The Brutalist: Te toleramos migrante, pero no te aceptamos
Un plano secuencia dentro de un barco de migrantes. Seguimos a Adrien Brody, quien, en medio de sombras, nos guía en su camino hacia la proa. De repente, una luz aparece al final de esta oscuridad: vemos la Estatua de la Libertad. Nuestro protagonista ha llegado a Estados Unidos.
Esta introducción de The Brutalist es una declaración de intenciones del director: estamos por embarcarnos en un viaje épico alrededor del sueño americano. Abróchense los cinturones, porque serán cuatro horas de puro cine.
Al igual que su protagonista, un arquitecto de origen judío llamado László, obligado a huir a Estados Unidos durante la posguerra de Europa en 1947 con la ambición de construir edificios robustos, amplios y complejos, “The Brutalist” de Brady Corbet es comparable a una de esas maravillas arquitectónicas: visualmente bella, pero llena de secretos detrás de cada puerta de esta construcción épica.
Los cimientos de The Brutalist son sumamente sólidos. A primera vista, parece una historia sobre las dificultades que enfrenta un migrante al llegar a un nuevo lugar: el idioma, la búsqueda de trabajo y el sustento diario. Sin embargo, Corbet irá llevando la narrativa a explorar un tema más complejo: la identidad. Aquí entra en escena Harrison, un magnate millonario fascinado por el talento de László, con quien establece una relación cercana. A partir de este vínculo, se desata un sutil juego de dominación y poder en el que Harrison busca explotar al máximo las ideas del arquitecto, aprovechando su condición desfavorecida, disfrazado de falsa modestia y amabilidad.
El retrato que pinta The Brutalist no se limita solo a la migración, sino que entrelaza varios temas. Uno de los más notables es la apropiación cultural por parte de las clases altas, un fenómeno sobre el que su director sostiene que se ha construido Estados Unidos. Esto no solo se refleja en la relación entre László y Harrison, sino también en la arquitectura de los edificios mostrados, pues muchos de ellos no responden a un estilo propiamente estadounidense, sino que representan la apropiación de otras culturas. Corbet plasma esta idea tanto en la narrativa como en el apartado visual.
The Brutalist también aborda una xenofobia silenciosa, que acepta ciertas partes de la cultura migrante mientras rechaza discretamente las que no agradan: “Te toleramos, pero no te aceptamos.” Los migrantes cargan con el peso de saberse no del todo bienvenidos, lo que los obliga a demostrar su valía constantemente. Esta necesidad de pertenecer lleva a László a entregar cuerpo, alma e ideas a la clase alta para poder permanecer. Harrison aprovecha esta situación para consolidar aún más su imperio.
Este microcosmos ficticio (¿o tal vez no?) parece una representación fiel de cómo se fundó y ha vivido la América moderna: construida sobre la desesperanza y el esfuerzo de la clase migrante y cuyo avance real puede no verse sino hasta la segunda o tercera generación. Lo que hace Corbet con The Brutalist recuerda en parte a lo que logró Martin Scorsese el año pasado con Killers of the Flower Moon: contar una historia épica sobre los orígenes de una nación y cómo esta se ha aprovechado de las clases más bajas para abrir paso a la modernidad. Desde lo general, Corbet va hacia lo particular, cuestionando a través la identidad y la autenticidad.
La fotografía de The Brutalist es impecable. Con un estilo vintage, se recurre al formato Vistavision, lo cual no es un capricho, ya que la arquitectura es esencial en la narrativa. Las tomas panorámicas destacan por su finura, mientras que los objetos, muebles y edificios resaltan por su color y textura, subrayando los mensajes de la cinta de manera contundente. El juego de sombras no es confuso ni aleatorio, pues marca distancias entre personajes secundarios y el protagonista, revela intenciones ocultas y refleja lo intangible a nivel personal. Además, ofrece una variedad de recursos visuales: planos secuencia, primeros planos y tomas con cámara oculta, demostrando que Corbet es un auténtico maestro del lenguaje cinematográfico.
En cuanto a las actuaciones, aunque muchos actores se apoyan en la solidez del guion, todos entregan interpretaciones destacadas. Adrien Brody sobresale, ofreciendo la mejor actuación de su carrera desde The Pianist. Su personaje, László, evoluciona pasando de la melancolía y tristeza, a la obsesión y la iluminación artística, para finalmente transitar por la locura, el enojo y la euforia. Brody merece a gritos su segundo Oscar, consolidándose como uno de los pesos pesados de la industria.
El resto del elenco también brilla. Guy Pearce y Joe Alwyn tienen momentos importantes, siendo este último parte de una escena clave para comprender gran parte del mensaje de la película. Felicity Jones, por su parte, actúa como el contrapeso perfecto para el personaje de Brody y ofrece dos escenas impactantes que la colocan entre las mejores interpretaciones de reparto del año.
Calificaciones:
Dirección: 3.5
Guion: 3.4
Actuaciones: 1.9
Extras: 0.5
Calificación final: 9.3 – Obra maestra
Las cuatro horas de The Brutalist están completamente justificadas. Cada acto cumple una función específica y, mirando en retrospectiva, no había otra manera de contar una historia tan ambiciosa en menos tiempo. Corbet no solo ha creado una epopeya visual, sino que le ha añadido un toque clásico, incluyendo un intermedio que resulta nostálgico y potente.
The Brutalist es una experiencia narrativa y visual que encarna el lema de que “el cine se vive mejor en el cine.” La película evoca la manera legendaria de contar historias y filmar de la época dorada del cine, cuando directores como Coppola, Scorsese y Spielberg sentaron las bases de la modernidad. En una industria cada vez más preocupada por lo comercial, Corbet ha tenido el valor de seguir los cánones más puristas, creando una película con sello de clásico instantáneo que, al igual que las grandes obras arquitectónicas, solo ganará en atemporalidad y belleza con el paso del tiempo. The Brutalist, en efecto, es cine.