Editorial Cinescopia: Sergei Eisenstein, la semilla del cine mexicano

La imagen nos es harto familiar: la pantalla refleja una toma abierta con la imagen de un paisaje repleto de magueyes en una tierra semidesértica de belleza salvaje, una voz en off narra a manera de introducción y con timbre por demás orgulloso, no sólo por describir el inicio de una historia, sino de que ésa historia, una historia pasional protagonizada por hombres bravíos dispuestos a batirse en duelo para defender su honor y mujeres delicadas, orgullosas, adornadas con la exótica belleza propia del mestizaje, siempre recatadas, siempre virtuosas, se desarrolle en tierra mexicana, el orgullo nacional.

Ellas siempre pulcras enfundadas en finas telas europeas -porque lo gringo es vulgar- o en huipiles bordados con complicadas figuras  en manta que acentúa su belleza indígena, jamás avergonzadas de su origen y tradiciones milenarias. Hamacas, caballos ollas y cazuelas de arcilla que rebosan alimentos arrancados de una tierra fértil y generosa que alimenta a su gente, igualmente fértil y bondadosa.

Son todos estos símbolos inconfundibles de la llamada “época de oro del cine mexicano” cuyo objetivo fue la exaltación de los valores e identidad nacional a un nivel casi mítico durante el cuál florecieron auténticas divas del celuloide, encarnadas en una primera etapa por personajes como Lupita Tovar (Santa, 1932), Andrea Palma (La Mujer del Puerto, 1934) y Antonio R. Frausto (Vámonos con Pancho Villa,  1935) las cuales más tarde darían paso a verdaderas celebridades internacionales: Emilio el “Indio Fernández” (La Isla de la Pasión, 1941), Dolores del Río (Flor Silvestre, 1943), Jorge Negrete (El Rapto, 1953) y María Félix (El Peñón de las Ánimas, 1943)  y aunque resulte evidente que la crisis mundial derivada de la segunda guerra mundial (1939-1945) fue un factor decisivo para el florecimiento de nuestra industria cinematográfica, también habrá que reconocer que dejando de lado la repetición casi obsesiva de historias, nuestro cine atrajo la mirada no sólo de aquellos que buscaban refugio durante la guerra, sino de quienes aún deseaban producir cine. Así el contexto cinematográfico del México post-revolucionario.

Paradójicamente el padre de todo este imaginario es un hombre nacido a miles de kilómetros de México y cuya obra serviría de base para la explotación cinematográfica de una nueva y autoasumida mexicanidad, producto de la revolución mexicana. El 22 de enero de 1898 nace en Riga (Letonia), Rusia, Sergei Mikhailovich Eisenstein (El Acorazado de Potemkin, 1925), un director de cine cuyo trabajo en su tierra natal se enfocó básicamente a cintas de propaganda comunista. Director meticuloso y con un alto sentido de la estética, en 1919 participa en un proyecto para la puesta en escena de la obra “El Mexicano” de Jack London, (La Llamada de la Selva, 1903 Editorial Biblioteca Nueva), obra que despierta en Sergei una profunda atracción hacia el país de la primera revolución del siglo. Alentado por su amistad con el pintor Diego Rivera durante una visita de éste a los Estados Unidos, Eisenstein decide visitar México y con la ayuda del productor Upton Sinclair realizar lo que sería su proyecto más ambicioso hasta el momento: ¡Que viva México!

Concebida para ser filmada en cuatro segmentos (Sandunga, Maguey, Fiesta y Soldadera), el objetivo de ¡Que Viva México! sería rendir homenaje a la amalgama de culturas y tradiciones que conviven en México. Desgraciadamente el proyecto jamás vería la luz debido al elevado costo de producción y su posterior cancelación tras dos años de rodaje. La cancelación del proyecto fracturaría la relación del director con Sinclair, al grado que el director debió huir de México después que  Sinclair se comunicara con Stalin para acusarlo de traicionar los ideales comunistas, acusación que tendría trágicas consecuencias para Eisenstein. En un último esfuerzo por terminar su obra, Eisenstein llega a un acuerdo con el productor y encarga a su colaborador más cercano, Grigory Alexandrov, el envío de los rollos a Moscú vía EUA para ser editados, acuerdo que jamás se cumple.

De esta manera termina el sueño de Sergei por rendir homenaje al país mezcla de belleza indómita y refinamiento exquisito. A pesar de contarse 200 mil pies de pietaje original, el hermetismo que Eisenstein sobre la versión final de la película impidió su montaje. En 1933 Alexandrov entrega el material al productor Sol Lesser para crear Thunder Over México en un un intento por rescatar la obra, Alexandrov considera que la cinta no refleja la visión que Eisenstein tenía y edita una versión personal que nombra con el título original.

Por su parte, Sergei Eisenstein es “castigado” por su supuesta traición y es obligado a continuar realizando filmes propangadistas, filma dos obras maestras más: Alexander Nevsky (1938) e Iván el Terrible (Parte I)(1943-1945) sin embargo muere en 1948 sin que se estrenara La Conjura de los Boyardos (segunda parte de “Ivan el Terrible“) por mandato de Stalin. Así las imágenes inmortales de ¡Que Viva México! sentarían las bases del cine que definiría más de dos décadas de producción cinematográfica: “la época de oro del cine mexicano.

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