Phantom Thread: El fantasma de un genio
La noción del tiempo se pierde; se oscurece el entorno y la inmersión visual comienza de inmediato con pequeñas ráfagas de planos secuencia acompañadas de una incesante e hipnótica música clásica donde prevalecen las notas del piano; las manías salen a flote, las acciones parecen rutinarias pero son pequeñas muestras de perfección que de manera instantánea conectan al “hilo” con la historia, al tacto con la tela, al gusto con la comida, al oído con la misofonía y a la vista con la moda, el vestuario y la simetría obsesiva de sus planos. Dicha y temprana conectividad ya es una constante en su obra, pero en esta ocasión es más sensitiva que emocional, como si en un principio los sentidos se tornaran en los protagonistas fantasmas de esta historia. Bienvenidos al acto introductorio enmarcado de manera solemne en una sola pista de piano, respiren, pónganse cómodos, que de nuevo estamos a la merced de Paul Thomas Anderson
Como toda joya (y como casi toda obra de PTA), pasará tiempo para que la audiencia la coloque en el estatus de culto que se merece, y es que un acercamiento tan peculiar a la perfección cinematográfica tarda en analizarse, en digerirse y explicarse. A tono personal y siendo el cine una parte simbólica en mi vida, seleccioné a esta para ser la antesala del nacimiento de mi primogénita, no solo encontrando un acierto en dicha decisión, sino también un momento complicado para poder emitir mi crítica dadas las circunstancias y mis deseos (casi necesidad) por poder hacer una segunda revisión. Ahora llegado ese momento (y me disculpo por la demora a casi un mes de su estreno), puedo afirmar que Phantom Thread tal vez no sea la mejor cinta de PTA, pero si su más claro acercamiento a la maduración en esa evolución narrativa con la que hemos sido testigos a lo largo de 22 años del forjamiento de un genio del séptimo arte.
La sinopsis es solo un mero accesorio dentro de su complejo argumento (la vida obsesiva de un afamado diseñador de modas en el Londres de los 50’s, es afectada con la llegada de su nueva musa y amante), por lo que me gustaría comenzar este análisis con un elemento constante en la obra de PTA que aquí se exhibe de manera más connotada: el establecimiento “fantasma” de su época. Si bien se nos dan los estatutos necesarios para fijarnos en tiempo y espacio histórico, el cine de Anderson y en específico esta cinta, no repara en desarrollar un entorno ¿arriesgado? Quizá para otros cineastas, argumentos u objetivos sí, pero no para este caso, siendo el fastuoso diseño de producción y planteamiento temporal un mero adorno para poder enfocarse en la construcción de personajes. El mundo del porno, la farándula noventera, el comienzo de la cienciología, el salvaje oeste petrolero o el mundo de la moda de mitad de siglo, son atmosferas oníricas, casi surrealistas, donde la fábula – ficción intimista de PTA dará lugar a trasfondos metafóricos y/o psicológicos
Una historia de sentidos, es impresionante como Anderson plantea para cada uno de ellos la vía de alimentación psicológica del protagonista; para el oído su obsesión (la creación audiovisual del trastorno misofónico es tan genial como espeluznante), para el tacto y la vista su perfección, y para el olfato y el gusto su perdición. Todos ellos mcguffins al fin y al cabo y meras víctimas del elemento disruptivo y eje de la trama: el amor, no uno de fábula o de ensueño, sino uno natural, espontáneo, palpable, pero también condicionado, enfermizo y destructivo, construido a partir de los traumas matriarcales, de ese “fantasma” sutil, no presencial pero si poderoso influyente en el comportamiento y afectación de las relaciones dentro del film.
Como lo indica su guion y en ciertos momentos sus diálogos, los secretos y pequeños mensajes en esta confección matriarcal son los que dictan el destino de la trama. Daniel Day-Lewis, como siempre inmenso e inmerso en su papel (su última y gran actuación), entrega una criatura tan compleja como por ciertos retazos terrorífica, con un sentido de la obsesión que puede denotar tanto armonía como repugnancia, ya sea por las grandes notas de Johnny Greenwood en la banda sonora, o por el trepidante y bello ritmo narrativo de Anderson, que mantienen al film en un sentido de clímax constante. Esta asociación artística tripartita mueve los hilos, no solo los de los destinos de sus personajes, sino los de la audiencia, con estímulos que van desde una fastuosa compenetración estética y musical (el diseño de vestuario ganador del Oscar es en verdad fastuoso), hasta momentos de gran dosis dramática y confrontación actoral que hacen que los sentidos se estremezcan.
La narración se mantiene bajo un cierto halo de misterio con respecto a su motivo principal, sin embargo son los sentidos los que nuevos tomarán la batuta hacía el final de la cinta, constatando que la psicosis artística viene en esta ocasión acompañada, o alimentada, de un trauma maternal convertido en el eje del suspenso. Si la audiencia toma esto y comprende que dicho elemento es la sentencia final de la cinta, en una primera o segunda revisión se podrá apreciar la genialidad en su totalidad.
“¿Y de dónde sale esa criatura que llena de un extraordinario olor esta casa?”, dicta uno de los diálogos de film; Vicky Kreaps es la revelación histriónica de Phantom Thread y del 2017, poniéndose al tú por tú contra un monstruoso Day-Lewis que menciona también a través de su personaje: “Siento que te he estado buscando toda mi vida”. En efecto, es difícil recordar una pareja histriónica tan perfecta para Daniel, los cuales también complementan sus maravillosos desempeños con Leslie Manville, formando así la otra y maravillosa asociación tripartita del film.
Phantom Thread funge a tono personal no solo como la mejor película del 2017, sino como la confirmación artística y maduración final de Paul Thomas Anderson, sin duda uno de los más grandes cineastas de su época y de todas las generaciones. Sutil y salvaje, con un compendio técnico y musical extravagante y con comuniones artísticas sobresalientes, PTA triunfa incluso dentro de la incomprensión momentánea, frente a una audiencia tal vez no preparada para estos niveles de semi perfección.