Un Lugar llamado Música: Un mágico experimento transcultural.
Frases como “La música nos une” o “El poder de la música” han sido utilizadas de manera tan reiterada que ya suenan a cliché, a un concepto vacío. Utilizarlas para ensalzar la belleza de tal arte ya no es tan efectivo. Sin embargo, haríamos bien en medir nuevamente cada palabra de ellas para replantearnos cómo es que los acordes de una melodía, con sus infinitas variedades y tonos, han enriquecido nuestras vidas y momentos, volviéndolos agradables e incluso memorables. Más que un fondo, la música sí es sinónimo de poder, y por supuesto que es capaz establecer enlaces.
A través de esa perspectiva es como valdría la pena abordar el documental que tiene por nombre ‘Un Lugar Llamado Música’, ópera prima del realizador Enrique M. Rizo. Éste nos cuenta de cómo el renombrado compositor estadounidense Philip Glass cruzó su camino con Daniel y Erasmo Medina, músicos Wixárikas, para crear una convergencia en sus armonías. Esta colaboración, con sus respectivos bemoles y esfuerzos, conllevó una mezcla de sonidos, pero además de idiosincrasia, estructuras e idiomas.
Y es que, lo que empezó en la cabeza del director como la idea de un homenaje a Glass por su carrera y aparición en el Palacio de Bellas Artes, fue transmutando al conocer a los Medina, quienes no sólo representaban un acercamiento a la música tradicional de Santa Catarina Cuexcomatitlán, también una forma distinta de observar las costumbres de un pueblo indígena y las creencias en las que fundamentan sus actos y rituales.
Fue entonces que, por una parte, presentó gran segmento de la esencia de los wixaritari, quienes comienzan acudiendo con sus líderes para obtener el permiso de desarrollar este proyecto. A partir de ello, nos adentramos en un entorno que se siente en extremo ajeno a nuestras rutinas citadinas, donde las deidades y la naturaleza son pilares de la comunidad, que abrazan con un manto muy especial a los pobladores. La cinematografía de Iván Vilchis hacer alarde del esplendor del ambiente de modo contemplativo, realzando la pureza de la sencillez con la que interactúan, llevándonos de la mano a conocer la sierra, las familias y al Abuelo Fuego, una raíz de su peculiar sapiencia.
Por la otra parte está el violín del Venado Sagrado, instrumento con el que Daniel y Erasmo interesan al público y al propio Philip Glass, que deriva en la asociación que van desenvolviendo con ciertos tropiezos, casi todos causados por el intento poco fructífero de comunicarse. El wixárika requiere una traducción al español que a su vez traslade ese pensamiento al inglés, haciendo una cadena que en ocasiones, inevitablemente, se convierte en barrera. Al prescindir de las palabras para la confección, somos testigos de las interacciones, a veces chocantes y otras concordantes, del piano y el violín. La dirección de Rizo acierta en mostrarnos este trabajo como lo que es, sin idealizarlo: una serie de ejercicios que van de menos a más, donde la primera canción parece insostenible, y las últimas un triunfo de voluntad y cariño al sonido.
Exhibida en festivales como Ambulante y Morelia, ‘Un Lugar Llamado Música’ lleva a la cultura huichol a estelarizar una presentación en Nueva York, pero también trae a una estrella internacional a rezar frente a una fogata jalisciense. La magia de un encuentro cuasi imposible nos permite no sólo disfrutar de su fuerza transcultural, además funge como un hermoso recordatorio de que la música es un lugar al que se acude no únicamente como recreo, sino como complemento y crecimiento para nuestra persona.