Sentimental Value: Hasta en las mejores familias.
Antes de casarme, mi pareja y yo tomamos unas pláticas prematrimoniales. Durante una de las sesiones nos invitaron a reflexionar sobre todas aquellas cosas, tanto positivas como negativas, que habíamos vivido en nuestro hogar. Mencionaban que esto era importante, pues existen raíces de ciertos comportamientos que pueden trasladarse a lo largo de varias generaciones (conocidos coloquialmente como Daddy o Mommy Issues). Es ahí donde la nueva película de Joachim Trier, Sentimental Value, brilla, pues explora las consecuencias y semillas de una serie de comportamientos que indirectamente se van trastocando de generación en generación.

Sentimental Value sigue a Gustav Borg, un director de cine aclamado que abandonó a su familia cuando sus hijas, Nora y Agnes, eran pequeñas. Tras la muerte de su madre, tanto ellas como Gustav se ven obligados a acercarse. Borg aprovecha este suceso para proponerle a Nora el papel principal en una de sus obras más personales, la cual guarda secretos en torno a su propia familia. Nora, aún con las heridas de la crianza que le dio su padre, decide rechazar el papel, lo que llevará al director a intentar hacer su película a toda costa.
Lo primero que hay que destacar de Sentimental Value es la buena escritura de sus personajes, empezando por Gustav, un tipo quea pesar de que sus obras son catalogadas como humanas y profundas, es incapaz de conectar con su familia, derivado principalmente de un trauma de su niñez. Es el actor principal que mueve los hilos de esta trama, pues la realización de su película será el epítome de lo que moverá a toda la familia.

Por otro lado, tenemos a las hermanas Nora y Agnes, dos polos opuestos: la primera dedicada a su carrera, con tendencia a sufrir ataques de ansiedad cada vez que sube al escenario; la segunda, con una vida y carrera más estables junto a su familia. Y desde aquí es fácil entender que la exigencia constante de Nora por ser una excelente artista nace de una búsqueda de “aprobación paternal”, y es por eso que ha priorizado por completo su carrera, además de tener dificultades para generar vínculos afectivos, heredadas también de lo que sufrió por parte de su padre.
Sin embargo, el guion de Sentimental Value va más allá de las raíces que se le han heredado a Nora y decide explorar el trasfondo de los traumas familiares de su padre. De cierta manera, el guion no solo se queda con el fruto, sino que, como si fuera un árbol genealógico, pinta las raíces de cada uno de los aspectos negativos y positivos de sus protagonistas, explicando por qué se comportan de cierta manera.

Lo interesante es que, además de plantear un conflicto entre padre vs. hija, Sentimental Value manifiesta una parte de conflicto hombre vs. sí mismo, añadiendo que la primera lucha es consecuencia de la segunda. Por ello, la resolución dependerá de la reconciliación y de aceptar lo que somos, aprendiendo que parte de ello es reflejo de lo que fueron nuestros antepasados, conciliando el presente con el pasado. En este sentido, hay un tipo de personaje que resulta importante y que funciona como una especie de coprotagonista: Agnes, quien termina siendo en gran parte la voz de la razón y quizás la parte intermedia del conflicto.
Otra arista interesante en Sentimental Value es el papel de Gustav, cuyo único vehículo para expresar o entender emociones es el séptimo arte. En los últimos años muchos directores han intentado encontrarle un valor agregado al cine a través de sus películas. Trier, sin embargo, le otorga un enfoque donde plasma que el cine puede ser utilizado como un mecanismo de empatía, para intentar sanar vínculos rotos o reconciliarse con traumas pasados. No en vano esta película tiene una capa de “cine dentro del cine”, y su título expresa precisamente esta naturaleza.

Otro aspecto a destacar en Sentimental Value es que no se ancla en la melancolía ni en el drama lacrimógeno, encontrando un ritmo balanceado. No se siente completamente una tragedia, pero tampoco tiene un tono gris o distante. En ese aspecto, se trata al espectador con inteligencia, sin necesidad de sobre estímulos para manipularlo: basta con lo expuesto en pantalla para entender la situación.
Quizás la parte más débil de esta cadena es Renate Reinsve, quien termina ofreciendo el desempeño actoral más “débil”, especialmente porque comparte pantalla con tres actuaciones de alto nivel: Stellan Skarsgård, que carga con la mayor parte del peso emocional de la película; Inga Ibsdotter Lilleaas, quien además de beneficiarse de un papel bien escrito, roba cámara; y Elle Fanning, que ejecuta tan bien su papel que logra sentirse como el elemento sobrante de la historia (ya que así lo requiere el guion).

Calificación
Dirección: 3.0
Guion: 3.3
Actuaciones: 1.8
Extras: 0.6
Calificación total: 8.6
Sentimental Value es una de las propuestas más interesantes del año. Quizás la mayor queja para muchos sería que no cuenta nada nuevo, pero el chiste no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Es ahí donde brilla: al mostrar una radiografía de una familia y las consecuencias de las raíces que ha dejado, un estudio donde los personajes encuentran la esencia de su ser no porque así tenga que ser, sino como parte de una transición generacional, todo sin caer en el melodrama ni en la lágrima fácil.

Quizás la invitación de Sentimental Value sea reflexionar sobre la definición de nuestro ser a través de esas características intergeneracionales que heredamos, y cómo, quizás sin quererlo, terminamos por transmitirlas también a nuestros hijos.
Resulta curioso que este mismo año haya habido otra propuesta que, en su tramo final, también hablaba de las herencias que los padres dejan a los hijos (Father, Mother, Sister, Brother de Jarmusch). Lo interesante es comparar el enfoque americano y el europeo sobre este tema: mientras Jarmusch lo plasma mediante una analogía con una serie de objetos almacenados en una bodega —que los hijos guardaban porque no sabían qué hacer con ellos o porque querían conservar algunas cosas—, el enfoque de Sentimental Value va más hacia la aceptación o reconciliación de aquello que nos dejan nuestros ancestros, y no como la herencia de una carga pesada de cosas útiles o inútiles.

Cada cultura es un mundo, cada familia es un ecosistema diferente. Como diría mi abuela: cada quien mata a las moscas como puede, unos con matamoscas, otros con insecticida… y otros, a cañonazos. En resumen: Tus abuelos no le dieron terrenos a tu padre, pero si un chingo de traumas que también te van a heredar.