One Million Ways to Die in the West: Padre de familia que mucho abarca, poco aprieta
Después del mediano recibimiento de Ted era obvio que Seth MacFarlane tomara por las riendas su nueva y creciente etapa cinematográfica, plataforma en la cual su fórmula de humor escatológico, grotesco y adulto pudiera revitalizarse después de un obvio declive argumental y de originalidad en sus series animadas, reflejado sobre todo en las ultimas temporada de Family Guy y sus hermanas American Dad y The Cleveland Show. Sin embargo, y a pesar de lo bien logrado con el osito drogadicto, en su segundo largometraje el guionista, productor, director y actor comete un error garrafal que posiblemente le hará dar cuenta rápidamente que la televisión no es igual al lenguaje cinematográfico aun cuando la formula sea por naturaleza tan absurda e irreverente como única, y es que como se dice en mi universo “El que mucho abarca, poco aprieta”, siendo el multifacético y multiusos creador una amalgama bastante idiota de recursos, rubros técnicos y actorales que no se deciden si ser el mismo brillante idiota de sus primeras series y/o Ted o bien, un director de comedia totalmente despilfarrado y pretencioso.
Aquí no hay una saga o una progresión de capítulos que pueda limpiar la mierda previa y rehacerse con otro libreto de 20 o 15 minutos, sino una sola oportunidad para demostrar que el estilo y tono cómico que se quiere posicionar es funcional para el cine. A pesar de que su servidor disfruta mucho su humor y en lo personal se ha divertido como niño con juguete nuevo con esta exacerbada segunda puesta en escena, One Millio Ways to Die in the West se queda a la mitad de todo, a la mitad de MacFarlane y una típica y burda comedia, a la mitad de un genio humorístico y un bodrio de cineasta, a la mitad de buenos gags e interesantes cameos e incluso, a la mitad de lo que pudiera haber sido una única pieza de western en toda su historia al combinarlo con otro diferencia estilo narrativo. Una lástima, porque la película guarda sus buenos momentos.
Un millón de maneras de morir narrativamente
Con su narración introductoria acostumbrada, más allá de comenzar con la construcción de un personaje MacFarlane se presenta así mismo, el perdedor carismático y encantador protagonista de todos sus obras ahora envuelto en un contexto western el cual se representa fiel a la época en todos sus elementos de ambientación, fotografía y hasta montaje (Los créditos iniciales nos transportan a las obras de los 40’s y 50’s) ¡Bien hecho! El director se muestra medianamente ágil al exponer su conflicto desde los primeros minutos del metraje para desde ahí plantear su tarado pero atractivo desarrollo, el cual refiere a que el salvaje oeste es la peor época para vivir y donde cualquier individuo, ente, sustancia o hasta cualquier cambio climático te puede matar.
Pero la chispa se pierde rápido; después de que MacFarlane deja en claro varios estereotipos absurdos de la época y hace algunas alusiones satíricas formidables burlándose de la historia americana por donde le da su gana, por alguna extraña razón el cineasta decide de un momento a otro que su relato puede tornarse serio y romántico, queriendo experimentar una especie de humor establecida por los estándares de la burda comedia americana con un trio amoroso de lo más forzado y ajeno a lo establecido al principio de su film, en otras palabras, contradictorio a su mismo título y que nos hace preguntarnos ¿Qué carajos tiene que ver aquello con un millón de maneras de morir? Nefasto se queda corto.
La cosa empeora. En esta ocasión y denigrando todo lo bien hecho con su primera intervención cinematográfica, los elementos secundarios son totalmente insulsos, masas burdas de carne que se pasean sin ninguna aportación notoria ni siquiera en el planteamiento humorístico, focalizando todo en el carácter individual del mismo director – protagonista siendo para él todas los reflectores e instantes más relevantes del film, solventado en algunas secuencias por las intervenciones de contadas interpretaciones y sucesos fugaces. Uno de las mayores fragilidades de la cinta, que se maximiza cuando las referencias y el estilo narrativo de las tangentes cómico – fantásticas tan dominado por MacFarlane son más funcionales que el mismo rubro histriónico ¡No son caricaturas!
Lo mejor está en las referencias
Sin el afán de otorgar spoilers, los mejores momentos son aquellos trances visualizados y provenientes del dialogo cómico de MacFarlane, la típica formula Family Guy donde algunos momentos son representados de manera totalmente descabelladas salidas del mismo vocablo y de las analogías del héroe en escena.
Para el fanático de este modelo narrativo esto será un festín (Garantía de su servidor), pues una oveja sin podar, el monólogo esquizoide del millón de maneras de morir, la dualidad cristiana referente al sexo, la feria donde todos mueren, el baile del bigote, un fantástico homenaje a Back to the Future y oníricas alusiones a la obra de Salvador Dalí, pueden ser los suficientes elementos que salvarían de la ruina a esta comedia.
Reitero, una decepción que para la conclusión todo esto sea olvidado.
¿Y los demás?
Un desperdicio actoral más allá de los pobres cameos define en esta ocasión a la comedia del padre de familia. Mientras que Ribisi, Silverman (Que luce tremendamente sexy) y Seyfried lucen lamentables hasta en la exposición disparatada de los hechos, los buenos desempeños de Patrick Harris y Wes Studi lucen insuficientes. Por otro lado Theron muestra cierta química con MacFarlane, pero nada relevante más allá de una notoria amistad detrás de cámaras.
Al que si hay que resaltar es a Liam Neeson en una papel contradictorio y caricaturesco a su ya encasillamiento como héroe de acción; el badass de moda entrega un villano fugaz aceptable y adecuado a lo unidimensional de este tipo de personajes dentro del género western, el forajido hijo de la chingada que no le importa ni un demonio a quien se ejecuta; aunque alejado del tono cómico de todos los demás inmiscuidos, resulta agradable y de cierto morbo ver a Neeson en este papel nuevo para su carrera.
En cuanto a MacFarlane, como pez en el agua, nada fantástico ni digno de resaltar. Así mismo sus invitados en cameos, tal vez solo restando la aparición postcreditos de Jamie Foxx como el mismísimo Django desencadenado.
¿Hay que verla?
Como fanático del método cómico de su creador puedo asegurarles a todo aquellos también seguidores que disfrutarán la película, sin embargo en términos generales y aun tomando en cuenta que la cinta lleva la marca estúpida “MacFarlane”, debe ser evitada para apenas una revisión en formato de video, pues si usted piensa que nos encontraremos con otra agradable Ted, déjeme acabar rápidamente con sus expectativas.
Los principales problemas es el salto de su argumento y el ritmo narrativo, la cinta se siente muy sobrada en casi dos horas de narración donde el cineasta da urgentes llamadas de auxilio al no poder encausar ni siquiera su título (Por cierto, alguien mate a los del doblaje mexicano que osaron llamarla Pueblo chico, Pistola grande) por más de 30 minutos. Quizá esta sea una alarma que haga ver a Peter Griffin que su ego puede encausarse de una mejor manera, como por ejemplo proveer el guion y dejar que otro se encargue de la dirección ¿O porque no? Solo dirigir y actuar algún otro libreto ¿Suena interesante no creen?
Nada que lamentar, nada que resaltar, One Million Ways to Die in the West es una absurda cinta cómica que refleja que no siempre el método único de humor de Seth es eficaz o adaptable al cine.
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