Roofman: El Nuevo Robin Hood
Aunque fue bajando su calidad con los años debido a su constante intermitencia, Derek Cianfrance ha llevado un paso perfecto en su filmografía, donde sobresale la química romántica que destilan muchas de sus parejas protagonistas. Luego de las infravaloradas “Blue Valentine” y “The Place Beyond the Pines” y a casi 10 años de su última película (el fracaso “The Light Between Oceans”), nos llega “Roofman”, que se eleva por encima del promedio convencional de este año, dándole un poco de esperanza para conseguir nominaciones en la próxima ceremonia de los Oscar.

Esta biopic nos cuenta la historia real del fugitivo Jeffrey Manchester, conocido coloquialmente como Roofman, un ex oficial de la Reserva del Ejército de los Estados Unidos que, en un intento por proveer a su familia, comenzó a robar las sucursales de McDonald’s después de ingresar a sus instalaciones a través del techo. Sin embargo, tras fugarse de la cárcel luego de ser arrestado en uno de sus atracos, permaneció escondido en una juguetería Toys “R” Us por 6 meses. Desempleado, buscado por la policía y sin posibilidad de contactar de nuevo a su hija, trató de sobrevivir con lo mínimo, a la vez que intenta pasar desapercibido de un mundo que va olvidándolo.
Aunque Roofman inicia como un atraco lleno de comedia de enredos bajo el arquetipo del criminal carismático, lentamente Cianfrance construye un drama reflexivo sobre de la precariedad social con cierta crítica hacia la toxicidad laboral, explorando la conexión humana y la ilusión de creer que el amor se da a través de cosas materiales. Cabe aclarar que el director habló con el verdadero Manchester para construir la narrativa, lo que permite construir un perfil psicológico de un ladrón increíblemente inteligente a la hora de planear un atraco o engañar a todos a su alrededor, pero que a la vez no es una mala persona, sólo alguien que quiere darle una mejor calidad de vida a su familia. Aun así, los toques de comedia están presentes durante el desarrollo, lo cual la hace entretenida y permite acercarse más a la desesperación causada por la presión económica.

No es de extrañar que por esta razón la dirección se aprovecha del espacio de la juguetería en su totalidad, logrando que, a pesar de la vivacidad de los colores del edificio, la imagen luzca opaca y fría, dando a entender el aislamiento voluntario y la dificultad por mantener la mente ocupada, por buscar alimento fuera de los dulces y robar videojuegos para intercambiarlos por dinero. De ahí que la melancolía se presente rápidamente y permanezca incluso llegado el momento de salir y aventurarse al mundo. Sin embargo, es aquí donde Roofman empieza a flaquear, pues a partir de la salida al exterior se aleja del thriller, el ritmo comienza a arrastrarse y varias escenas a alargarse. Esto pesa más en las escenas en las que el romance aparece, ya que redunda sobre todo en la interacción con las hijas del nuevo interés amoroso. Levanta ya en el último acto con un buen cierre, pero el daño está hecho.
Pero lo realmente sorpresivo de Roofman es que finalmente Channing Tatum obtiene una actuación digna de su limitado rango actoral, siendo una fuerte candidata a la mejor interpretación de su carrera. Entre su carisma natural y un retrato bien desarrollado y convincente del antihéroe, hace lucir a Jeffrey como una especie de Robin Hood moderno, siendo también testigo de los abusos y las relaciones entre jefes y empleados. Este apartado lo completa Kirsten Dunst como Leigh Wainscott, madre soltera que trabaja en el Toys “R” Us y forma una relación romántica con el criminal. La química entre ellos es creíble y tienen sus momentos emocionalmente entrañables, y a través de ella se hace posible por un instante el deseo de una segunda oportunidad. Del resto del reparto sobresale Peter Dinklage como el jefe de la tienda y Lakeith Stanfield en un papel de apoyo necesario para el inicio y el final.

Roofman es otro ejemplo de una película que es más interesante que buena, en gran parte por centrarse más en el “qué” que en el “por qué”, y aunque las intenciones de aspirar al premio mayor son notorias (en especial por una posible nominación a Tatum), funciona como la prueba de ver hasta dónde llegan los límites por querer aspirar a una mejor vida y qué estamos dispuestos a sacrificar para conseguirlo. Un retrato de la vida idealizada que Manchester nunca podrá tener (y tal vez él lo sabía), pero que también funciona como reflexión al consumismo de las masas, más aún en estas fechas de fiesta.