Recomendaciones de Culto: Peeping Tom
Sin duda, existen cinéfilos de distintas clases. Los que gustan de ver una cinta en la comodidad de su hogar, los que prefieren asistir a las salas cinematográficas y los que disfrutamos ambas actividades.
Sin embargo, hay una característica que innegablemente compartimos y es el hecho de que a todos nos gusta mirar. Sí, los cinéfilos somos voyeristas por naturaleza, dicho no necesariamente en el sentido sexual de la palabra.
Psicosis de Alfred Hitchcock, aborda el tema de una forma quizá no explícita pero si contundente. El maestro del suspenso nos introduce en la historia a través de la ventana de un hotel, invadiendo la intimidad entre Janet Leigh y Jean Gavin. Nos convierte en testigos secretos de una pasión que debe permanecer oculta entre dos personas. Posteriormente, hace su aparición Norman Bates, el psicópata aficionado a espiar a sus inquilinas a través de un orificio.
En la célebre escena de la regadera, es escalofriante observar a través de los ojos del asesino el violento ataque a la indefensa mujer. Sin embargo, también representa un placer culposo para el público, saber cómo culmina el homicidio. En esta parte Hitchcock nos envía un claro mensaje: Norman Bates no es el único al que le gusta mirar.
Con la maestría que lo caracterizaba, Hitchcock a través de la mirada de sus personajes consiguió que cada espectador materializara en la imaginación sus propios horrores. Como en la escena en que Vera Miles encuentra un álbum en el sótano de la casa y al abrirlo lanza un grito de pavor sin que nos sea revelado su contenido.
Durante mucho tiempo, Psicosis fue para mí, el filme voyerista por excelencia, hasta que tuve la oportunidad de ver Pepping Tom. Dirigida por Michael Powell en 1960 fue víctima de los críticos, quienes la consideraron un sub-producto Clase B enfermo y bestial. Con el tiempo ha sido revalorizada por directores como Martin Scorsese y elevada a la categoría de película de culto.
Peeping Tom inicia con una toma subjetiva. Desde el principio el espectador y el protagonista se mimetizan. El lente de una cámara nos hace testigos y, al mismo tiempo cómplices de los crueles homicidios cometidos por un asesino obsesionado por filmar las expresiones de horror de sus víctimas.
Mark Lewis (Carl Boehm) es un joven camarógrafo que combina su trabajo en el cine, con el oficio de fotografiar chicas semidesnudas. Tras su imagen conservadora e introvertida, se esconde un ser atormentado por un secreto del que más tarde, solo su vecina Helen (Anna Massey) tendrá conocimiento. Mark parece encontrar en Helen el objeto de su afecto, sin embargo es incapaz de frenar sus impulsos de matar a las mujeres que aparecen tras la lente utilizando su propia cámara como arma homicida.
Peeping Tom, no es solo una película de suspenso sino un tratado del cine dentro del cine, un análisis acerca de la pasión que produce el estar delante o detrás de una cámara. La cinta refleja también ese interés o preocupación que, en menor o mayor medida, provoca en cada uno de nosotros, mirar o sabernos observados. Es así que en la cinta desfilan: un protagonista traumatizado por haber crecido bajo la vigilancia enfermiza de su padre, una chica interesada en sus filmaciones, un comprador de fotografías eróticas, una modelo desfigurada contratada para solo mostrar su cuerpo, una mujer deseosa de ser filmada por Mark, un director de cine, e incluso una mujer ciega, quien irónicamente ha descubierto lo que los demás no han visto.
Obra retorcida y macabra que cuenta con una buena dosis de humor negro y una carga dramática aceptable. El tiempo le ha pasado factura, pero se cómo curiosidad vale la pena “echarle un ojo”.