Yannick: Un Día de Furia en el Teatro
Quentin Dupieux se ha convertido en el mayor exponente del surrealismo fílmico en la actualidad. También siendo una auténtica máquina de hacer cine, con 14 películas este excéntrico francés no solo filma dos proyectos por año, sino que mejora su calidad (y presupuesto) conforme perfecciona su estilo narrativo, llamando la atención de mercados internacionales desde aquella llanta asesina explota cabezas.
Lo impresionante de Dupieux no es solo su evolución constante, sino la variada paleta de metáforas y críticas sociales que aluden siempre a los vicios y redundancias de la humanidad en contra de una simpleza y/o lógica individualista que, aunque posiblemente sincera (o cierta), parece amenazante hacía con dicho estatus quo. Este discurso quizá haya llegado a su clímax narrativo en “Yannick”, penúltima obra del director (del 2023, pero estrenada hasta este año) y en donde se materializa el cómo un pensamiento utópico individualizado puede cimbrar de forma violenta una alienación actual dentro de las formas costumbristas que tenemos sobre como calificar “la calidad” de ciertos rubros, en este peculiar caso, el entretenimiento.
La historia de un hombre (Yannick) que interrumpe una obra de teatro por que piensa que es “basura” y “poco entretenida”, va más allá de la exposición de un trastorno mental nacido de la soledad y la falta de amor, convirtiéndose en el levantamiento de la voz interna que nadie quiere o se atreve a manifestar. Dupieux usa a este individuo para exponer no solo una férrea y divertidísima crítica hacía el quehacer teatral, sino a las formas previamente dictaminadas del comportamiento ante lo que se supone es “arte”.
La progresión de situaciones que seguirán cuando este individuo no sea tomado en cuenta (más impulsivas y naturales que surreales), hacen que Yannick sea el propio Dupieux gritando y clamando por una revolución para no aceptar las mismas formas obscenas y vulgares, adoptando un riesgo creativo, pero sobre todo encausando una reescritura de “la obra” en una especie de metaficción teatral -fílmica en donde el director rapta a los actores, al entorno y a la audiencia hasta que su “forma de entretenimiento” quede plasmada y su ego satisfecho.
El diálogo es una parte esencial y constante de su narrativa, pues el propósito de Yannick – Dupieux es, como lo que se muestra en pantalla, volver loco al espectador, incomodarlo, pero sobre todo también divertirlo con un humor negro sofisticado que progresivamente va construyendo el origen del “dramaturgo” bajo las situaciones más oníricas y embarazosamente posibles, pero que aún así respetan la lógica interna del relato al dotarlo hacía su final de lo naturalmente trágico, dadas las circunstancias y acciones que emprende su protagonista.
Algo que agradecerle al francés es también el compromiso con la credibilidad histriónica aún en sus contextos más absurdos y/o surreales, una visión que se extiende hacía con sus actores, los cuáles se encierran en este microcosmos creado por el cineasta para ser los exactos y talentosos vehículos de su crítica social. Mención aquí merece el nuevo fetiche del director, Raphaël Quenard, que ya lleva 4 títulos bajo su batuta y que parece la personificación ideal de su demente y genial ingenio (también infravalorado por la industria actual).
De tan solo 60 minutos, y al transcurrir toda la acción prácticamente en un pequeño teatro, el trabajo de Quentin Dupieux no se centra únicamente en la frescura de su guion, diálogos y dirección actoral, sino también en el dinamismo técnico en base a su juego de planos que dictaminan el maravilloso ritmo y el natural suspenso que se desprende tanto de este, como de la situación principal que se plantea en Yannick: el secuestro de los actores y de la audiencia. La tensión y la comicidad se entremezclan en un pequeño y genial espacio en donde la empatía por Yannick es tan válida como el desagrado que pudieses sentir ante su constante presencia y excentricismo oral, donde no sabes si callarlo o pedirle más argumentos que cimbren la burda lógica social.
Yannick dura 60 minutos, pero te hará reflexionar por un largo período de tiempo sobre tu ser impulsivo interno, aquel en el que quisieras gritar y exclamar todo lo que no te parece y que posiblemente esté mal en este mundo, aquel al que le gustaría quejarse de manera abierta sobre la creciente y ridícula percepción de la sociedad ante ciertos parámetros con los que se mide la supuesta “calidad”.
Quentin Dupieux no solo lleva a cabo su “Día de Furia”, sino la materialización de su discurso artístico mediante el adorable y odioso papanatas de Yannick. Una de las mejores y más infravaloradas películas del año, y quizá la mejor, narrativa y técnicamente hablando en la filmografía del cineasta francés.