¿Quién Mató a Sara?: El Conde De Montecristo Contra Los Whitexicans.
Dudo que Alexandre Dumas (1802-1870) hubiese imaginado que su magnífica obra “El Conde De Montecristo” (1844), relato de injusticia y venganza por excelencia, sería recreada una y otra vez hasta llegar al plagio descarado. Y es que si bien la serie de Netflix “Quien Mató A Sara?” (José Ignacio Valenzuela, 2021) no se ostenta como una adaptación de la novela del autor francés, los paralelismos son más que obvios.
La enésima historia de la venganza de un infeliz encarcelado injustamente llega al servicio de streaming, ubicada en tiempos actuales y con ello remitiendo inevitablemente a la telenovela argentina “Montecristo” (2006), adaptación moderna que tuvo remakes en México, Colombia, Chile, Portugal y hasta Rusia…reciclaje sin fin, pues.
No obstante, y pese a estar plagado de estereotipos, el relato resulta dignamente entretenido y se muestra atrevido al tocar ciertas temáticas que son casi tabú en la televisión hispanoparlante.
De qué va?
Tras pasar 18 años tras las rejas acusado injustamente por la muerte de su hermana Sara (Ximena Lamadrid), Alex Guzmán (Manolo Cardona) planea su justa venganza contra el despreciable empresario español afincado en México César Lazcano (Gines García Millán) y su familia de maleantes. Su investigación lo llevará a descubrir, sin embargo, una intrincada y perversa red de crímenes más allá del asesinato de su hermana.
Complementan el reparto Carolina Miranda, Alejandro Nones, Eugenio Siller, Claudia Ramirez, Luis Roberto Guzmán, Fátima Molina y la cantante Litzy.
Clichés tras cliché
Todos los elementos están allí en una, eso sí, glamurosa CDMX contemporánea: el enésimo emulo de Edmond Dantes, el villanisimo empresario europeo rodeado de secuaces tan o más malévolos, familia millonaria orgullosa de su apellido pero clasista y moralmente podrida; “Whitexicans” viviendo la vida loca en contraposición del proletariado luchon, personaje católico y rezandero pero más malo que los camarones echados a perder, blah, blah, blah…
Sin Tapujos.
Mas no todo es repetición sin cansancio. El guion se aleja del cliché del héroe imbatible, de la víctima inmaculada y angelical y de “whitexicans” inútiles que solo saben de fiestas y drogas, y eso se agradece.
En concordancia con los tiempos que corren, la violencia es mostrada sin demasiada vergüenza, aderezada con desnudos y sexo que rayan en el “softporn”. Se tocan temas como la trata de personas, la exploración sexual, la tortura y el adulterio sin disimulo, muy lejos de la moralina “progre” de Netflix y muy inusual en la habitualmente conservadora televisión nacional.
Las actuaciones son adecuadas y contenidas, sin el excesivo melodrama al que estamos acostumbrados en México. Destacan la bella Claudia Ramírez como la siniestra matriarca de los Lazcano, en total contraposición a sus habituales papeles de doncella angelical, y Eugenio Siller como el atormentado Chema Lazcano, dejando muy atrás su imagen de galán de bobas telenovelas.
Pero ¿entretiene?
Ofrece un justo entretenimiento, con buen ritmo e interesantes giros de tuerca. Lo que parece obvio entre tantos clichés quizás no lo sea tanto.
Hay que verla?
Si bien no es una obra que marcará un antes y un después, da gusto ver producciones mexicanas que no sean comedias románticas absurdas como Omar Chaparro. Es altamente recomendable para pasar esta pandemia sin fin. Una segunda temporada ha sido confirmada, así que veanla y déjense llevar.