Pedro Páramo: Un tal Rodrigo Prieto
“Pedro Páramo” es una de las obras latinoamericanas más importantes de la historia y, a título personal, una de las tres que han marcado mi vida, pues en un texto esencial para comprender las vicisitudes de la idiosincrasia, no solo del mexicano, sino de toda Latinoamérica. Analizada de pies a cabeza, hacer una adaptación o incluso una relectura personal parecía un suicidio artístico y un reto que, de no salir bien, podría ser una tumba tremenda para cualquier carrera. El guionista Antonio Gil y el director Rodrigo Prieto, conscientes de la magnificencia de la obra y de dicho riesgo, han decidido de manera respetuosa y acertada trasladar el lenguaje literario al cinematográfico de la obra de Juan Rulfo.
Lo más destacable de “Pedro Páramo”, y que explica por qué Prieto fue el elegido para dirigir y supervisar la fotografía, es el aspecto visual. Similar a su trabajo en Killers of the Flower Moon, donde combinaba técnicas digitales (utilizando algunos lentes para darle un aspecto áspero), Prieto comienza con un plano bajo tierra que asciende poco a poco hasta la superficie, mientras de fondo el prólogo inicia con la clásica frase: “Vine a ver a un tal Pedro Páramo”. Desde este punto, Prieto establece la condición y origen de nuestros personajes: la muerte. No en vano, los planos generales sitúan siempre el horizonte en el tercio inferior o superior. A veces resalta el polvo de donde vienen nuestros protagonistas, y en otras, la superioridad del entorno, acompañado de secuencias absorbentes que describen los detalles del ambiente.
El diseño de producción combina lo tradicional con lo pintoresco, pero también lo árido. El pueblo de Comala se convierte en un personaje más, un ente dual entre la prosperidad y bonanza del pasado, pero que irónicamente encierra una violencia progresiva y un futuro encarnado en un purgatorio para las almas en el presente, los fantasmas que dejó “Pedro Páramo”.
La iluminación juega un papel importante en “Pedro Páramo”. El pasado de Comala es resaltado como un ambiente de fortuna, incluso en las tomas nocturnas, mientras que el presente aparece abandonado, lúgubre de día (a pesar de la luz) y terrorífico de noche (cuando la mayoría de los muertos salen). Este uso de la luz no solo da vida al exterior, sino también al interior, que se siente igualmente imponente y que, acompañado de varios planos secuencia, genera una sensación de exploración que marca la grandeza del lugar. De esta manera, la fotografía rompe con los elementos tradicionales y se vuelve hipnótica y envolvente. Lo sensorial adquiere más importancia que la realidad, el paisaje refleja la condición y emoción de los personajes, y se difumina la barrera entre lo místico y lo tangible, creando quizás la traducción cinematográfica más cercana al realismo mágico. Es una hazaña que solo el mejor cinematógrafo mexicano, hoy por hoy Rodrigo Prieto, podría lograr.
Sin embargo, Rodrigo no solo se dedica a capturar el paisaje, sino que utiliza la cámara para encerrar a los personajes y meternos en su piel. Esto resalta especialmente en Pedro Páramo, quien recibe varios encuadres tipo americano, ángulos dorsales y tomas semi subjetivas (incluso algunas que van directamente a sus botas), no solo para destacar su protagonismo, sino para convertirlo en otro elemento imponente en este ecosistema, la maldad encarnada que es la bendición y a la vez el calvario de Comala ¿Es el bandido, vaquero o antihéroe? Quizás para Prieto sea todo eso y más.
En cuanto a la parte narrativa, Antonio Gil (Tesis) ha decidido no cambiar prácticamente ninguna coma de los diálogos del libro original, manteniendo el mismo estilo: el lenguaje poético combinado con los mexicanismos. Resalta el folclore coloquial, dando prioridad al humor y lo surrealista de las situaciones sobre la expresión y emotividad.
Por otro lado, “Pedro Páramo” sigue la misma narrativa, intercalando dos espacios temporales: pasado y presente, junto a sus temas importantes: la muerte y la añoranza del pasado, los cuales sirven de puente, de inicio y final para el resto de los mensajes y situaciones: las herencias intangibles familiares, la crisis de identidad en todas sus ramas (destacando aún más la religiosa), la maldad imperante, pero sobre todo el caciquismo, autoritarismo y violencia como expresiones patriarcales y de dominación. A pesar de que no explora algunas artistas de libro, Gil se queda con la línea principal en la que Pedro, por venganza y añoranza, se convierte en un ser autoritario, controlador y paternalista, que devora a sus hijos para perpetuarse, y cuyas sombras recaen sobre Juan, manteniendo la esencia del texto original
Aunque “Pedro Páramo” tiene muchas cualidades, presenta dos defectos que la alejan de ser una obra maestra. En su afán de respetar el texto original, Rodrigo se excede en la duración de algunas secuencias para evocar los diálogos del libro, lo que provoca que, en ciertos momentos, la cinta se sienta excesivamente lenta. Además, este mismo respeto hacia la obra original hace que, en ocasiones, se perciba algo automatizada (especialmente si ya se ha leído el libro), por lo que fuera de la propuesta visual, se echa de menos algún sello distintivo del guionista o director que separe la película de la obra literaria.
Las actuaciones, son correctas, destacando los papeles femeninos como los de Ilse Salas, Dolores Heredia, Mayra Batalla y, por supuesto, Manuel García Rulfo como Pedro Páramo.
Calificaciones
Dirección: 3.1
Actuaciones: 1.7
Extras: 0.5
Guion: 2.7
Calificación final: 8.0
El debut de Prieto en la silla de director ha superado un reto complicado. La mejor forma de salir bien librado fue enfocarse en cómo traducir el lenguaje literario al cinematográfico y dejar que la narrativa funcionara en piloto automático, solo con lo esencial. Si bien no estará de inmediato en el Olimpo del Cine Mexicano, “Pedro Páramo” es una película interesante y propositiva que demuestra que venimos a Netflix porque nos dijeron que aquí vive un buen fotógrafo y debutante como director: un tal Rodrigo Prieto.