Le Havre, comedia fina para concientizar al público

El problema migratorio se ha vuelto un flagelo para migrantes, residentes y gobiernos por igual. El desmedido crecimiento y aumento de la expectativa de vida de nosotros, los humanos han sido factores determinantes para la sobreexplotación demográfica sin precedentes que vivimos actualmente, no, no estoy en contra de la vida ni de los avances médicos, sólo estoy a favor de una paternidad responsable que involucre, entre otras consideraciones, una correcta planeación del número de hijos que se desea tener.

Todos hemos atestiguado cómo la falta de oportunidades y corrupción de gobiernos corruptos obliga a ciudadanos de países en “vías de desarrollo” a buscar nuevas oportunidades de vida en países donde aparentemente mana “leche y miel”. Nada más lejos de la realidad. En París pude constatar de qué se habla cuando se refieren a la incomodidad que supone una superpoblación de inmigrantes, y antes que me tilden de racista expongo mis razones, que no son mías sino de quienes se sienten directamente afectados. Cerca de la estación Gare du Nord se encuentra el asentamiento hindú más grande de la ciudad, y junto a ellos, hacia el canal de San Martín, zona muy cercana también a  Gare du Nord se encuentra un importante asentamiento negro.

Pasear por estas zonas da una sensación de estar visitando una colonia en Inda por la adecuación que dichos migrantes han hecho a esta parte de la ciudad a sus costumbres, una de las avenidas principales en esta zona es la calle Lafayette, por donde pasa la línea 7 del metro de París, lugar donde me tocó presenciar una de las expresiones de racismo más violenta que tenga memoria de unos jóvenes “de color” hacia una persona blanca. La tensión se puede palpar en esta zona de París.

Platicando con naturales del lugar entendí (entonces) cuál es el problema: se sienten extranjeros en su propio país.

Un nudo difícil de desenredar cuando todas las partes involucradas están atadas de manos para proponer una solución que deje satisfechos a todos.

El finlandés Aki Kaurismäki pone sobre la mesa esta realidad en tono romántico y a manera de comedia muy fina, pero con la lejanía de quién es ajeno a una realidad mucho más cruel. Sin embargo las buenas intenciones del director son claras, comunicar que muy lejos de tratados internacionales y acuerdos gubernamentales, caridad humanitaria y demás instancias mundiales existe una sociedad lidiando con sus propios problemas: qué hacer con personas que tienen rostro y una historia qué contar.

La cinta corre a paso lento soltando ya discursos sociales, ya políticos para aligerar la carga que supone este tema tan delicado. No se compromete y sólo busca reflejar una realidad que atañe a toda la sociedad. Como siempre la música juega un papel importante, nada que no se pueda mejorar mereciendo mención aparte el concierto de Little Bob, un anciano rockero retirado que se presta para realizar un concierto de beneficencia, gran rola la que suena allí.

Con todo comodino y un tanto floja a ratos Le Havre no deja de ser una buena opción para un fin de semana.

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