La Plaza de la Soledad: El oficio no jubila, ni el placer caduca
La fotógrafa mexicana, Maya Goded Colichio, ha dedicado los últimos veinte años de su vida a fotografiar sexoservidoras en el barrio de La Merced en la ciudad de México; en la Plaza de la Soledad para ser más precisos. En el año 2006 publicó parte de su trabajo en un libro, pero parece que en algún punto las imágenes se volvieron insuficientes para dar voz a sus mujeres. Así que en el 2016 la fotógrafa se transforma en documentalista y nos presenta ‘La Plaza de la Soledad”.
Sin duda hacía falta una relación estrecha, un absoluto respeto y un amor tan grande para lograr impregnar de humanidad un documental de este tipo. Para Goded no bastaba con hacernos voltear a ver a estas mujeres, y mire que sus imágenes hablan por sí solas. Este no es un documental para ver, es un documental que merece ser escuchado, ser sentido con mucha atención.
Las voces que escucharan aquí pertenecen a: Carmen, Esther, Raquel, Ángeles y Lety. Sexoservidoras de entre 50 y 80 años de edad, quienes han pasado su vida en las inmediaciones de esta plaza. Entre la manicura, el delineado de ceja, mascarillas de pepino, minifaldas y escotes, estas mujeres desnudan su alma frente a la cámara.
¿Vida fácil? No, para nada, y la idea (supongo) no es que así parezca, la intención es reflejar su particular manera de enfrentar a la vida. Dar fe de cómo es que viven el amor y las razones que las hacen sonreír. Sus parejas, sus hijos, sus vidas años atrás, y la muerte unos pasos adelante.
Sin el glamour que acompaña a una vedette, sin lentejuelas ni estolas. Sólo una peluca mal puesta y la férrea decisión de aferrarse al amor en cualquier presentación que se encuentre dentro del oficio más antiguo del mundo.
Tal vez es difícil de creer, pero la experiencia de vivir este documental, está muy lejos de lo crudo que puede resultar el oficio, no despierta conmiseración ni lastima, al contrario, emociones como empatía y cariño… aceptación, es lo que identificaremos en nosotros al salir de la sala.
Mujeres admirables que sí, en efecto, entregan sus favores a cambio de dinero, pero que reservan el placer para aquellos a quienes aman. El oficio no jubila, no pensiona. Las zapatillas se cuelgan hasta que la dueña deja de calzarlas, porque mientras hay vida, hay esperanza y de algo tenemos que vivir. El placer no caduca, ni el amor tampoco, y tal vez, solo tal vez, lo puedan encontrar a la vuelta de la esquina, frente al templo de La Soledad.