Momentos Favoritos del Cine: To Kill a Mockingbird
Desde que vi por primera vez To Kill a Mockingbird hace ya varios años, quedé gratamente sorprendida con su cautivadora historia, algo que sembró en mí una inquietud por leer la novela de Harper Lee y conectar aún más con la vida de estos personajes. Eso finalmente pasó hace un par de meses y por ello decidí volver a ver la cinta estrenada en 1962, por lo que no quise dejar pasar la oportunidad de analizar y recordar este gran clásico del cine.
He de confesar que me llevé una gran sorpresa al descubrir que la película fue enormemente suavizada en comparación de su obra homónima; esto probablemente a que en los años 60’s, hablar de una temática como es el abuso sexual no era algo que se veía en la pantalla grande, pues en general este arte trataba temas menos polémicos (y ni hablar de lo prohibido que estaba usar palabras altisonantes).
No quiero sonar como la típica persona que dice que el libro es mejor que la película, solo quisiera hacer una mención especial a mi experiencia encontrándome con un clásico que me pareció desgarrador precisamente por la crudeza que maneja (incluso siendo contado por una niña de entre 6 y 8 años), y que permite conmocionar con la situación de los hermanos Finch de manera íntima, entendiendo cómo su inocencia se ve perturbada por una serie de eventos palpablemente injustos.
Dicho esto, quisiera pasar a rememorar uno de mis Momentos Favoritos del Cine, una secuencia que corresponde de manera ecuánime tanto en la novela como en el cinta, y esto es en parte a una impecable actuación de Gregory Peck como el siempre cortés y justo abogado Atticus Finch, un papel que se siente tan natural pues es en gran parte la verdadera personalidad del actor. Y es que la escena del discurso es verdaderamente poderosa, una reflexión que el defensor manifiesta como su última carta antes del veredicto final, una “patada de ahogado” que trata de seducir al jurado para que den un veredicto justo aun cuando todo parece inclinarse del lado contrario solamente por mero prejuicio.
Durante 7 minutos, Atticus expresa de la manera más elocuente posible, todas las razones por las que Tom Robinson debe ser absuelto de una acusación sin fundamentos que busca perjudicarlo por la simple razón de que nació siendo una persona de color negro, una caracterísitica que lo posicionaba (estúpidamente) como alguien inferior dentro del colectivo. La injusticia es tan obvia que causa desesperación y enojo para el espectador, siendo este personaje el que se encarga de reflejar esos sentimientos ante ese grupo de personas que tiene la capacidad de decidir si toman la decisión justa o si se se inclinan por la salida fácil: someterse a las imposiciones de la sociedad en la que viven.
Un momento cumbre que posiciona al personaje de Peck como ese héroe que nos iban construyendo a lo largo del filme, que enalza todas sus cualidades pero al mismo tiempo lo hace ver más humano que nunca, alguien que solamente quiere que se haga justicia.
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