Rifkin’s Festival: un cineasta olvidado en un lugar equivocado.

Estrenada y sirviendo como apertura para la pasada 68° edición del Festival de Cine de San Sebastián, “Rifkins’s Festival” nos muestra la historia del enésimo alter ego del neoyorkino (interpretado ahora por Wallace Shawn), un exprofesor de cine con pretensiones de escribir una novela pero quien pasa por una crisis existencial que lo lleva a un bloqueo creativo (otra vez) y cuyo matrimonio está en declive (otra vez), y quien vive ese episodio de su vida acompañando a su esposa al Festival de cine de San Sebastián, donde también una vez más nos remarca su desdén y desencanto por la industria y comercialización del cine. Y es que Allen bien pudo haber simplemente reciclado guiones pasados, actualizar el nombre de sus personajes y cambiado de locación, pero entrega en éste su 49° largometraje para cine, una fórmula que pareciera hacer en piloto automático.

Aunque siendo justos, y como ha pasado recientemente con otros artistas y directores por demás consagrados, es difícil evaluar sus obras recientes sin caer en comparaciones con sus mejores trabajos ya de hace muchos años atrás, ya que mirándola con moderación, tiene algunos elementos rescatables y puede ser una ligera pero agradable comedia romántica, que si fuera de la autoría de un cineasta más joven (Allen está por cumplir 85 años) y menos experimentado, incluso alcanzaría a recibir alguno que otro halago. Pero no es el caso, y aun dejando de lado cualquier polémica de las que lo rodean, ésta es una simple creación más de Woody Allen que no aporta nada nuevo ni a su carrera ni mucho menos al cine.

Si bien algo rescatable es la manera en que plantea una especie de homenaje a clásicos cinematográficos, tal como ya lo hacía en algunas de sus primeras películas, vemos fragmentos a modo de parodia de algunas obras emblemáticas de sus directores admirados como Luis Buñuel, Orson Welles, Federico Fellini, François Truffaut, Jean-Luc Godard e Ingmar Bergman (el momento del “Séptimo Sello” es quizá lo más divertido) y estos pequeños sketches además de servir de respiro al comercial turístico de San Sebastián, funcionan como apoyo a la realidad que está viviendo el protagonista ya que se presentan como sueños que va teniendo este, y que están filmados en un bonito blanco y negro (el responsable no es otro que su fotógrafo de cabecera Vittorio Storaro). Y me parece que esto funciona como alusión al festival de cine que cada quien podemos tener en nuestro interior, donde repasamos aquellas películas que amamos y que de alguna manera nos ayudaron a sobrellevar nuestra existencia en ciertos momentos.

Pero ciertamente, fuera de esto no tiene nada especial, nada brillante, y probablemente solo termine encantando a los más acérrimos fans del director y a los residentes de aquella ciudad vasca por las hermosas postales que nos regala Storaro de esta bella ciudad. Es posible que esta sea la última película del neoyorkino, un tanto por pandemia, un tanto por su edad y sobre todo porque como bien sabemos, media industria le ha dado la espalda y cada vez se complica más que sus obras vean la luz. Aunque a pesar de todo pareciera que se rehúsa al retiro, pero sea como sea es evidente que su cúspide cinematográfica fue hace ya varios años.

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Acerca del autor

Clementine   @@lupistruphis  

Escéptica ante todo, pero con una gran curiosidad. Amante del café y del aroma a libros viejos. Nostálgica e idealista sin remedio. Alguna vez de niña me llevaron al cine, y siempre vuelvo a él porque siempre me salva.


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