The Smashing Machine: Cómo exprimirle una actuación a una roca
El estilo ya clásico de los hermanos Safdie (aunque ahora se trata del aparente divorcio e independencia de uno de ellos) se vuelve a hacer patente en “The Smashing Machine”, una atractiva propuesta que tiene como centro la historia real del luchador y pionero de las artes marciales mixtas, Mark Kerr, quien pavimentó el camino para el futuro éxito de la UFC.
The Smashing Machine se centra tanto en los primeros combates de este, como en su ascenso como estrella internacional, sin dejar de lado sus procesos personales, principalmente su lucha contra la adicción a los medicamentos opioides y sus conflictos personales, agravados por su personalidad. Es justamente esto último lo que lleva el peso narrativo de la historia, que se divide entre las interiorizaciones de los conflictos y el choque explosivo con la personalidad de su esposa.
Ben Safdie elige un ritmo cadencioso, que se siente contenido y que (propositivamente) no explota durante las batallas, sino que prefiere dejar su cámara y foco por fuera del octágono para enfocarnos en los personajes y sus batallas (literales y metafóricas). Nos entrega, así, más de lo que esperamos, pues se aleja de la fórmula de la biopic de un personaje semi-desconocido para la mayoría, para en su lugar entregar un buen relato acerca de perder y de las enseñanzas que deja el sentimiento de desorientación cuando esto sucede. Como el arte japonés del kintsugi, The Smashing Machine se trata de recomponer aquello que se ha roto, no escondiendo las fisuras, sino resaltándolas.
La Roca (Dwayne Johnson) es llevado por primera vez (aunque quizás debatiblemente la segunda) a mostrar que tiene el talento actoral que se ha visto opacado por su musculatura. Y es que, el otrora icono de la lucha libre, encarna a la perfección a Mark Kerr, permitiendo expresarse no sólo físicamente sino en un nivel emocional profundo, contenido (acorde con lo requerido y logrado por Safdie) y reflejando una vulnerabilidad que su propia figura pública no le había permitido. Su personaje no es del todo expresivo, debido a su misma personalidad, pero esto es justamente aprovechado por un casting adecuado y una dirección reconocible. Hay muchas pláticas desde el estreno en el Festival de Venecia de un potencial premio Oscar, pero en lo personal, creo que aún está lejos de este reconocimiento, logra atinadamente que el espectador se olvide de la estrella para enfocarse en el personaje (quizás logre la nominación, no obstante).
Dos personajes en The Smashing Machine brillan a la par: Emily Blunt en su papel de esposa insoportable, a nivel histriónico logra no sólo llegar a un punto exasperante, sino también generar momentos de empatía hacia su forma de ser y a las decisiones de su personaje. Se aleja de ser meramente la antagonista para poner sobre la mesa las razones válidas detrás de su actuar. De igual forma Ryan Bader en su papel de entrenador/amigo/cuasi-rival de Mark, entrega una actuación que, si bien tampoco es deslumbrante, sí cumple adecuadamente en su rol de apoyo narrativo.
Lo positivo del trabajo de Safdie es lograr una historia llena de humanidad, reflejando el sentimiento de derrota y reconstrucción, fracaso y resurgimiento, con la importancia de los lazos de amistad en estos procesos. Mantiene fidelidad a su estilo narrativo, que nos había ya mostrado en sus anteriores películas (aunque no alcance la maestría de estas) y mediante una ejecución correcta, logra nivelar el trabajo actoral de su reparto con una buena narrativa visual, apoyada en aspectos técnicos resaltables, como la música.
Si bien para el espectador promedio en The Smashing Machine podría hacer falta un poco de emoción, en realidad Safdie logra lo que se propone, que es expresar las emociones desde su fondo real y alejándose de la parafernalia que las llegan a rodear. Logra (y este es el mayor mérito de todos) exprimir de una roca una respetable gama actoral.