Oppenheimer: Dos horas de humo y una hora de atómica maestría
Estamos ante el gran clímax del verano fílmico, uno donde hemos sido testigos del gran tropiezo de la mayoría de los estudios hollywoodenses, donde tal y cómo Spielberg y Lucas lo predecían hace diez años, la implosión del negocio cinematográfico tal y como lo conocemos está por suceder. Hasta el momento, seis películas con presupuestos millonarios no han podido recaudar en taquilla lo invertido; en ese contexto, el clímax de este verano llega por partida doble y el “Barbenheimer” ha comenzado.
Al momento de prenderse las luces de la sala IMAX donde se proyectó Oppenheimer, tuve una sensación de vacío. Cuando hablo sobre cine y escribo sobre películas que realmente me interesa escribir, me gusta tratar ese visionado como una experiencia, así cada película vista es algo diferente. Con esto puedo decir que ver Oppenheimer ha ido desde la incomprensión absoluta, hasta el goce máximo en sus últimos 50 minutos. Y es que Nolan, en su infinita soberbia, hace de uno de los momentos más trágicos y cruciales de la humanidad un ejercicio por el cual el espectador tiene que soportar dos horas previas. Para algunos probablemente sea el tiempo suficiente por el tema a tratar, pero sin duda en manos narrativas más expertas, estas tres horas se pudieron haber hecho más cortas, o como bien se dice en el medio: “le sobran 20 minutos”.
En 181 minutos, Nolan nos muestra tres momentos clave en la vida del físico J. Robert Oppenheimer: sus inicios y primeros trabajos en la universidad de Gotinga; la carrera armamentística para hacer “la bomba H” junto a la creación del Proyecto Manhattan; y finalmente la auditoría de seguridad por la cual fue acusado de desleal, con vínculos hacia el partido comunista. Todo esto basado del libro de Kai Bird y Martin J. Sherwin “Prometeo Americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer”.
Y la primera pregunta que salta después de un primer visionado es: ¿Dónde diablos está Jonathan Nolan? Es evidente que desde hace tres películas, el buen de Christopher necesita urgentemente la ayuda de su hermano en cuestiones de guion ¿acaso se habrán peleado? ¿por qué Jonathan no dijo nada con el tema de Tenet? ¿Los terrenos de la abuela habrán sido el verdadero problema de su separación creativa? Christopher con cada proyecto se ha embarcado en un océano de grandilocuencia, cada cinta más grande que la anterior, más arriesgada en su manufactura; ya no solo hace chocar un boeing 747 real, sino que recrea por completo y sin algún tipo de CGI la prueba Trinity (la primera detonación de un arma nuclear), logrando una escena que te quita el aliento (recomendable en una pantalla IMAX), pero ¿y el guion?
No importa cuán real sea o se sienta esta u otras secuencias. El Oppenheimer de Nolan es la tesis de todos los tropos con los que ha ido construyendo su filmografía, tanto de los buenos como de los más detestables.
Tenemos una primera hora con un exceso de información, donde la narrativa de la historia se nos presenta y se divide en tres: el presente a color, el pasado a color, y el futuro (desde cierta perspectiva de uno de los mejores personajes que tiene la película) en el mejor blanco y negro visto en IMAX, seguido de una verborrea donde al parecer están sucediendo cosas realmente importantes para el personaje de Oppenheimer, pero que Nolan se aferra a bombardear los sentidos del espectador con su característico sello de efectos de sonido fuertes, imágenes parpadeantes y una mezcla de sonido cuestionable, dejando a su personaje en segundo plano. Como ya es costumbre con Nolan, esta primera hora solo vemos a un puñado de hombres trajeados caminando, mientras dialogan sobre física, si bien con esto se da contexto a cómo se veía el mundo antes de la Segunda Guerra Mundial, hace que el espectador se pierda en un mar de nombres y referencias a científicos de gran renombre.
La segunda hora, pareciera más de lo mismo, pero aquí nos muestra sus peores defectos como narrador: los personajes femeninos y el tema romántico. Decir que la participación de Emily Blunt y Florence Pugh es aceptable, ya es mucho, y es que el guion no trata nada bien a las dos y únicos personajes femeninos. Dejemos de lado que se trata de una película de época y que la labor femenina dentro del relato realmente tenga un peso importante, pero Nolan nos muestra la peor escena de sexo de toda la historia de cine (que se agrega a la colección de “peor escena de muerte de un personaje femenino en la historia”), donde Pugh hace todo lo posible para hacer creíble una secuencia repleta de “CRINGE”. Y el personaje de Emily Blunt como Kitty Oppenheimer, simplemente está para decir dos frases puntuales sin más, y sin influir en lo mínimo a la trama, haciendo que la vida amorosa de Oppenheimer sume más metraje innecesario.
