Wish: Un pastel de cumpleaños agridulce
Todos sabemos que a Disney no le está yendo bien en su cumpleaños. Entre los continuos fracasos de taquilla y crítica de sus adquisiciones, las constantes pérdidas de dinero, el cierre de una de sus principales fuentes de dinero (los cruceros de Star Wars) y el hecho de que hasta South Park se burló en su cara de los problemas creativos por los que sabemos que atraviesa (a través del ya clásico “¡Pongan una mujer y que sea gay!”), todo va cuesta abajo. Y ahora, entre esta incertidumbre, estrena “Wish”, la que viene a ser la película con la que celebra sus 100 años de historia, que sorpresivamente gusta más de lo que se merece. Sin embargo, también queda claro que ser el proyecto de aniversario de la compañía le quedó algo grande.
Hay que sacar al elefante de la habitación primero: la animación. Desde que salió el primer tráiler, esto no ha hecho más que causar controversias. Es obvio que “Into The Spider-verse” rompió esquemas y marcó un punto de anclaje en la industria, nadie le quita su estatus de clásico, pero en poco tiempo su estilo también mostró sus limitaciones cuando todos empezaron a copiar el mismo esquema. Ya sea el “Gato con Botas”, las “Tortugas Ninja” o “Deep Sea”, todas usaban la misma técnica de bajar los cuadros por segundo, ralentizar o acelerar el movimiento y combinar diferentes tipos de animación para conseguir una experiencia que, más de una vez, daba la sensación de ser otro caso de estilo sobre sustancia.
Por esto, para evitar que cayera en la monotonía, era importante y necesario ver cómo esta cinta iba a manejar esta estilización en un ambiente más tranquilo, donde no tuviera que recurrir a grandes escenas de acción o enfrentamientos para dar destellos de asombro. La conclusión es que hay sentimientos encontrados: resalta en las escenas de noche gracias a los colores y la iluminación, e incluso crea la ilusión de que estamos frente a un libro pop-up con movimiento. Pero la animación se ve plana durante las escenas de día, la paleta de colores luce apagada, y como han recalcado algunos, hace que se asemeje mucho a una caricatura de Disney Junior (de ahí las bromas que la comparaban con la Princesita Sofía).
Ahora, en cuanto a la historia, se siente un poco acelerada dentro de todo lo que quiere abarcar. Tiene ideas interesantes sobre el origen del hada madrina, la estrella que cumple deseos y los deseos mismos como parte íntegra del alma, pero están dirigidas de manera muy conveniente para que la trama avance (el hecho de que todo transcurra en 24 horas o la falta de repercusiones graves al conceder deseos tampoco ayuda mucho). Hay instantes donde captura la magia de lo que significa Disney, sosteniéndose en un par de números musicales memorables que le dan más ligereza al ritmo (las canciones sí llegan a sentirse más “poperas”, y fuera de un par, cuesta recordarlas), pero esta falta de cohesión desemboca en que la cinta no tenga el peso emocional que debería, por lo que no extraña que uno se divierta más buscando las referencias a los demás clásicos que prestando atención a la película en sí.
Esto provoca que haya un desbalanceo en el reparto. Por un lado, tenemos a la nueva Princesa Disney, Asha. Si bien tiene el distintivo de ser abnegada y estar más preocupada por las personas a su alrededor que por su propio bienestar, tampoco genera mucha empatía debido a que su personalidad ya se siente un tanto reciclada de lo que se ha visto en los últimos años (no es extraño creer que estamos ante otra variante de Rapunzel, Anna, Moana o Mirabel (en el cuerpo de Isabela Madrigal). En contraparte, tenemos al Rey Magnífico, un ególatra que ejerce control sobre la gente a través de la esperanza para mantenerlos dóciles y evitar cualquier clase de rebeldía. Es cierto que falta más explicación en su trasfondo, pero es un buen regreso a ese disfrute de maldad que tanto hacía falta, fácilmente, el mejor personaje de la película por mucho. Más allá de la estrella vende peluches, el reparto secundario no sobresale y puede sentirse desesperante por momentos (tanto los amigos de Asha como la cabra sobran).
Aunque este comercial nostálgico no cumple por completo todas las expectativas que debería tener un producto de esta talla, es una historia sencilla, bonita y funcional que sabe disfrutarse a su manera, y es mejor que otros proyectos pasados donde la falta de riesgo, creatividad y monotonía tanto en el apartado técnico como el artístico prosperaban. No obstante, tampoco es imperativo ir a verla, quedando en un producto entretenido, pero pasajero. Eso sí, los créditos son lo mejor que ofrece porque recorren toda la trayectoria de la compañía y muestra el respeto a su pasado, la realidad de su presente y el incierto deparo al futuro después de lo que ha sido un pésimo año. Como regalo de cumpleaños, es mejor echarle un vistazo al corto “Once Upon a Studio”.
P.D. En el doblaje latino, quién interpreta al abuelo de Asha es Francisco Colmenero. Perfecta elección que, en cierto modo, también cumple como regalo de aniversario, tomando en cuenta la trayectoria de esta leyenda.