Momentos Favoritos del Cine: Chicago
¿Habrá algo en aquella ganadora del Oscar del 2002 que justifique su victoria? Según mi memoria, hace 15 años fue una de las mejores cosechas del cine hollywoodense. No solo aquella noche el musical del inexperto fílmico Rob Marshall competía con la grandilocuente segunda parte de The Lord of The Rings (The Two Towers), sino también con la obra maestra de The Pianist, el drama feminista The Hours y la otra gran infravalorada pero aun así mejor posicionada Gangs of New York (con nada más y nada menos que una de las más grandes actuaciones de Daniel Day-Lewis). Entonces ¿Qué vieron aquellos miembros de la academia en una adaptación teatral que ni siquiera somatizaba los valores de otros grandes clásicos del género? El amor, los valores e incluso el auto homenaje al Hollywood clásico se encontraban ausentes (Ya saben, como The Artist, La La Land u otros productos inflados) ¿Cómo fue que aquel teatrero novato se impusiera a Jackson, Scorsese, Polanski y a Daldry? La respuesta es tan sencilla como trágica, y es que Chicago tuvo que pagar un precio muy alto por su osadía y victoria en 6 categorías, pasando de ser un producto bueno e incluso revolucionario para su género, a un musical del montón, olvidado por la audiencia, difuso e injustamente enterrado en los anales de la historia del ahora cabizbajo premio americano.
Un musical es felicidad. La comunión entre el cine y la música en su más grande expresión debe a mi muy particular punto de vista, convertirse en una explosión sensitiva que deje al espectador con ganas de bailar, de cantar, de ver una y otra vez. Claro que esto primordialmente y bajo las bases artísticas que nos competen, debe depender de una buena historia encausada de una rítmica y hábil dirección, en este último rubro quizá llevando la ventaja entre otras producciones debido al elemento en la secuencia musical. Pues bien, Chicago lo tiene, y por más raro que parezca no ha envejecido, sino que solo se ha convertido en un film actualmente incómodo.
Bajo una estructura visual seductora (Cuando en Hollywood aún se permitía eso sin tanto ridículo tabú), la puesta en escena se regodea en las luces y colores del cabaret, denotando una sensualidad y entretenimiento peligroso del que casi se podía percibir su aroma a licor y perfume. La tragedia entonces se convierte en esparcimiento, y la oscuridad de su trama, estructurada en el crimen e impunidad, en un gusto culpable “ético” que la audiencia terminará por abrazar pese a las condiciones que marca su falta de valores y problemática social.
Marshall construye en Chicago diversión, uno de la más alta calidad y elemento por el cual fue premiada dentro de aquella categoría en 2002. Poseedora de una dirección y montaje maravillosos, la historia es un frenesí de imágenes tan entrañables como engatusadoras donde el despliegue musical es la estrella en el escenario (literal) y cada uno de sus números musicales se convierte en extravagancias difíciles de olvidar. Ahí muy dentro se encuentra el nada sutil núcleo narrativo, una historia de homicidios por parte de un grupo de féminas que saldrán abantes tras asesinar a unos cuantos machos opresores (Me gustaría ver el impacto de este film hoy en día en Hollywood).
Catherine Zeta Jones, Richard Gere y Queen Latifah se encargan de opacar a la protagonista Renee Zellwegger, metida en un propositivo papel odioso que contrarresta cierta simpatía por el hecho de no poder conectar de manera empática con la perpetradora, un gesto que accidental o no, ofrece mayor complejidad al ambiente criminal en este relato de anti heroínas. Si bien todos lucen en sus números musicales (menor el de Renee a gusto personal) y es difícil entre estos escoger uno predilecto, es John C. Reilly, también nominado al Oscar aquella noche, quien vislumbra con el mejor acto en aquel escenario de cabaret, dotando al número más famoso de aquel musical en el teatro de una óptima y justa adaptación fílmica.
Mr. Celofán se convierte así en nuestro Momento Favorito de este martes
Uno de los valores primordiales en la evolución narrativa de este género es el dotar a la secuencia musical de una progresión de hechos a través del montaje, esto es, no mantener estática el cuadro musical, sino nutrirlo con el desarrollo de la trama para que esta no se estanque. Chicago lo tiene, habilidad directiva, ritmo y edición soberbia; una fotografía reflejo del sentir, del cantar y/o de la personalidad de cada uno de sus personajes. Comparen este último con los anteriormente adjuntos, notarán esa pequeña serie de elementos en los colores, iluminación, objetos e incluso en el público de cada musical, audiencia objetivo de la comunicación del protagonista de cada número musical.
Chicago es genial. Un producto trágicamente olvidado al que el tiempo (quizá otros 15 años) le hará justicia para posicionarlo en el lugar que le corresponde: uno de los mejores y más divertidos musicales en la historia.