Momentos Favoritos del Cine: Sleepers
Sleepers de 1996 (conocida en Latinoamérica como Los Hijos de la Calle), es una pieza por demás controversial que no se puede catalogar como una ficción o memoria biográfica, ya que su adaptación de la obra de Lorenzo Carcaterra nunca ha dejado en claro si las circunstancias narradas son del todo reales o ficticias. Barry Levinson tomó entonces la novela del italoamericano residente de La Cocina del Infierno y realiza con ella una imponente adaptación que queda como una de los referentes más sonados en la cinematografía en cuanto al tema de abuso de menores.
Un drama de primera calidad adornado con uno de los mejores repartos de los 90 (Robert DeNiro, Brad Pitt, Dustin Hoffman, Kevin Bacon, Ron Eldard, Jason Patrick, Minni Driver, Billy Crudup), es importante para el objeto de desglosar nuestro momento el mencionar que la cinta está desarrollada en 3 actos y planos cronológicos, los tres perfectamente delimitados desde la personalidad de cada uno de sus personajes hasta el elemento más importante, la empatía con un entorno hostil que a la vez se percibe tan familiar y seguro: la llamada Cocina del Infierno, un barrio conocido por su actividad gansteril que ofrece también una protección peculiar a sus habitantes, una especie de utopía donde el anhelo se reduce a servir y ser servido por la misma colonia, ilusión que si bien se torna esperanzadora, también es aberrante dentro de un estilo de vida llena de juego, asesinatos y drogas.
Levinson comprende el lenguaje de la novela y el amor del autor hacía con su patio de juegos y torna esta desesperanza en un cuento de hadas moderno donde la venganza se convierte en el eje narrativo y elemento heroico; una trama donde la pérdida de la inocencia rebasa cualquier otro crimen habido y por haber ¿Es esto la justificación necesaria para catalogar los crímenes? ¿La colonia puede dar cuentas de la justicia desde todos sus aspectos clérigos – políticos – sociales para defender a los suyos? Aspectos y cuestionamientos que vuelven rica a la cinta y que el espectador deberá debatir después de haber sentido la empatía de estos atormentados “Sleepers”.
Cuatro jóvenes son recluidos año y medio en el Reformatorio Wilkinson debido a robo y un accidental intento de asesinato, una travesura que en su bajo mundo toma la enferma tonalidad de “normal”, pero que los llevará a ser objeto de abuso físico, psicológico y sexual dentro de una cárcel brutalmente dirigida por un cuarteto de deshumanizados guardias. Primer y segundo acto están fijados: el reconocimiento y armonización con el entorno y el acto imperdonable hacia estas víctimas; el desarrollo y ritmo del relato son excelentes, y Levinson deja asentado todos los elementos de manera idónea para el tercer acto, la venganza.
La secuencia en su totalidad dura 9 minutos. La narración en voz off (otro elemento del film de gran repercusión y muy elocuente) nos presenta a dos “matones” locales, sanguinarios y sociales defensores de su colonia que entran a un pub a tomar un descanso. Sin embargo, en este comportamiento casual de su día a día se topan sorpresivamente con el fantasma de su pasado, mejor dicho, con el demonio causante de su estatus actual, un guardia que en su infancia abusó de ellos. La escena, engalanada con un labor histriónica resaltable y con el tema Witchi Tai To de James Pepper (un jazzista nativo americano que compuso esta pista a raíz de un ritual del peyote de sus ancestros y la cual marca en su letra un agradecimiento por la vida), destaca principalmente por la presencia de Kevin Bacon, el demonio en cuestión en el que sin duda es su papel más memorable y del que aún hoy en día no se ha podido sacudir: Sean Nokes.
Una escena perturbadora y a la misma vez enriquecedora. La expresión de los asesinos antes, durante y después de su venganza refleja una paz interior que después el guion confirma con un diálogo memorable: -“Va uno”-. Bacon y su frialdad erizan los vellos, su falta de arrepentimiento y su justificación son abominables y tras recibir “lo justo” la cinta marca la explosión del conflicto para proseguir con la interpretación de El Conde de Montecristo por parte de sus personajes y el despliegue de la conversión narrativa de drama a thriller que Levinson lleva a cabo de una manera soberbia.