Llegaron ‘Ana y Bruno’ a revolucionar el cine animado mexicano
El otro día me topé con una editorial que lamentaba la falta de elementos de horror en los diseños y en el contenido para niños, tal cual era durante la década de los 90. De acuerdo al artista del horror Zane Whitener, citado en la nota, los niños necesitan historias escalofriantes para aprender a lidiar, a través de metáforas y alegorías, con los eventos terroríficos que ocurren en la vida real y a los que, inevitablemente, se van a enfrentar. Me acordé de eso durante un momento crucial del filme animado Ana y Bruno, cuando me di cuenta que la estética un tanto tenebrosa tenía un propósito narrativo claro como el cristal. ¿Lo mejor? Los niños que estaban en la sala conmigo se emocionaron, y preguntaban a sus mamás que por qué esto y por qué lo otro.
En algún momento de los años 50, al occidente de México, Ana deja la enorme mansión junto a la playa a la que acababa de llegar para buscar a su padre y, con su ayuda, salvar a su madre. Lo que pareciera ser otra película de niños que lidian con monstruos imaginarios-que-son-reales revela, a través de pistas y referencias visuales, una historia mucho más oscura e intrigante de la que pareciera. Basada en la novela de Daniel Emil, quien también realizó la adaptación fílmica, el filme lidia con temas sumamente oscuros, como la depresión, la muerte y la importancia de saberse acompañado por alguien. La dirección de Carlos Carrera, conocido por El Crimen del Padre Amaro, El Traspatio, La Habitación y ciertos episodios de la serie Capadocia, se enfoca en resaltar los matices más oscuros de la historia y balancearlos con humor, de tal forma que mantiene entretenido a toda la audiencia (incluyendo a quienes vamos sin niños al cine).
Con ecos y referencias visuales de las obras de Margaret Keane, Henry Selick y H.P. Lovecraft, Ana y Bruno, de Ánima Estudios, realiza una propuesta de animación fresca y maravillosa, que bien tiene el potencial de revolucionar la forma en que tratamos temas complejos en historias enfocadas a la audiencia infantil precisamente porque no subestima al público.