Saint Maud: Un religioso descenso a la locura
Existe una larga tradición en el cine de terror, más específicamente en las películas que involucran exorcismos, dónde una figura religiosa es la que intenta salvar a la víctima de posesión del ente maligno que la acosa. Pero, ¿qué pasaría si la persona que intenta salvar a los demás es la que parece estar poseída? Una persona que, en su megalomanía, da por hecho que todo lo que ocurre a su alrededor son señales personales de dios y que su vínculo con el le da el poder de juzgar o salvar a los que ella considera como almas condenadas. Bueno, pues es un poco en esa pregunta que Rose Glass cimienta la premisa de su filme debut, Saint Maud.
Maud (Morfydd Clark) es una enfermera paliativista que queda a cargo de Amanda (Jennifer Ehle), una bailarina retirada que ahora padece un cáncer terminal que la tiene postrada en una silla de ruedas. Las responsabilidades de Maud son básicamente darle su medicina a tiempo, ayudar a Amanda con ejercicios de fisioterapia, limpiar su casa y cocinarle, sin embargo, ella se adjudica una más y no menos importante: salvar su alma, ya que Amanda aparte de ser enferma terminal, es atea y lesbiana.
Es bajo está premisa que Glass empieza la exploración de su personaje y la disección de su lastimada psique. Un personaje evidentemente afectado por la soledad y el aislamiento, que encuentra en la religión un refugio y la validación que la sociedad no le ha dado, una sociedad a la que empieza a juzgar, con resentimiento y mucha superioridad moral, mientras camina sola por las calles y su voz en off nos va relatando todo lo que está mal, al menos desde su perspectiva, en el mundo, al más puro estilo de Travis Bickle en Taxi Driver. Un personaje de claroscuros que, según avanza el filme, se van convirtiendo en más oscuros que claros y esa silenciosa inocencia se va convirtiendo en rabia explosiva lista para dinamitar lo que sea necesario para cumplir lo que, según ella, dios le ha encomendado.
Saint Maud se va construyendo a través de momentos, momentos de mucha tensión y claustrofobia, en su mayoría bien conseguidos gracias al trabajo de cámara de Ben Fordesman, quien ha citado a Persona y a Repulsion como sus referencias para su trabajo en esta cinta y cuya influencia es más que notable. La edición de sonido y el soundtrack compuesto por Adam Janota Bzowski son otros puntos a favor.
Es prácticamente inevitable que muchos la comiencen a tildar de lenta y aburrida, sin embargo, para muchos otros, como yo, que encontramos interesante esa calma inquietante que se premia con un clímax deslumbrante que, a pesar de que dura muy poco, es lo suficientemente memorable para quedarse grabado en tu memoria mucho después de que los créditos terminaron de pasar en la pantalla, es una inversión de tiempo que merece toda la pena.