Mano de Obra: Nosotros los ojetes, ricos y pobres
David Zonana antes de ser cineasta se formó como economista, adquiriendo conocimientos sociales y financieros (quiero suponer) que sin duda se ven reflejados en su extraordinario debut, Mano de Obra, presentando en Sundance, en Toronto, ganadora de 2 Arieles y una de las cintas mexicanas más críticas y punzantes en torno a la diferenciación y segregación de clases sociales de los últimos años.
La cinta de Zonana funciona primeramente como un drama social. Hábilmente muestra dos mundos desde una misma perspectiva; en primer lugar, la injusticia o segregación de parte de la clase alta, una que se muestra “inalcanzable” ante la perspectiva de los de abajo, como una mera presencia muy externa o ajena a su estrato social y que Zonana representa de manera astuta como un elemento muy lejano y/o secundario. La segunda, la propia de la clase obrera, una que ira mutando según las circunstancias del relato y que denota la falta no solo de habilidad administrativa y financiera de dicho estrato, sino también la incapacidad social y cultural que en muchas veces afecta a este sector cuando pasa al carácter de la clase “aspiracional”, una metamorfosis perfectamente estructurada en su narración y propositivamente forzada para su(s) personaje(s), la cual irá marcando su destino.
Fiel a las costumbres narrativas y visuales del cine mexicano, Zonana escoge el neorrealismo como corriente base para dar profundidad dramática a su historia y personajes. Destaca el salto de tiempos que no desequilibra la buena progresión de su trama, sino todo lo contrario, marcando un excelente ritmo y agregando complejidad a la evolución y resquebrajamiento emocional de su principal protagonista, un antihéroe perfectamente interpretado por Luis Alberti.
Y es precisamente el arquetipo de Alberti el que permite a la cinta también funcionar como un por momentos excelente thriller. Es notorio como Zonana usa el recurso del macguffin para desarrollar su historia, siendo la propia muerte del hermano del protagonista en la obra (ningún spoiler, marcado desde la sinopsis), tanto la escena inicial como el distractor y punto de despegue para ir desarrollando no solo el entorno diferenciador de las clases, sino también tanto la psicología como la incapacidad social del antihéroe, principal vehículo que a la larga fungirá como un justiciero social ¿o criminal? Que trasmite esa extraordinaria dualidad y análisis para una audiencia que juzgara si sentirse ¿identificada? ¿Empática hacía con la situación precaria del o de los personajes? ¿O desaprobatoria? Zonana hace participe al espectador de dicho juicio en lo que será también un relato repleto de tensión y que hacía al final se revelará como eso, un thriller de índole social.
Otro de los puntos a destacar es el discurso agregado sobre la pobre estructura de la justicia mexicana, viéndose de nuevo el sistema exhibido en un país que parece tercermundista y en donde cada quien hace lo que quiere, o como bien se dice en México: “cada quien hace lo que se le da su rechingada gana”. Una “surreal” realidad que parece chiste, pero es anécdota.
Por otro lado las actuaciones que rodean a Alberti son bien encausadas por la dirección y por el propio guion. Zonana, autor también del mismo, administra sus diálogos en los momentos adecuados, manejando también excelentes lapsos de silencio que intiman con su antihéroe y proyectan esa “forzada” metamorfosis social de la que es protagonista y justiciero.
Pero como todo buen debut, a Zonana por supuesto le hacen falta algunas cosas que pulir. Por una parte algunos personajes y situaciones se sienten sobradas, y aunque sugerentes en algún punto, no presentan ninguna injerencia al relato más que quizá alimentar la dudosa bondad de su personaje de manera frágil. Estos momentos mejor hubieran sido aprovechados en cuestión de metraje para su final, el cual se siente como una pared sin enjarrar, y aunque visualmente es tan trágico como crudo y real, se contrapone de cierta manera a su ficción – thriller y hacen poca justicia al buen planteamiento, desarrollo y resquebrajamiento de su protagonista. Como dicen en México, sin duda a ese final le falto “una manita de gato”, pero aun así nada grave como para lastimar el buen resultado general.
Mano de Obra es un excelente film, acorde al estilo y a la actualidad del cine – historia y situación social mexicana, que la convierten en una pieza tan necesaria como interesante. Junto con Nuevo Orden de Michel Franco, quizá tengamos una “doble presentación”, neorrealista y surrealista, sobre esta realidad enfocada a la discapacidad social y a la injusta segregación y clasismo de un país que con el paso de los años parece empeorar no solo en la política y su orden social, sino también en sus propios valores