, una anciana pianista que guarda un interesante pasado y una gran admiración por Schubert. Walter parece tener alguna clase de bloqueo creativo, por lo que recurrirá a Marie para juntos concebir los acompañamientos visuales de la experimental ópera, mientras Cleo ve repetidamente la clásica “Al azar de Baltasar” de Robert Bresson. El contexto político y social en el que viven llega a ser un personaje secundario, este sistema enfermo comienza a mostrar síntomas de descontento en forma de una inminente huelga de transportistas, que amenaza con paralizar la ciudad y obstruir el desarrollo de la ópera.
A pesar de tener una duración de escasos 71 minutos, “La Vendedora de Fósforos” es una obra construida cuidadosamente en varios niveles, que nos llevará a profundas cavilaciones y debates acerca de problemáticas que parecen haber existido siempre, por medio de los viajes reflexivos de los personajes. Mientras toca suavemente las notas en el piano, Marie acabará teniendo un soliloquio acerca de lo peligroso del poder en manos equivocadas, de gente hambrienta de tenerlo todo sin importar a quien dañe. Personas capaces de dejar morir congelada a una niña en medio de la peor nevada, regresando de nuevo al cuento de Andersen. La huelga de transportistas es la manera en que esto se manifiesta, los únicos afectados son el pueblo ignorado por las esferas de poder. En el mismo camino van la historia de Margarita y Helmut (interpretándose a sí mismos), ambos músicos veteranos que ya en el pasado sufrieron por el conflicto que tenía su arte con los movimientos políticos y sociales de finales de los años 60’s y principios de los 70’s. Mediante la lectura de viejas cartas, veremos que la afición musical de Margarita era tachada por la extrema izquierda como burguesa, impidiendo el romance entre ella y H., un guerrillero alemán perteneciente a la radical “Red Army Faction”. Por otro lado tenemos a Helmut, frustrado por el rechazo de su música avant-garde por parte de una burguesía pronta a rechazar cualquier cosa que les demande pensar. Un sector que parece preferir obras banales porque las entienden y no les piden mayor esfuerzo, estigma presente incluso dentro de la orquesta que está dirigiendo, convirtiéndose en el hazmerreír de la misma.
Moguillansky nos lleva de esta manera a contemplar la utilidad del arte. Mejor dicho, a la manera en que es vista por las personas que no tienen ni una fibra artística en todo su cuerpo. Marie y Walter están dedicados al quehacer artístico y apenas tienen dinero para llevar el pan a la mesa. Es como si la sociedad se hubiera vuelto contra ellos por su elección de carrera. Esto se balancea con la experiencia de Helmut a pesar del rechazo que alguna vez tuvo por algunos, tiene una carrera sólida como creador y compositor. Pero la sociedad espera algo más de él. Es otro de esos artistas que han sido elevados a un nivel “superior”, cuando en realidad él crea porque ama hacerlo y no por el estatus que pueda obtener. El gran contraste viene cuando Helmut admite sonrojándose que su compositor favorito es Ennio Morricone. No alguno de los grandes elevados, sino un músico más “comercial”. Esto nos habla acerca de la modestia del artista que crea con honestidad.
El diseñador gráfico en mí, notó algo maravilloso con lo que Moguillansky remata el debate acerca de la utilidad del arte en la sociedad actual. Es algo que ni siquiera está en la película. Hablo del póster principal. Para la “La Vendedora de Fósforos”, se realizó un cartel fuera de lo convencional del mundo del cine de hoy en día. No empleó fotografías ni logotipos con efectos especiales, sino que se resolvió mediante el arte. Esto trajo una fresca propuesta ilustrada al más puro estilo del art nouveau, poniendo a la pequeña Cleo coronada con flores en el centro como punto visual principal. El arte es eterno y aquí también tiene esa “utilidad” que las personas cuadradas le demandan. Excelente decisión que me lleva al análisis de otro punto fascinante del filme: sus niveles.
Para describir las capas que conforman la estructura de este largometraje, tengo que hablar del “Hamlet” de Shakespeare. La tragedia del Príncipe de Dinamarca, tiene como uno de sus principales atributos una escena en la que varios actores hacen el papel de actores, montando una obra de teatro para los demás personajes. “Hamlet” es una obra con una obra. “La Vendedora de Fósforos” es una película con otra película gracias a Cleo. La pequeña se la pasa viendo el filme “Al azar de Baltasar”, que narra la vida de un burro así bautizado y cómo cambia constantemente de dueño. Cada uno lo maltrata peor que el anterior, hasta su eventual muerte. Al igual que Cleo, Baltasar es un mudo testigo de las crisis humanas que se dan a su alrededor. La niña no verá las partes horribles de la vida del burro, ella vive en la escena de la infancia del animal cuando nadie podría augurar lo difícil que sería su vida adulta. Pero los niños lo ven y sienten todo. Las duras situaciones políticas, económicas, laborales y humanas que le transmiten sin saberlo Walter y Marie, ya le han afectado. Cuando se queda dormida y sueña que es parte de su película favorita, Cleo se ve como esa niña enferma destinada a morir en las siguientes escenas del filme. Señal de que su inocencia está acabándose prematuramente y sus padres están ciegos al respecto. La niña pronto estará atrapada en la tormenta de la vida con un número limitado de fósforos.
La cámara nos da tomas que podrían ser parte de un documental. Son cuadros y secuencias de la vida cotidiana que a veces logran hacerte olvidar que estás viendo una película y no asomándote por la ventana del vecino. Estas escenas de la cotidianidad son grandiosamente adornadas por la música del piano. Marie y una amiga caminan por la calle, pero sus pasos son notas de Schubert. El recorrido se convertirá en una canción que tocan sin advertirlo con sus pies en un piano inexistente. La vida pasa así a ser una sinfonía. No se requieren grandes ensambles de orquesta para la musicalización de las diferentes secuencias en esta obra, un piano solitario o una guitarra siendo afinada serán suficientes para embellecer esta viva realidad.
La película terminó. El corte lo sentí un poco abrupto. Moguillansky dejó, aparentemente, sin resolver un evento muy serio en la trama. Algo de mí sentía que la historia no había tenido un clímax. Pero lo tuvo, porque en la realidad no existen aparatosos montajes para darnos a entender que algo sucederá. Las cosas sólo pasan. Salí de nuevo. Esos escalones que minutos atrás me habían parecido eternos, ahora se me hacían breves. Mientras los bajaba, mis pies ya no los azotaban con prisa sino con suavidad. Poco a poco empecé a escuchar notas de piano a cada paso. El camino a casa tenía infinitas teclas y notas listas a que las tocase. Mi mundo, caótico como siempre, había recuperado algo de magia.