Poor Things: En el nombre de Yorgos, de Tony y de mi querida Emma
Por si no había quedado claro, Yorgos Lanthimos se ha ido abriendo paso desde hace unos años como un director al que hay que seguir. Su estilo distintivo permite una comprensión y un replanteamiento hacia nuestro comportamiento en la sociedad, aunado a su afinidad por la curiosidad extraña e insaciable por la psique humana y un tono singularmente reconocible de sátira con toques de drama. Si “Dogtooth”, “The Lobster”, “The Killing of the Sacred Deer” y “The Favourite” fueron más que pruebas suficientes de este nuevo enfoque, “Poor Things” no sólo reafirma su posición como un grande del cine, también consolida a Emma Stone como una de las mejores actrices de su generación.
Como si de un cuento de hadas se tratara, Lanthimos crea una historia sobre la liberación, exploración, emancipación y reivindicación de la mujer debido a la explotación a la que se ve sometida por un modelo patriarcal y machista. Sin embargo, el tema principal ni siquiera está enfocado al feminismo, sino al libre pensamiento, a señalar las ataduras que resultan de los convencionalismos sociales y las expectativas de comportamiento. Genera una especie de reto al espectador sobre cuestionarse por qué piensa y actúa de la forma en que lo hace, dando como resultado una delgada línea que separa la situación planteada y el absurdo de la misma. Esto se complementa con un fabuloso diseño de producción donde el estilo victoriano está lleno de imágenes oníricas que nunca dejan de sorprender, un mundo tan vívido como extraño donde las personas visten trajes caprichosos en escenarios que atraen a un reino intrigante y fantástico.
Puede verse mucha inspiración en la novela de Mary Shelley, así como en el trabajo de otros directores como del Toro, Gilliam e incluso un poco de Burton, pero el director evita convertir a este proyecto en un caso de estilo sobre sustancia con un guion muy rico que es tan ingenioso y profundo como burdo. Aporta su propia visión a esta temática mediante todos sus recursos posibles: fotografía a blanco y negro, zoom-in, lentes de ojos de pez, un diálogo perversamente obsceno que resulta imposible no estallar en carcajadas, una puesta en escena meticulosamente planificada, y por supuesto, sexo… mucho sexo. No obstante, esta estilización no se sobrepone a la libertad que demuestra ante un tema tabú, como la prostitución, por más escandalosa que parezca, es curiosa por lo menos y abre debate a varios puntos de vista.
Ha habido mucho revuelo sobre el uso y el rol que tiene el sexo dentro de la historia por ciertas cuestiones que han levantado cejas en más de una ocasión. Sin embargo, el acto sexual como herramienta de autodescubrimiento y aprendizaje no parece descabellado, más bien este asunto se afronta con un honesto descaro (y su implementación es tan natural que divierte o a veces enternece). Es una metáfora de romper los tabúes que merman y nublan el pensamiento, es alabar la etapa de descubrimiento y no cerrarse a teorizar qué pasaría si uno tuviera la libertad de explorar y experimentar. Profundiza en cuestiones sobre la existencia humana, la vivacidad de la curiosidad y el costo del amor, los roles de género y la sexualidad, revelando un mundo sorprendente donde todo es posible, pero que también critica a la sociedad en la que vivimos y cómo la aceptamos sin cuestionar el por qué (una comparativa directa sería el experimento de los monos y las bananas).
Pasando a las actuaciones, Mark Ruffalo hace una especie de contraparte a sus primeros papeles en comedias románticas: un personaje bastante patético y que representa la toxicidad masculina, el anhelo de poseer a una mujer y controlarla a su imagen y semejanza, mientras que Willem Dafoe se apropia de un científico loco en exterior, pero complejo en interior por ciertos atisbos de soledad. Sin embargo, no puede negarse que nada de esto sería posible sin la maravillosa presencia y el compromiso de su actriz principal. Firme a su filosofía de trabajo, Emma Stone es magistral, ingenua, divertida y tierna como una criatura (muy reminiscente a la novia de Frankestein), que mientras aprende de la vida, también da lecciones a los que la conocen. Es más, a riesgo de ser linchado, me atrevería a decir que, por esas capacidades, curiosidad, aprendizaje, la forma en que dice las cosas o cómo se las cuestiona, en cómo se expresa, sus interacciones sociales, e incluso sus propios orígenes, Bella Baxter se ha consolidado rápidamente como uno de los mejores personajes con Asperger o dentro del espectro autista. Una mujer que va despertando sus sentidos y a quien nada ni nadie puede detener.
Un derroche de fantasía y provocación que incluso las motas de polvo que tiene como el pobre uso de sus efectos por computadora (que no son malos, pero la pantalla verde se nota a veces y no encajan orgánicamente con el resto de la producción), la forma tan brusca en la que Bella entiende y acepta el concepto de la muerte y las controversias que pueden generar las escenas de sexo debido al contexto y los orígenes de su protagonista (por más que la propia actriz ha dicho que no le incomodó hacerlas), no son impedimento para ver un fabuloso viaje que retrata la mundanidad de la vida y la necesidad de la curiosidad por explorar, por aprender, por comerse un mundo que se queda pequeño para una intrépida mujer que ya no es una niña. Yendo más lejos, podría verse esto como otra versión de “Barbie”, pero mejor escrita, dirigida, actuada, más abierta a debate y que no recurre a estereotipos o discursos victimistas tipo “puto patriarcado”.