Train Dreams: Lo pesado y hermoso de existir
El cine puede ser también un vehículo para la meditación, un viaje sensorial que a través de su belleza visual y su cálida narrativa nos puede ayudar a reflexionar y contemplar la propia vida a través de ciertos personajes atemporales que fungen como el simbolismo de la misma existencia. Basada en la novela corta homónima de 2011 de Denis Johnson, Train Dreams se convierte en otra de esas películas de este año que aplican en dicha tendencia, la cual, en estos tiempos de alta tensión e incertidumbre, ofrecen al espectador una introspección realista, tan bella y humana, que nos exigen observar más allá de la tragedia para encontrar nuestro lugar en esta vida.

Estrenada en el Festival de Sundance y adquirida por Netflix, el novato Clint Bentley (guionista de Sing Sing) apenas en su segundo largometraje logra una maduración narrativa digna de elogiar. Train Dreams nos cuenta la vida de Robert, un hombre que, a través de la historia americana, desde el final del salvaje oeste hasta la llegada del hombre al espacio, busca el sentido de una pesada existencia moldeada por el trabajo, la familia y la tragedia.
El primer acierto de Train Dreams es la focalización en el desarrollo de Robert, dejando que dichos eventos históricos se relaten a través de su percepción y las situaciones que vive en su día a día en la interacción con su familia, compañeros de trabajo y personas que van redondeando su pasar a través de los años. Este “tour de forcé” va acompañado de una narración que, lejos de ser invasiva y que solo es usada en momentos clave, nos va guiando de manera cálida (la voz de Will Patton es esencial para lograr esa calma) hacía una reflexión que escapa del protagonista para llegar directamente a la audiencia, haciéndonos partícipes de la condición de Robert.

Aunque por momentos hay ciertos montajes referentes a los recuerdos y sueños del protagonista, en donde Bentley adquiere el estilo narrativo y visual de Terrence Malick (con esa estética preciosista en donde la imagen sofoca el sentido del tiempo), el director también adquiere una especie de marca personal al proseguir de manera cronológica la historia de este hombre cotidiano para convertirlo en una aventura emocional tan maravillosa como absorbente, y en donde el elemento “surreal” juega un papel importante al también ser parte integral de la realidad de Robert, un recurso que juega con el duelo y la culpa desde la parte trágica, y con la esperanza desde la parte vivencial.
Pero Train Dreams no es solo el manifiesto de un hombre ajeno. Es impresionante como Bentley, aunque maneja un rimo lento, en ningún momento se estanca, sino por el contrario, su narración es tan dinámica como la vida misma, y eso es gracias a la empatía y conexión que logra con Robert, un ser que experimenta el sacrificio del trabajo, el dolor de dejar a su familia, la resignación por el pan de cada día, la soledad y ese ritmo tan vacío que veces resuena en cada uno de nosotros gracias a la monotonía, pero que también y al mismo tiempo goza de los pequeños placeres, del amor de su familia, de la calidez de la cotidianidad, de una nueva platica y de sentarse al fuego entre compañeros de trabajo mientras descansa para talar otro árbol.

Por otra parte, habrá que decirle a Guillermo del Toro y a su Frankenstein que se hagan a un lado para reconocer a la mejor fotografía de este año. Lo que el cinematógrafo Adolpho Veloso logra con Train Dreams parece sacado de un sueño, pero es todo lo contrario, es nuestra bella realidad, una que a través de la tala de los árboles adquiere un simbolismo de reestructura social, de evolución tecnológica, de muerte, pero también de ese sentido de pertenencia hacía lo que de verdad importa: un nuevo amanecer. La estética es fundamental para la película, y resulta exponencial cuando a través del fuego la vida Robert dará un giro de 180° grados, perdiendo en ese momento aquel propósito que tanto le costó encontrar en su vida.
Dicho punto de inflexión no tendría el mismo impacto de no ser por un Joel Edgerton en lo que quizá sea el mejor trabajo de su carrera. Casi sin diálogos, y comunicando el sentir de Robert prácticamente a través de su mirada y movimientos, Joel es capaz de comunicar un gran rango de emociones en un papel tan hosco como inexpresivo, un hombre curtido por la fuerza, por el trabajo y por el hacha, de pocas palabras y que tiende a no quebrarse, hasta que por supuesto la carga es demasiada. Felicity Jones hace lo propio con esa dualidad entre fortaleza y fragilidad que la definen, mientras que los papeles tan maravillosos como transitorios de William H. Macy, Kerry Condon, entre otros, aportan lo necesario para redondear la percepción de Robert sobre la vida.

Train Dreams es una historia de vida, de muerte, de duelo, de sacrificio, de fantasmas, de evolución social (desde el ferrocarril hasta el espacio), de recuerdos, de nostalgia y melancolía, puede ser la historia de cada uno de nosotros, pero sobre todo es manifiesto fílmico sobre lo pesado y bello que es encontrar nuestro lugar, propósito y/o sentido en la vida ¿Será esto un sueño o una pesadilla? Robert nos enseña a aferrarnos al primero, siempre buscando esos pequeños y casi imperceptibles placeres para poder sostener toda nuestra existencia mientras estamos de paso por aquí
La escena en la que Robert ve por la televisión el primer viaje al espacio quizá resuma todo el mensaje es “Train Dreams”: la vida es tan efímera como bellísima.