Momentos Favoritos del Cine: Whisky
Considerada la mejor película de Uruguay (su triunfo en la categoría Una Cierta Mirada en Cannes y el Goya a la mejor película extranjera de habla hispana lo avala), resulta irónico que la obra más conocida del país no logre conectar con todo el público debido a la ejecución de su propuesta. En efecto, no es una película fácil y hay a quienes no le gustará su estilo despojado, pero es un ejemplo sutil de la llamada corriente minimalista, más común en el cine independiente. Yendo más lejos, es una obra que jamás volverá a repetirse por los caminos distintos que tomaron sus realizadores.
Por un lado, aborda las emociones de los personajes con suavidad, sin prisas, a veces no es necesaria la palabra para entender qué están pensando. Es un relato de enfatiza la soledad, el silencio, el resentimiento y las frustraciones, expone un retrato áspero y minimalista de la soledad de su trio protagonista por la misma pasividad en la que viven. Hay que elogiar que Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll prefieran transmitir la historia utilizando más imagen en el manejo de la cámara, mediante encuadres fijos, un uso muy preciso de la música (al prescindir de ella y sólo meterla cuando la ocasión lo amerita) y una fotografía que intercala los espacios: mientras en los planos cerrados prevalecen las sombras, los planos abiertos están muy iluminados, pero desolados por lo apartados que están los personajes.
Conforme avanza, transmite un sentimiento melancólico causado porque la rutina diaria empieza a ocupar más tiempo. De esta manera, ejemplifica lo que realmente es la vida: una rutina de principio a fin en la que parece que no ocurre nada importante. Un viaje simple y mundano donde incluso Piriápolis se ve como la ciudad más horrenda y triste del mundo (lo cual incrementa el sentimiento de monotonía que quiere transmitir al mostrar un hotel sin huéspedes, una playa sin turistas y un casino sin clientes). Gracias a un ritmo lento, pero tranquilo que se toma el tiempo para cada detalle, la rutina no cansa, más bien hipnotiza, deja esa ansiedad porque ocurra algo que se salga de la cotidianidad y la frialdad de sus personajes. Al final, nos volvemos todos parte de una historia que cada uno debe completar y elegir a quién entender y con quien empatizar.
El trío protagonista conformado por Andrés Pazos, Mirella Pascual y Jorge Bolani hace un buen trabajo al absorber las emociones de los personajes de manera sutil, e incluso este pequeño juego de primeras impresiones hacen que sus relaciones terminen siendo marcadas por la indiferencia, la pretensión de fingir algo que no son y en ocultar la verdad, lo que pone en evidencia la soledad perpetua en la que se encuentran y la forma de afrontarla. Hay quienes abren los ojos y obtienen el valor para salir del bucle (Marta), otros la aceptan y pretenden que todo está bien (Herman), pero la gran mayoría se queda en el hermetismo sin oponer resistencia (Jacobo). Lo cual nos lleva al momento favorito de hoy (mención especial a la entonces pequeña Francisca Barreira, quien en su única aparición en el cine, enternece cada minuto cantando Bicho Bicho).
Una obra que incluso puede recordar al trabajo de Kaurismaki y apoyada en los pequeños detalles que la hacen. Podrá no gustar a todos (no sólo por el ritmo o esa sensación de que “no pasa nada”, porque las limitaciones técnicas en el sonido y la imagen están presentes), pero es innegable que este es uno de los puntos más altos del cine uruguayo y uno que difícilmente volverá por el destino de ambos directores. Tras el éxito conseguido, Rebella se quitaría la vida sin previo aviso (no hay declaraciones oficiales, pero todo indica que sucumbió a la depresión), mientras que Stroll continuaría activo por su cuenta (lanzó “3” en 2012), pero jamás volvería a alcanzar los niveles de cuando estaban juntos.