Wicked: For Good – Segundas partes siempre fueron mal… vadas

Entrando con muy altas expectativas, tras un primer acto que logró levantar vuelo (desafiando la gravedad) y que gustó hasta a aquellos habituales detractores de los musicales y la fantasía, obteniendo además 2 premios Oscar de entre 10 nominaciones, incluyendo la correspondiente a Mejor Película, llega Wicked: For Good, el acto final de esta suerte de What If… y Spin Off de la gloriosa y clásica historia de El Mago de Oz.

Wicked: For Good gira en torno a Glinda, en su papel de fuente de esperanza y bondad para una sociedad de Oz quien vive a la sombra y el acecho de Elphaba, la ahora nombrada Malvada Bruja del Oeste. El distanciamiento entre ambas y los esfuerzos de Elphaba por hacer evidente la farsa del Mago son llevadas a sus últimas circunstancias, pero no logran terminar con su amistad y con aliados un tanto inesperados para su causa, que las lleva a una transformación personal.

Wicked: For Good apuesta por un deslumbrante diseño de producción que, más que simple telón de fondo, funciona como un auténtico circo de tres pistas. Cada cuadro está saturado de color, movimiento y artificio; un espectáculo que a ratos abruma, a ratos fascina, pero que en conjunto parece diseñado para desviar la mirada de una trama endeblemente construida. La película se mueve con tal exuberancia visual que uno sospecha que su principal propósito es evitar que pensemos demasiado en los huecos narrativos.

Debajo de ese brillo hipnótico late, no obstante, una metáfora bastante translúcida —y por momentos poderosa— sobre el impacto de la mercadotecnia, la publicidad y las redes sociales en la opinión pública. Wicked: For Good retrata a unos poderes fácticos capaces de moldear percepciones a voluntad, diciendo exactamente lo que la gente quiere escuchar y fabricando consensos tan frágiles como convenientes. Es un mundo donde la verdad es maleable y las narrativas sirven más como herramientas de control que como explicaciones sinceras de la realidad. En ese sentido, la cinta sugiere que siempre se necesita a alguien dispuesto a cargar con la etiqueta de “malvado” para que otros puedan brillar como “los buenos”, una dinámica tristemente reconocible en el panorama contemporáneo.

Esta entrega invita, también, a mirar con ojos distintos aquello que se presenta como evidente: cuestionar lo que tenemos frente a nosotros y reconocer que toda historia —especialmente las que se venden como oficiales— esconde fisuras y versiones omitidas. Lástima que la propia película no siempre se encuentre a la altura de esa invitación.

¿Por qué Wicked: For Good no se mantiene a la altura? Justamente porque su director, Jon M. Chu, parece girar completamente al drama, alejándose de la comedia de la primera parte, que lograba un equilibrio maravilloso y que justamente fue lo que mejor funcionaba. En su lugar, se busca nivelar con secuencias de acción que, si bien logran mejorar un poco el ritmo, en general resultan insuficientes.

En cuanto a las actuaciones, Wicked: For Good se consolida como un vehículo de lucimiento para Ariana Grande, quien despliega carisma, potencia vocal y una energía que la cámara agradece. En contraste, Cynthia Erivo —brillante en la precuela— parece aquí más contenida y menos inspirada, como si el guion no le brindara el mismo espacio emocional ni la misma profundidad para destacar. La química entre ambas funciona, pero no alcanza los niveles de impacto que uno esperaría para esta recta final. Menciones especiales en dos vías: la honorífica para Jonathan Bailey, quien en su papel de Fiyero y siendo la arista de un triángulo amoroso, resulta de lo más destacable y la otra, la horrorífica, para una acartonada y desdibujada Michelle Yeoh.

Las modificaciones derivadas de la adaptación de la historia original de El Mago de Oz generan resultados irregulares. Algunos ajustes se sienten como simples conveniencias narrativas y otros directamente fallan, especialmente en la forzada construcción de los orígenes del Hombre de Hojalata y el Espantapájaros, que terminan más como guiños obligados que como revelaciones orgánicas. Y hay decisiones particularmente dolorosas para nosotros los puristas, como la alteración del color de las icónicas zapatillas, tradicionalmente de rubí, que aquí pierde parte del peso simbólico que cargaban.

La adhesión de nuevos números musicales no apoya trascendentalmente a Wicked: For Good, aunque sí resultan, nuevamente, en números musicales fastuosos, especialmente “Wonderful”, en la que los juegos de cámaras y efectos visuales hacen una secuencia interesante y “I’m not that girl”, que es la cumbre del lucimiento de Ariana Grande.

El mensaje final —una exhortación previsible a la unión y la esperanza— no sorprende, pero resulta adecuado para el momento cultural y emocional en que se estrena la película. Aun así, Wicked: For Good parece más interesada en la espectacularidad que en la sustancia, más en deslumbrar que en conmover, incluso evocando clásicos más sencillos, pero con mayor alcance en mensaje, como el guiño a “El Gran Dictador” de Charles Chaplin.

En suma, Wicked: For Good es un espectáculo sensorial impecablemente construido que, pese a sus intenciones críticas y su gigantesco aparato visual, no logra ocultar las grietas de una narración que hubiera necesitado menos brillo y más convicción, provocando sentimientos que pierden lo genuino para sentirse artificiosos, pero que seguramente convencerá a sus feligreses.

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Acerca del autor

Jose Roberto Ortega    

El cine es mi adicción y las películas clásicas mi droga dura. Firme creyente de que (citando a Nadine Labaki) el cine no sólo debe hacer a la gente soñar, sino cambiar las cosas y hacer a la gente pensar mientras sueña.


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