Shayda: Madre libre de opresión
El 2023 fue una muestra de que la línea de lo que podría considerarse como “Película Internacional” se está borrando. Ahora resulta que los países anglosajones pueden usar otro idioma con tal de aprovecharse de los huecos legales para competir por el premio (en muchas ocasiones usando otro país como escudo humano). Si “The Zone of Interest” y “Past Lives” eran prueba de ello, se añade a la lista “Shayda”, que fue la elegida para representar a Australia en la pasada edición de los Oscar, y que no quedó en la selección final. Es una lástima, porque es una obra cruda, auténtica, poderosa, emotiva y desgarradora que se añade a la larga lista de cintas sobre la problemática que más aqueja a las mujeres musulmanas.
Así como Jonathan Glazer usó alemanes y Celine Song usó coreanos, ahora le toca el turno a Noora Niasari en su obra debut (y con la ayuda de Cate Blanchett en la producción). Hablada en farsi y ambientada en los 90, la directora aborda el tema favorito de la cinematografía de su país: un retrato preciso y bastante fuerte acerca de la violencia doméstica y de cómo una mujer de un país tan ultraconservador y machista como Irán tiene que afrontarla al estar acosada por su pasado, cuando tenga que proteger a su hija y así misma de su ex marido abusivo. La directora no duda en mostrar la fuerza que una mujer debe tener para ajustarse a una nueva vida, mostrando que incluso con el triunfo hay dolor, y aprovechando la celebración del Nowruz (el año nuevo iraní) como concepto de festejar el cambio y empezar a probar cosas nuevas.
Mediante un ritmo tranquilo y un tono reflexivo, explora temas familiares de miedo, resiliencia y esperanza a través de personajes que se sienten reales gracias a un proceso de escritura que no subestima la realidad y tensión de estas situaciones. Quizá por momentos falta más profundidad, pero da la oportunidad de experimenmtar la liberación y alegría por las que pasa Shayda, sin olvidar el suspenso implícito en cada escena al saber que “él” puede aparecer en cualquier momento y causar estragos a la incipiente vida que está construyendo. Así mismo, la presencia de la hija ofrece una exploración a ciertos atisbos de los daños mentales y psicológicos que la violencia doméstica y el divorcio infligen en los niños, usados por sus progenitores para perjudicar al otro, forzados a elegir a uno mediante favoritismos y muchas veces sintiendo culpa por un evento del que son inocentes (sorprende que el esposo, a sabiendas de que es un abusivo, tenga derechos de visita sin supervisión con su hija).
El enfoque completo de la historia yace en Zar Amir Ebrahimi, quién después de su elogiable desempeño en “Holy Spider” ofrece una actuación excepcionalmente conmovedora. Incluso, podría argumentarse que fue muy subestimada y pudo haber merecido más elogios. Hay que mencionar a la pequeña Selina Zahednia como Mona, sus ojos grandes y expresivos llegan al corazón en cada escena. Es más, gran parte de por qué la cinta funciona radica en la química de ambas actrices, la relación entre madre e hija se siente genuina, entrañable y muy real. Como extra, la presencia de Osamah Sami va aumentando la tensión progresivamente hasta llegar a una inevitable confrontación.
Cualquier otra persona hubiera convertido este proyecto en una historia de mujeres que escapan triunfalmente del patriarcado machista opresor. En cambio, aquí persisten los efectos de esa violencia, lo que lamentablemente la vuelve más realista. Puede que el final sea sumamente ordinario para lo que quería contar, pero el resto fluye tan bien que puede vislumbrarse un futuro prometedor para Niasari, así como una posible internacionalización para Ebrahimi. Lo que la hace aún más conmovedora es que está basada en la infancia de la directora, por lo que el toque personal agrega cierta introspección que hace que valga la pena darle una oportunidad.