Momentos Favoritos del Cine: Blow-Up
Alguna vez leí una crítica que citaba una leyenda urbana que decía “que había una vez un tipo que vio una película de Antonioni hasta el final”. Seguramente esto pudiera ser cierto en personas solo acostumbradas a ver “live action” de Disney o misiones imposibles, pero para una audiencia con mayor sentido de crítica y mejor gusto, dicha leyenda sonaría a una burda broma sobre la obra del cineasta italiano. Lo irónico es que el autor de aquella crítica, embelesado por Antonioni, refirió el mencionado chiste a manera descriptiva sobre el hermoso e hipnótico vacío narrativo por el cuál Antonioni explora y explota su tema favorito: la soledad y la sociedad como un ente surreal, malvado y difuso que afecta a las relaciones humanas.
Sigue mi turno para hacer una afirmación sobre la enigmática y hermosa obra de Michelangelo Antonioni, y que en especial se refleja a través de lo que sin duda es su obra más conocida y mediática.
¿Habían alguna vez visto a un director que hiciera tan visualmente y misteriosa la nada? A través de la historia de un pretencioso fotógrafo, Antonioni se materializa hacía con la audiencia para de manera accidental y través de su lente (y el del fotógrafo) captar lo que parece haber sido un asesinato, conocer a la que parece haber sido la culpable, y conocer al que parece haber sido el cadáver.
Ganadora de la Palma de Oro , Blow-Up fue un hito histórico y una de las más enigmáticas piezas del cine debido a su capacidad de hipnosis. Su primera hora trata sobre nada, su segunda hora trata sobre todo, y su final, ese maravilloso final, te hace caer en cuenta que quizá nunca hubo nada dentro de aquel todo, o que lo vacío y banal de su protagonista en un evento al que él mismo se forzará entrar para encontrar un propósito sobre su propia y vacua existencia.
Antonioni, como un pintor adepto al cubismo, pinta sobre aquel lienzo un homenaje a una de las mismas bases del cine, la fotografía. En aquel primer acto nos hace seguirle junto a expresiones estéticas repletas de polígonos, en donde incluso usará una hélice como foco tanto de la banalidad personificada por su fotográfo, como símbolo estético de su hipnótica transición de planos repletos de erotismo, colores y movimiento.
Para el segundo acto y desde las sombras de sus fotografías, Antonioni desarrolla un thriller psicológico que, en comunión con la vida nocturna de Londres, emprenderá un viaje psicodélico y siempre en movimiento, repleto de drogas, excesos, rock y sexo, en donde el y su fotógrafo se obsesionarán con una verdad que quizá no exista, pero que tal vez sea más que real en el deseo de su protagonista por encontrarse con la realidad y salir de su estudio, de su cabeza, de su ego, de su cubo.
Al final, y fiel a todas sus obras, la realidad será un balde de agua fría, un despertar de aquel letargo contaminado por la sociedad y por los placeres pasaderos, y en donde a través de un grupo de mimos y una partido de tenis, la bola en juego será más real de lo que parece, porque para Antonioni, la percepción de dicha realidad recae en uno mismo.
Poesía pura, el juego de tenis con más significado y profundidad en el cine y que da fin a una de las mejores piezas de su obra, una alegoría tan absurda como perfecta y que completa ese complejo, hipnótico y disfrutable rompecabezas mental que es Blow-Up