Trainspotting 2, un gran viaje a la nostalgia noventera.
Como todos, iba con cierta reserva y un poquito de miedo, pues se trataba de la continuidad de un clásico que marcó a toda una generación que creció con ese “Choose Life” como modelo de vida, uno que fracasó en la mayoría de sus intentos (bien hundiéndolos con drogas que les dieron el pase directo a la tumba o rezagándolos a una vida de mierda que apenas y se soporta). Todos y cada uno de los que estábamos ahí, nos la jugábamos, pero al final, la sorpresa se asomó a nuestras ventanas perplejas, rio con nosotros y nos regaló el triunfo al ritmo de Lust For Life.
¡Lo lograron! Trainspotting 2 sale más que bien librada de la mordaz crítica que se lamía los bigotes por hacerla pedazos. ¿Por qué? Porque en primer lugar, la cinta más que una continuación, es todo un homenaje perfectamente estructurado que celebra la existencia de su antecesora de aquél lejano 1996; fotografía exquisita, un soundtrack divino y un guion lo suficientemente sólido como para sostener casi dos horas de metraje y la nostalgia de millones de chavorrucos. No se equivoque, evidentemente la trepidante aventura de antaño terminó, no espere aquel indescriptible impacto que sintió hace mucho más de 20 (como decía Arjona), tampoco espere que todos se rindan ante Danny Boyle y su dirección o ante las actuaciones de Ewan McGregor, Jonnhy Lee Miller, Robert Carlyle y Ewen Bremner. Lo que sí es digno de reconocer, es que la esencia se preserve, que los personajes hayan tratado de evolucionar, pero que terminen involucionando (salvo Spud, quien descubre que su salvación está en las letras), que agregando necesarios complementos del mundo moderno se logre una divertida homogenización que nunca se siente forzada, sino más bien adaptada con perfecta naturalidad y que finalmente, se logre ese viaje de turismo por el pasado que bien se apunta en la historia.
Créame, lo de menos es la nueva trama en donde una rusa de nombre Veronika, interviene en el plan de venganza de Sick Boy y Begbie. Pecata minuta, porque igual está bien hecha aunque a usted y a mí nos pueda parecer innecesaria. El tren se desplaza trepidante del pasado al presente y uno se sube a él para disfrutar sin pensarlo demasiado. Porque apetece y porque siempre viene bien. Insisto, estamos ante un ejercicio que intenta revivir el ayer aderezarlo con este presente que por momentos pareciera tener sentido y resulta casi lógico, así como nuestra propia vida. Hay momentos en los que Burn Slippy parece arrancar de nuevo y con ello, desencadenar ese correr como el viento, sintiendo los huesos fuertes, poderosos y resistentes de la juventud, pero se detiene, no termina de lograrlo y en su lugar, se ve sustituida por alucinaciones y el cansancio de quien se sabe que su tiempo ha pasado. ¿Pero sabe qué? Que no tiene nada de malo.
Al final, uno termina entendiendo que los amigos son esos, los que siempre y pese a todo se quedan con uno, que está chingón revivir la magia porque nos da fuerzas para seguir adelante y que como bien apuntaba el personaje de Diane en la primera cinta, todo cambia. Y lo creamos o no, es para bien.
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