No nos moverán: O… la justicia con gatos y palomas.
Se puede caer en muchos lugares comunes y errores al hablar de heridas abiertas de la historia nacional. El 2 de octubre es el mejor ejemplo de ello. Hay casos que se han vuelto seminales, como “El Grito” o “Rojo Amanecer” y hay… digamos, el otro extremo. El riesgo se magnifica cuando se cruza la línea entre la denuncia social hacia el drama tendencioso o peor aún, cuando se utiliza la situación buscando solamente generar controversia que atraiga a algún incauto. Felizmente “No nos moverán” es del primer grupo y jamás cae en los errores del Segundo.
Ambientada en el Tlatelolco actual, “No nos moverán” nos lleva a descubrir la historia de Socorro. Una abogada envejecida, retirada, quien desde su despacho enclavado en un departamento de las torres de Tlatelolco, atiende casos algo desesperados buscando ayudarlos, lo mismo a no perder sus casas en manos de agiotistas, que a reintegrarse a la sociedad. Su visión de la justicia es lo mismo incólume que cínica. Reconoce que la justicia en este país es una mera idea, que sirve sólo a aquellos que tienen los medios para comprarla. Pero igual ella la busca, la forza, la coacciona.
No cesa en su lucha, furtiva, por vengar a su hermano, quien fuera torturado y desaparecido durante el aciago octubre de 1968. Esta búsqueda se ha convertido en su obsesión, en una labor pendiente que, a sus más de 70 años la persigue. El descubrimiento de la identidad de uno de los militares involucrados la hace reiniciar su búsqueda de una reparación histórica.
Lo que podría convertirse en una historia semi-detectivesca y en un drama lacrimógeno, opta por el camino de la sencillez, lo cual dota a “No nos moverán” de honestidad y la convierte en una historia perfectamente universal y humana, que con una escritura precisa, atina a utilizar el tema del fatídico 2 de octubre más como una reflexión histórica, enfocándose en las consecuencias personales y el coste social, y lo hace además en una trama nivelada entre la comedia negra y el drama que se adscribe siempre a un excelente desarrollo de personaje, al cual dota de personalidad y profunda emotividad.
La dirección de un nobel Pierre Saint-Martin Castellanos (corresponsable también del guion) es precisa y se apoya en la gloriosa actuación de una Luisa Huertas en estado de gracia, que entrega una actuación dura, conmovedora y llena de matices. De haber justicia en este mundo, estaríamos hablando desde ya, de la segura ganadora del Premio Ariel en la categoría de actriz principal.
Resaltable también en “No nos moverán” es la fotografía, que se convierte en un personaje más de la trama, siendo un black canvas con un manejo de texturas, encuadres y luces impecables, que crea atmósferas tonales perfectas.
“No nos moverán” (que evoca en su título la universalidad de la mítica frase de las luchas sociales españolas y latinoamericanas en general) es una de las mejores películas mexicanas de los últimos años. Una excelente metáfora sobre vivir bajo la presión de pelear por la justicia y buscar reparación histórica, sobre la venganza y el dolor en contraposición a la culpa y el perdón… sobre como obviar y perdonar un pan quemado.