Bohemian Rhapsody: Otra biopic musical que muerde el polvo

Al fin, después de años de espera, se estrenó la biopic sobre Freddie Mercury y su icónica banda, Queen. Había funciones consecutivas agotadas -tuvimos que esperar poco más de 2 horas para que iniciara la película-, y fila de espera para entrar a la sala -algo que ya sólo espero ver en los estrenos de películas de superhéroes o las de Star Wars-. Resultó que todos somos fans de Queen, y me da gusto saber que, por lo menos de aquí al 2019, estará su música en todos lados. Justo antes de que iniciara, me asaltó la duda: ¿y si es mala, y si no me gusta? Todas las señales estaban ahí: el retraso continuo de la producción, el cambio constante del reparto y nombre del director -al final quedó Rami Malek como Mercury, y el director pedófilo con sólo 3 películas decentes en su repertorio (que después sería forzado a renunciar a la producción del filme y Dexter Fletcher la terminó, aunque el crédito no fue para él)-, el tráiler cursi pero lleno de la música que tanto me ha acompañado. Pero no: yo quería creer que sería, por lo menos, un buen homenaje al cantante y a la banda, que me emocionaría con lo que viera en la pantalla de la misma forma en la que me emociono con lo que sale de mis audífonos. Bohemian Rhapsody fue la mayor decepción del año.

Abarcando un total de 16 años, Bohemian Rhapsody se enfoca en la creación de la mítica banda Queen, sus procesos creativos y la historia detrás del ícono, Freddie Mercury. El guión de Anthony McCarten toma las historias de una banda contradictoria, intransigente, extravagante e innovadora para moldear y presentar en poco más de dos horas una serie de anécdotas superficiales que se mueven en una línea de tiempo sin propósito ni contexto alguno. No hay conexión entre los personajes, y sin ese tipo de magia es imposible que resuene la historia, por más superficial que sea. Personajes clave van y vienen, asumiendo que la audiencia sabe con exactitud quién es quién y por qué sale en pantalla. La historia es sobre Mercury y sobre Queen, pero no se imagina en crear el subtexto que presente por qué la banda experimentaba con su música ni cuál era su propósito, por qué y cómo cuatro desadaptados congeniaron de esa forma para crear himnos musicales. Quizás se debe a que no desarrollan a los personajes: las vidas privadas y motivaciones de Brian May, Roger Taylor y John Deacon son oscurecidas, mientras que la vida privada de Mercury se expone vagamente sin explorar su psique; el personaje de Mary Austin, ex-pareja y mejor amiga de Mercury, tiene la misma caracterización que los gatos de Mercury, y Jim Hutton, pareja de Mercury hasta su muerte, es una nota al pie de página. Aún más grave es que la bisexualidad de Mercury sea utilizada, narrativamente, como el motivo principal por el declive de la banda, a tal punto que la revelación de su enfermedad se siente como “castigo” por su comportamiento.

Donde sí brilla el filme es al presentar las secuencias donde está el proceso creativo de la banda al momento de componer las canciones. Gracias a los cielos, gran parte de la discografía de Queen es usada de fondo y al centro tal y como es, de tal forma que nos mantiene moviendo los pies y tarareando cada tonada, y crea la ilusión de que el filme es una buena película. Empero, es un crimen que hayan usado tan mal CGI para “llenar” el estadio Wembley durante el Live Aid del ’85. Malek realiza una interpretación sumamente convincente, mientras Gwilym Lee, Ben Hardy y Joe Mazzello hacen lo mejor posible con sus personajes. La inclusión de Mike Myers es, claro, para realizar referencias a su personaje más icónico, y Tom Hollander realiza un pequeño pero memorable papel.

Medianamente entretenida y con la mejor banda sonora de la historia del cine, Bohemian Rhapsody es un filme biográfico de fórmula, tal y como le hubiera gustado a Ray Foster que fuera el resto de la música de Queen.

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