Placeres Culposos: Gangsters contra Charros de Juan Orol
¡Extra! ¡Extra! ¡Noticia a ocho columnas! ¡Balacera entre mafioso y charro deja saldo de tres muertos y ningún vidrio roto! ¡Triángulo pasional termina en tragedia!
Después de conmover al público – o por lo menos eso pensaba él- con una serie de melodramones dedicados a exaltar la figura materna, el director gallego Juan Orol incursionó en el género negro con el título Los misterios del hampa, seguido por El reino de los gangsters, hasta llegar a uno de mis placeres culposos: Gangsters contra charros.
El asunto va más o menos así. El charro del arrabal Pancho Domínguez (José Pulido) y la rumbera Rosa Carmina (mismo nombre que en la vida real) arriban a una ciudad. Para vivir su idilio amoroso a gusto e imponer su ley, Pancho manda a matar al presidente municipal y pone a un achichincle en su lugar. Mientras tanto, el gangster Johnny Carmenta (Juanito Orol) por casualidades de la vida, ve anunciada en un cabaret a Rosa quien resulta ser una antigua amante que había conocido con el nombre de Rebeca ¡Tómala barbón!
Lo anterior, sirve como pretexto para que Orol saque a relucir su repertorio de chairas mentales en un flashback larguísimo, repleto de momentos de humor involuntario, sólo superado en torpeza por el estadounidense Ed Wood. Gracias a ese dichoso flashback, técnica narrativa recurrente del cine oroliano, nos enteramos que Johnny era un mecánico que se pasaba de buena gente y no le cobraba a los clientes. Abandonado por la esposa, hundido en la miseria y cansado de ser decente, decidió dedicarse a algo más productivo, teniendo como opciones: ponerse a limosnear, ser una especie de Gigoló light o meterse de pistolero, eligiendo lo último. Más fácil hubiera sido entrar a la política pero en el fondo quizá no era tan vil.
Como dicta el género, las mujeres son la desgracia de los hombres y en cuánto aparece Rebeca, el gallego se propone convertirse en el rey del hampa para ser merecedor de semejante hembra. La película destila misoginia al por mayor, sin embargo, eso no la hace menos divertida.
Ya con la interesada mujer a sus pies, Carmenta continúa la carrera delictiva hasta que es capturado. Es ahí cuando ella desaparece. Después de una serie de explicaciones enredadas y absurdas, resulta que el raquítico personaje escapó de la cárcel (escena que como muchas otras para abaratar costos solo se menciona) ¡Eso es saber cómo hacer cine con tres pesos!
Sin duda, el momento épico que da nombre a la singular infamia cinematográfica se presenta cuando, Pancho el charro del arrabal cae de sorpresa en la guarida de Johnny Carmenta, no sin antes regalarnos una lastimosa imitación de Pedro Infante. Trifulca de risa loca protagonizada por charros que avientan sillas a donde caiga y gangsters tirando golpes al aire sin ton ni son. Hagan de cuenta queridos lectores, que se trata de una versión corregida y aumentada, de uno de esos videos de borrachos peleoneros. Una verdadera pachanga.
Productor, director, guionista, actor e incluso compositor de algunos temas musicales (con el seudónimo de “Jehová” ¡Háganme el favor!), Juan Orol creó un alter ego inverosímil, remedo de Humphrey Bogart; cantinflesco en sus intentos para convencer al público de su habilidad como boxeador o luchador de judo siendo poseedor de un físico cadavérico, más semejante a Agustín Lara que, al personaje de acción que pretendía ser.
Obra chafaldrana llena de diálogos chuscos, actores que por error miran a la cámara o salen de cuadro por accidente, muertes chistosas que arrancan la carcajada, escenas de un partido de fútbol que no viene al caso, escenografías pintadas casi casi con crayola y canciones guapachosas cada cinco minutos. Obvio, los números musicales son un vehículo para el lucimiento de Rosa Carmina, pareja sentimental de Juan Orol en la vida real.
Y con éste consejo para los aspirantes a director me despido.
Si quieren ser como Orol,
sólo deben ser maletas,
un título original…
sería Chakas contra Zetas.