Sing Street: Tributo ochentero que no necesita nostalgia
Sing Street es la tercera cinta musical dirigida por John Carney (Once, Begin Again), director irlandés mejor conocido en el medio por este tipo de historias con influencia rítmica que por sus otros discretos trabajos, además de estar nominado en dos de estos filmes a Mejor Canción Original por La Academia y siendo ganador del premio en una de estas ocasiones. Ahora, después de haber visto su última producción solo queda hacerse la pregunta: ¿Cuál canción de la película de John Carney estará nominada al Oscar esta vez? Hagan sus apuestas.
Otra cosa que distingue las cintas de este director es la naturalidad de sus personajes, especialmente identificables con aquellos apasionados por la música y que hayan tenido alguna vez el sueño de incursionar en este ámbito. En esta ocasión, Carney nos transporta a los 80’s para contarnos la historia de Connor, un chico de 15 años que forma una banda inicialmente para conquistar a una bella chica, al mismo tiempo que intenta huir de su complicada vida familiar.
Así es, la película está ambientada en esa época tan emblemática dentro de la cultura popular donde la revolución entre la música y el cine tuvo algunos de sus mejores años, mostrando los inicios de un chico dentro del mundo musical, desde la formación de su banda adolescente hasta la incansable búsqueda por encontrar un estilo definido, esto bajo referentes claros de los 80’s como fueron The Cure, A-Ha, Duran Duran, The Clash, Hall & Oates, The Jam, entre otros.
Sing Street es encantadoramente entretenida, contando con una serie de personajes secundarios de una estructura y carisma atractivos que complementan al inseguro y soñador protagonista; las divertidas y cautivadoras canciones amenizan notablemente la historia, sirviendo como pieza fundamental para conducirnos por las emociones de la figura principal. Una película que puedes ver en el cine sin sentir que desperdiciaste tu dinero, una mezcla cautivadora de ingenio y esperanza adolescente de la que no podrás escapar sin más de un par de sinceras sonrisas.
Sin embargo, el filme peca al no conservar en toda su duración esa genialidad que la distingue durante la primera hora, pues no despunta y lo que parece seguirá asombrándonos mantiene una narrativa en línea recta que deja la sensación de quedar debiendo. No es que al final resulte decepcionante, pero ese estanque del que es víctima hacia su segunda parte hace que su ritmo se mantenga sin sorpresas y que la chispa de la que éramos testigos pase a convertirse en ciertos clichés que harán predecible el final de la historia.
Cabe mencionar el efectivo tratamiento ochentero con que cuenta esta musical aventura, no basado en la nostalgia (de ahí el título de mi texto) sino mantenida como un elemento inevitable del que es parte, no sintiéndose exagerado en ningún momento y sin utilizarse como principal motivo para empatizar con el público (cof cof Stranger Things).
Sing Street resulta hilarante en una industria actual plagada de remakes y live actions desesperados, pues no necesitas siquiera haber vivido en los ochenta para dejarte embelesar por la esencia distintiva de aquellos tiempos; las pegajosas canciones del relato se encargarán de dejarte no solo la sensación de haber visto una buena película, sino que te complacerá esa frescura juvenil que te hará escuchar de nuevo el soundtrack en cuanto llegues a casa.
P.D. Por supuesto que mientras escribía escuchaba el soundtrack de Sing Street 😉 (oh oh oh the riddle of the model…)
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