The Fabelmans: El Rey Midas ha vuelto
Pasaron 17 años para que Steven Spielberg, alguna vez apodado “El Rey Midas”, pudiera retornar a su nivel artístico; entre muchos dramas convencionales, producciones nefastas y alguno que otro guion de aventuras o ciencia ficción desdeñable, la corona comercial de Hollywood había quedado sin monarca y aún sin alguien con el potencial que Steven demostró desde los 80 hasta principios del nuevo milenio.
Parecía entonces algo perdido, e incluso muchos de sus seguidores pensábamos que Spielberg necesitaría un milagro dentro del cine de aventuras o de ciencia ficción para reestablecer su nivel. Pero la sorpresa vino de su misma crisis artística y existencial, una que se extiende a muchos otros directores veteranos en una especie de tendencia narrativa en los últimos años, y en donde estos han decidido implementar como testamento, redención o simple pretensión, su autobiografía, con excelentes (Sorrentino), buenos (Cuarón), mediocres (Branagh) y también pésimos (Iñárritu) resultados ¿Dónde quedó Steven parado dentro de este catalizador emocional?
The Fabelmans es la historia de una familia judía compuesta por madre y padre, cuatro hermanos y la figura de un tío “adoptivo”, mejor amigo del jefe de familia. Este núcleo un tanto excéntrico y disfuncional recorrerá los Estados Unidos debido a los cambios de empleo del padre, un ingeniero informático en ascenso; en la travesía, el hijo mayor irá descubriendo su pasión por el cine, haciendo algunos cortometrajes con sus amigos y familia, lo cual lo llevará a descubrir un terrible e íntimo secreto familiar que cambiará su(s) vida(s) y ficticia estabilidad para siempre.
El principal valor del film es que Spielberg utiliza al cine como vehículo principal de la trama; desde el origen de su pasión hasta la temprana evolución de su quehacer fílmico, todos los personajes son desarrollados a partir de la cámara de su alter ego, de su crecimiento y manifestación artística, de su frustración al no poder dedicarse enteramente a la filmación, y finalmente de su montaje. Si, es el montaje quizá el “otro” personaje principal de la cinta, y del cual emerge el misterio principal de la misma, situado dramática y emocionalmente en la figura maternal.
Así mismo, y en armonía con su narración, es el montaje de la propia película la que nos devuelve a un Spielberg en todos sus laureles. Estamos ante un “coming of age” de formidable ritmo y que no se estaciona en situaciones redundantes, sino que se mantiene en movimiento retratando momentos y creando secuencias que nutren a su protagonista y a su entorno de manera constante. Aunque bien es cierto que su conflicto principal quizá no sea tan “intenso” como el de otros directores que en los últimos años se han puesto a contar sus trágicas experiencias, Spielberg encuentra a través de su siempre encomiable transmisión de emociones (en esta ocasión sin la cargada manipulación de otras de sus cintas, cof, cof, E.T.) el camino ideal para forjar un nexo y empatía inmediata hacía con el público, cautivándolo con su problemática familiar, y enamorándolo a través de su pasión por el cine.
Así mismo, tenemos a un Spielberg de nuevo demostrando también lo buen director de actores que fue (y es), exprimiendo todo el talento de los excelentes novatos en escena, y haciendo que Paul Dano, Seth Rogen y Judd Hirsch tengan rendimientos y tiempos adecuados para que su presencia y buena interpretación sirvan al desarrollo de su alter ego. Punto y aparte para Michelle Williams, que de nuevo en el arquetipo de “mujer – madre” con serios problemas mentales – emocionales, se roba la parte histriónica con un personaje que cumple con el objetivo de amarlo, odiarlo y sobre todo entenderlo al mismo nivel de intensidad.
Pero la cereza del pastel está en el final, pues cierto “cameo” hace que el film incremente su nostalgia y homenaje al cine mismo. Un agasajo que como bien lo mencionó mi compañero José Roberto en una transmisión, es lo equivalente a haber visto el regreso de Luke Skywalker en The Mandalorian (para los warsies).
Y ya que estamos en eso, hablemos de su tercer acto y epílogo. La cinta no es perfecta, sobre todo debido a una caída de ritmo y corte en su conflicto principal en los momentos finales de su segundo acto y previo a su gran clímax, que se suscita dentro de la típica secuencia escolar de cualquier “coming of age”. Aquí Spielberg vuelve a levantar su cinta hacía el olimpo, incluso luciendo más “Spielberg” que nunca, con tonos de humor bien acomodados (enfocado en la diferencia de ideologías cristiana – judía) y la inclusión de dos o tres personajes extras que van construyendo y erigiendo poco a poco ese gran acorde final que Midas siempre ha buscado en sus mejores obras. Y aquí lo vuelve a lograr. Tras la dirección de un documental escolar y el momento cumbre, donde el propio director a través de su alter ego nos regala el concepto de la fábrica de sueños y el entretenimiento, Steven guarda aún lo mejor para su poderoso epílogo, que en apenas cinco minutos regala la tridimensión que el relato requiere, con un bello homenaje visual al quehacer cinematográfico.
Junto con Spielberg, tenemos que también tomar en cuenta el resurgimiento de otro de los grandes maestros del cine, el compositor John Williams, que aquí también y al igual que su socio directivo, logra una de sus partituras más bellas e intimistas, sin grandilocuencias ni auto plagios de sus tonos aventureros, Williams vuelve a confirmar el porqué es uno de los más grandes compositores del cine.
Así mismo, el dos veces ganador del Oscar, y socio eterno de Spielberg desde 1993, el polaco director de fotografía Janusz Kaminski, convierte a The Fabelmans en una fábula visual que acompañan los estados de ánimo de su protagonista, y donde a través del cine, encuentra tanto la luz como la oscuridad de su presente y pasado, pero también la bella incertidumbre de su futuro.
El Rey Midas ha vuelto, y la verdad es que el cine y el público lo extrañábamos. El séptimo arte necesita a Spielberg, a este Spielberg, a esa marca y concepto que supo combinar de manera equilibrada el quehacer artístico con el entretenimiento, y entregar joyas de gran influencia e historia para el cine.
En The Fablemans, Steven da cátedra de cómo hacer cine mostrando el origen de su amor por el mismo. La naturalidad y la técnica visual con lo que lo filma, da como resultado un tan crudo como encantador relato de juventud acelerada, patrocinado por este “joven” que ve en el cine, su escape, su arma y hasta el manifiesto de su realidad.