La Última Función de Cine: Soñando en 35mm.

El tema de la nostalgia vende bien. Siempre ha vendido. Y si a eso se le adereza con la lucha por sobreponerse a la condición social y anhelar hacer algo que aparentemente se encuentra fuera de nuestro alcance, el resultado es un lacrimógeno viaje a la añoranza. Y si queremos poner la cereza en el pastel, entonces se puede hablar de un tema con un appeal específicamente diseñado para el mercado meta de nuestra elección, en este caso, la comunidad cinéfila.

El futuro pertenece a los narradores, es la premisa con la cual la película India “La última función”, nos cuenta una versión tropicalizada del “Cinema Paradiso” de Tornatore, a través de la historia de Samay, un niño de nueve años quien, en su lejana y olvidada provincia de Chalala, al interior de la India, se ha enamorado del cine. Y no únicamente de las películas, sino de las posibilidades de la luz y la narrativa. Samay busca atrapar la luz, juega con vidrios de colores a fin de crear filtros que permitan matizar sus visiones, que le permitan soñar en 35mm.

Si algo diferencia a esta película del resto de las “cartas de amor al cine”, es justamente la aproximación a este medio de un niño en condiciones de pobreza, quien no puede aspirar a estudiar este arte, a convertirse en uno más de los narradores de historias a quienes admira. Contrario a sus colegas occidentales, él no se imagina siquiera que es posible tener una cámara para grabar sus historias. Su conocimiento es empírico y busca, con artículos reciclados y mucha imaginación, recrear un proyector. Su visión se enfoca únicamente a los clásicos de la cinematografía del sub-continente Indio, a aquellas películas proyectadas en carretes, previo al tránsito a las proyecciones digitales.

Su amor por el cine tiene un aliado: Fazal, el proyeccionista del cine “Galaxy”, quien a cambio del lunch que su madre le envía, permitirá a Samay entrar en la cabina de proyección y le irá, poco a poco, develando los secretos detrás de este arte. Así, con esta versión asiática de Alfredo, nuestro protagonista irá obteniendo fotogramas y cintas que después llevará a su pueblo para proyectar a sus amigos.

Entre lo resaltable de este film, está el énfasis inesperado (y por demás acertado) en la cocina y la preparación de platos típicos, en la que el director crea un paralelismo (no explícito), entre el cuidado, detalle y amor necesarios para cocinar un platillo. Los deliciosos y coloridos planos cenitales nos hacen evocar el esmero con el cual se produce una película. Lamentablemente, al momento de colocar las especias, Pan Nalin se excede, ya que tras construir un primer y segundo actos interesantes, con un exquisito manejo de cámaras, el director sucumbe a la sensibilería y en el cierre de su película cede ante la necesidad de buscar la lágrima fácil.

Hay personajes entrañables, como los amigos de Sanjay, el ya mencionado Fazal y los padres del protagonista, pero su desarrollo es más bien pobre. En particular la historia del padre, quien tiene un trasfondo interesante que, sin embargo, no se logra aprovechar a pesar del potencial que presentaba.

Si bien la secuencia final nos deja con fotogramas exquisitos y una lista de directores-pulseras a manera de reconocimiento como fuente de inspiración, también se siente manipuladora e incluso incoherente. Quizás los excesos del cine de Bollywood, al cual rinde homenaje, resultaron naturales en esta película. Si usted como espectador es de aquellos con el sentir a flor de piel, disfrutará de esta película, ya que aún con su fallida narrativa, logra un resultado emotivo y encantador.

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Acerca del autor

Jose Roberto Ortega    

El cine es mi adicción y las películas clásicas mi droga dura. Firme creyente de que (citando a Nadine Labaki) el cine no sólo debe hacer a la gente soñar, sino cambiar las cosas y hacer a la gente pensar mientras sueña.


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