Septiembre inicia aquí: Azahares Para Tu Boda
Los tiempos han pasado, vivimos la era de la información y tenemos acceso a las noticias del mundo con una rapidez nunca antes vista o incluso sospechada. La igualdad entre sexos es una realidad cada vez más cercana, la liberación femenina ha pasado de ser un “sueño guajiro” a ser una realidad, sobre todo en las grandes urbes. La mujer como símbolo de cambio e independencia económica e ideológica. Tan solo en México 41.5% de los hogares carecen de una figura paterna, siendo la madre de familia quien asume el rol de proveedoras, además del de amas de casa y en ocasiones, hasta de familias “satélite”, es decir, cuando alguno de los hijos forma una familia y ésta se adhiere al hogar materno.
Pero ni la tecnología, ni esta liberación femenina o aún la independencia económica e ideológica de estas mujeres representantes de una época ha podido cambiar un anhelo fruto de una vieja visión judeocristiana que ronda como fantasma las fantasías de toda mujer: casarse, salir “de blanco” de la casa paterna, tener hijos y formar una familia sólida, que no en vano la familia es la base de toda sociedad. Graduado son la mayoría de los latinoamericanos en la escuela Ismael Rodríguez, parecería que todo hombre lleva tatuado en el subconsciente un Pepe “El Toro” (es inocente) y toda mujer una “Chorreada”, arquetipos que por alguna extraña razón han logrado sobrevivir hasta nuestros días.
Azahares Para Tu Boda (Julián Soler, 1950) es un drama mexicano, latinoamericano diría yo, que se aleja de
historias charras y las estampas musicales que tanto me aburren, para centrarse en un drama urbano que se desarrolla durante la segunda guerra mundial. Adaptada por Mauricio Magdaleno de un texto para teatro de Nicolás de las Llanderas, Azahares… se mueve ágil entre épocas narrando la desdicha de la desafortunada Felicia (Marga López) quien víctima de las circunstancias que convulsionan a un mundo en pleno cambio, no logra cristalizar su sueño de consumar su amor con el hombre de su vida. Pero ojito, lejos caer en un melodrama barato y aburrido la historia atrapa por la manera en que la narrativa está salpicada de referencias históricas y refleja la ideología de una naciente clase media en el México de esa época.
Con un trabajo que remite inmediatamente al lenguaje del teatro, debe reconocerse el extraordinario trabajo de Don
Julián Soler quien si bien, no logra zafarse de contar con caras más que familiares en la época, su dirección logra que los actores estén todo el tiempo mesurados y gratamente naturales, así Doña Sara García abandona su papel de “abuelita de México” o “Grandma Luisa García” para ser una esposa amorosa y abnegada, como correspondía a la mujer de su época, un Joaquín Pardavé mesurado y a Marga López cuyo personaje se va desdibujando en una involución constante hasta terminar siendo una sombra más que habita esa casa que se derrumba como su sueño de amor.
Una vez terminado el teatral viaje, Don Julián termina la odisea de la triste Felicia dando un soplo de esperanza y contraste generacional con la aparición de una jovencísima Silvia Pinal quien así, de un plumazo, da pie a la desgarradora última línea de Felicia en la que se desata toda la frustración contenida por décadas y que sirve fondo para una última reflexión sobre la postura de una generación que se ve obligada no sólo a aceptar con resignación los vientos de cambio que soplan y las fallas de una educación estricta que falla como modelo de virtud y cae estrepitosamente ante los resultados de anular a los hijos.