Por cuarta ocasión, Nolan trabaja de la mano del cine fotógrafo Hoyte van Hoytema, haciendo una película por completo en formato IMAX y con la petición a Kodak de hacer por primera vez, celuloide para este formato en completo blanco y negro. La cámara de Hoytema no se cierne sobre un gran velero sobre el mar como en Tenet, o los grandes planos abiertos de un avión tipo caza como en Dunkirk. En Oppenheimer, se centra en los rostros, y la utilización de esta nueva cinta amplía la experiencia de ver y sentir al personaje principal y a sus contrapartes. El rostro demacrado con esos pómulos que sobresalen y la mirada fija puesta en cómo desarrollar el dispositivo que cambiaría la vida y el ritmo de la humanidad en el siglo XX, hace que Cillian Murphy se convierta en el físico padre de la bomba atómica. Cillian demuestra que puede con todo el peso de la película, donde el trabajo actoral se centra sobre todo en la mirada y el trabajo de Hoytema.
Por fortuna, Murphy no está solo en esta epopeya atómica, y es que Nolan, como si fuera Wes Anderson, hace un llamado a medio Hollywood para que tengan una participación en su película. Hay tres participaciones que parecen más cameos: Casey Affleck como el coronel Boris Pash, Rami Malek (que por fortuna sólo tiene una solo línea de diálogo) y Gary Oldman como el presidente Harry S. Truman. Por otro lado, la mancuerna que hace Murphy como Oppenheimer con el general Leslie Groves Jr. Interpretado por Matt Damon es alucinante, y da espacio para los pocos momentos de humor que hay. Lo más sobresaliente es ver la gran cantidad de nombres y personajes que se pasan por la película, esos nombres que fueron importantes, esos que realmente fueron los creadores de la “bomba H”, y es que quizá Oppenheimer fue el padre, pero solo por encargo del gobierno. La película poco a poco les pone cara a esos nombres, los científicos que lo hicieron todo y que fueron tratados de la peor manera por el gobierno gringo, muchos judíos que se vieron obligados a emigrar por culpa de la guerra y que en su hambre de conocimiento y de saber más sobre física cuántica, crearon un arma de destrucción masiva. Así, vemos a figuras tan importantes como Einstein (Tom Colti), a Niels Bohr (Kenneth Branagh), a Werner Heisenberg (la contra parte alemana de Oppenheimer que fue destinado a crear la bomba, pero que al final no lo logró), Isaac Rabi, Richard Feynman, Enrico Fermi, Hans Bethe, Lilli Hornig, Klaus Fuchs, todos científicos y algunos premios Nobel, que fueron parte del Proyecto Manhattan y que merecen no ser olvidados.
Y es justo en el punto del final de la segunda hora de película donde Nolan saca sus mejores cartas, donde por fin vemos a ese director que nos emocionó con The Dark Knight, Memento o The Prestige. Nolan se toma demasiado su tiempo con dos horas de contexto científico/político para realizar un thriller que se mete en la psique de Oppenheimer. Como ya había mencionado, desde que vemos la prueba Trinity y el trabajo de Jennifer Lame en el montaje, son dos horas que te van preparando psicológicamente para experimentar lo que los ojos de todos los científicos vieron ese día en Los Alamos. Algo que el espectador realmente no ve, pero que, gracias al trabajo de edición y sonido, se siente en toda la sala. Son pocas veces las que una película se atreve a jugar con el silencio, y Nolan juega esta carta de forma perfecta, nunca el silencio dentro de una sala de cine se había sentido tan estresante, para después darnos ese golpe ensordecedor cómo lo percibieron en Los Alamos.
Después de ver la prueba Trinity, la película se convierte en un thriller de espionaje y política. Nolan se las arregla para que realmente le importe al espectador las dos audiencias que se suman en el último tercio del filme; por un lado, la que tiene Oppenheimer con la junta de seguridad donde se le niega la autorización y donde se le acusa de tener vínculos con el partido comunista. Si bien la película veíamos la perspectiva de Oppenheimer a color, es desde el punto de vista de Lewis Strauss que se vuelve blanco y negro. La figura de Strauss, de la mano de Robert Downey Jr, marca el balance perfecto como contraparte de Oppenheimer, y es la segunda audiencia donde vemos el gran trabajo actoral como actor de soporte y/o de reparto. Si bien Murphy y Downey tienen dos escenas juntos, es el trabajo de Downey el que refuerza lo hecho por Murphy.
Al final, queda mucha tela por cortar ante el trabajo hecho por Nolan, se podría decir que Oppenheimer es su obra más personal, la primera biopic en su filmografía, una con la que ha soñado desde hace años, y quizá me atrevería de decir que es su “Roma”. A pesar de las carencias narrativas y su ensordecedora grandilocuencia, una vez más Nolan ha hecho lo que ha querido, uno de los pocos directores que en la actualidad tienen la libertad creativa y financiera para contar las historias que él quiere contar. Podremos ser detractores o amantes de su cine, podemos despedazar cada una de sus últimas películas, pero viendo lo que se está proyectando en la cartelera actual, Oppenheimer (a pesar de ser una biopic basada de un libro) es la única película que está contando una historia que el espectador promedio no está acostumbrado a ver.
Oppenheimer no es una película que esté destinada a las masas, es una película complicada que reta y confronta al espectador desde diferentes ángulos, para que sea vista como una pieza audiovisual que se tiene que experimentar. Y si se experimenta en una sala IMAX, ya llevas las de ganar.