Verano del 84: Poca originalidad en una atmósfera ochentera
En un suburbio como el de Halloween (1982), un chamaco que bien podría ser Bill Denbrough de IT (1990) advierte que hay que tener cuidado porque la persona menos pensada puede ser un asesino como se reveló hace muchos ayeres en Psicosis (1968). El puberto quien tiende a ver conspiraciones en todos lados cual si fuera Charlie Brewster de Fright Night (1985) intenta convencer a sus amigos que podrían ser Los goonies(1985) o el cuarteto de Cuenta Conmigo (1986) de que el responsable de una serie de desapariciones es el policía del pueblo, vecino del protagonista, a quien se dedican a espiar desde una ventana con binoculares en mano, para luego incluso aprovechar su ausencia y meterse en su casa, igual que en La ventana indiscreta (1954).
Dicho lo anterior, me atrevo entonces a cuestionar la originalidad de Verano del 84. Lugares comunes, personajes estereotipados (el gordito ni de milagro pasa por adolescente) y una atmosfera ochentera que se cuelga de la popularidad del programa de televisión Strangers Things. El cine de referencias no es malo, siempre y cuando no sean esas referencias la parte medular de una película como es el caso. Verano del 84 pretende ser un thriller adolescente que remite a las producciones spielbergianas, recurso tan en boga en la actualidad, por lo tanto no es una propuesta fresca y mucho menos novedosa.
Producción canadiense situada en los Estados Unidos (hasta con eso), que relata la mil veces reelaboración del vecino sospechoso-asesino, magistralmente abordada por Hitchcock y basada en el cuento Asesinato desde una pespectiva fija de Cornel Woolrich. Guion que, no hace mucho fue motivo de una querella cuando Spielberg, productor de Disturbia, fue demandado por emplear sin permiso la novela en que se basa La ventana indiscreta. Por tanto, Verano del 84 vendría a ser el plagio del plagio, lo curioso es que entre La ventana indiscreta y Disturbia existen más de cincuenta años de diferencia, mientras que, a ésta última y Verano apenas las separan poco más de una década.
Con más razón me sorprende ver que IMDB le ponga una alta puntuación y que un séquito de críticos y público alaben el cúmulo de clichés: el cuarteto pedaleando la bici por la calle, la llamada por walkie-talkie (antes teléfono) para avisar que el vecino va llegando, el voyeurista sorprendido infraganti, la impotencia del testigo porque no le creen, el malo buena gente, etc, etc.
Escenas tan vistas y hechos irremediablemente predecibles, causantes del sopor de un verdadero cinéfilo, sin importar la opinión de Sitges, Sundance o cualquier otro festival donde se haya presentado.
Verano del 84 –quitando el factor nostalgia- quizá funcione con niños de diez años, sin subestimar a los que pese a su corta edad tienen un bagaje cinematográfico importante o adultos que en su vida hayan visto una película de horror, bueno, y eso de “horror” es un decir, porque los sobresaltos brillan por su ausencia y a falta de algo extra qué contar y con la intención de hacer tiempo, se incluye a una niñera responsable de los sueños humedos de los chamacos calenturientos que como versa el dicho “nada más les prende el boiler pero no se mete a bañar”. Relación entre rubiecita mayor de shorts diminutos y escuincle virginal también de pantalón corto pero ñoño que tampoco termina por convencer, en fin, allá el director Francois Simard y sus chairas mentales juveniles.
Bien por la recreación de la época que, tampoco es la gran cosa, vamos no estamos hablando de Barry Lyndon o Los intocables; vestuario sacado de un outlet retro de Adidas, rolas de Bananarama, el guiño-homenaje “Estás viendo al próximo Spielberg” seguramente celebrado en el cine por la risita boba de un Geek; bonita paleta de color y unos protagonistas que cumplen pero les falta eso que sí tiene el Club de los perdedores de IT.
1984 nos regaló películas icónicas llenas de escenas grandiosas que se quedaron grabadas en la memoria del inconciente colectivo. Seguramente para diciembre, habré olvidado que vi esto el verano pasado.