The Texas Chainsaw Massacre: Torpe, entretenida y sangrienta… muy sangrienta.
Continuando con esta ola de renacimientos de viejos asesinos que parecían haber muerto junto a la década de los 2000, vimos a Michael Myers y a Laurie Strode sobrevivir a otra noche de Halloween en Halloween Kills (2021), y vimos también a Sidney Prescott vencer a un nuevo Ghosthface en Scream 5 (2022). El siguiente en la línea era Leatherface, pero esta vez con la promesa de un enfrentamiento contra Sally Hardesty, la única que sobrevivió a su motosierra por allá de 1974.
Parecía que el encargado del proyecto sería Fede Álvarez, relativamente nuevo dentro de la industria pues su debut se dio en 2013 (no tiene ni 10 años), pero a su vez ya un viejo conocido gracias al éxito de su remake de Evil Dead (2013) y el éxito de su home invasion llamado Don’t Breathe (2016), ambas producidas por el mismísimo Sam Raimi. Sin embargo, Álvarez aplicó la de Michael Bay y su remake de A Nightmare on Elm Street, y fungió solo como productor poniendo al novato de turno a dirigir el filme.
El elegido fue David Blue Garcia, quien contaba con 18 títulos como cinematógrafo, pero solo 1 como director (Tejano, 2018), y quien tuvo la suerte de que a la productora Legendary Pictures no le gustara nada lo que habían filmado Ryan y Andy Tohill, los directores originalmente seleccionados para el trabajo, así que decidieron empezar de cero las filmaciones con David al mando y con otro novato a cargo del guion: Chris Thomas Devlin.
Lo que si se mantuvo igual desde un principio fueron las bases sobre las que se cimentaría la premisa de esta nueva secuela: 50 años después de la primera masacre, un nuevo grupo de adolescentes llegaría a Texas para encontrarse con la bestia que llevaba décadas escondida. Eliminando toda relación con secuelas previas y remakes anteriores, dando inicio a una nueva línea temporal en la saga. Un tropo nada nuevo, ya que David Gordon Green lo uso recientemente junto a Blumhouse para revivir Halloween en 2018, y empezar una trilogía a partir de ahí.
La historia sigue a Melody (Sarah Yankin) y su hermana Lila (Elsie Fisher), junto a Dante (Jacob Latimore) y su novia Ruth (Nell Hudson), quienes llegan a Harlow, Texas para emprender un par de negocios nuevos en ese pueblo casi abandonado, sin embargo, una de las propiedades que supuestamente habían comprado sigue habitada por una anciana que se rehúsa a dejar el lugar, ya que asegura que esa casa aún le pertenece, lo cual termina con la anciana siendo desalojada a la fuerza y muriendo posteriormente por el estrés de la situación. La cuestión aquí es que en esa casa también vivía Leatherface y esa anciana, ahora muerta, era su cuidadora y su único vínculo maternal/sentimental, haciendo que la perdida de ese ser querido despierte al monstruo.
Una de las cosas que mejor entendieron Blue Garcia y Thomas Devlin es que no que no tenían que replicar a rajatabla la entrega original de 1974, a pesar de que están conectadas directamente, pero vamos, ni siquiera el propio Hooper intento replicar lo que había hecho con su primera masacre de Texas en su secuela de 1986, y opto mejor por convertirla en una comedia negra de terror, al estilo de la Evil Dead de Sam Raimi. Esta nueva secuela se entiende mejor como un slasher influenciado por los años 2000, tipo House of Wax (2005) de Jaume Collet-Serra o la remake de My Bloody Valentine (2009) de Patrick Lussier, por nombrar algunos ejemplos que se asemejen al menos en el tono.
Ahora bien, ya había mencionado que la influencia principal de esta nueva masacre de Texas era la Halloween de 2018, y así es, no es muy difícil darse cuenta de que ese es el producto que intentan emular. Y si, replican la mayoría de los elementos de esa Halloween, sin embargo, el problema es que esos elementos no están respaldados por una mística que detone algún tipo de emoción en el espectador.
Me explico: En Halloween 2018, aunque Nick Castle, el Michael Myers original, no protagoniza toda la película, tiene un par de cameos como The Shape a lo largo de la cinta. Por supuesto también cuentan con Jamie Lee Curtis, que es básicamente el pilar de esa franquicia. Y como cereza del pastel, tienen a John Carpenter supervisando el guion y componiendo la música junto a su hijo. Todo ese fan service funciona con los seguidores más fieles de la saga, independientemente del resultado de la película. Es un atractivo adicional.
Texas Chainsaw Massacre 2022 no tiene nada de eso. Si, esta Leatherface, pero no está Gunnar Hansen, ya que el actor murió en 2015, y aunque estuviera vivo, probablemente se hubiera negado a aparecer como también se negó a hacer un cameo en la remake de 2003, ya que sintió que le faltaban el respeto al ofrecerle algo así. Y si, también esta Sally Hardesty, pero no interpretada por Marilyn Burns, quien murió en 2014. Y ni hablar de Tobe Hooper supervisando el guion, o siquiera como productor, porque también está muerto. Repito: los elementos están ahí, pero sin la fuerza para detonar una emoción.
Habiendo dicho todo esto, debo decir que disfrute mucho de la película. Sí, es muy torpe, incluso estúpida si quieren, pero también es muy entretenida, más entretenida que estúpida por momentos incluso. Los protagonistas son molestos e idiotas, pero es que siempre han sido así, la exploración de los personajes es de mínima a prácticamente nula, aunque yo no le reprocharía nada a eso, ya que agiliza la dinámica de la cinta, impidiendo que perdamos tiempo en cosas innecesarias. El momento del reencuentro entre Sally y Leatherface ocurre demasiado rápido y con cero épica, pero por otro lado tenemos esa escena en el autobús, que me parece un despropósito de violencia divertidísimo para cualquier aficionado del gore y los efectos prácticos, junto a otros momentos que enmarcan a Leatherface como si se tratara de un superhéroe, uno que se pone su máscara viendo al atardecer antes de regresar a su ciudad para impartir justicia, o lanzando su mazo para destruir adolescentes, como si fuese Thor en Los Vengadores destruyendo extraterrestres.