Los tres mosqueteros: Milady – O cómo por fin disfrutarla veinte adaptaciones después.

Todos aquellos quienes se han dado la oportunidad de ver “Los Tres Mosqueteros: D’Artagnan”, película francesa recién estrenada el año pasado (y no hay excusa alguna, dado que se encuentra disponible en el catálogo de Netflix), sabrá que estamos ante una de las más interesantes adaptaciones de la clásica novela de Alexandre Dumas. Quizás incluso la mejor.

No han sido pocos los intentos, pues desde la época del cine mudo ha habido adaptaciones y ha pasado por actores como John Wayne, Don Ameche, Gene Kelly, Charlie Sheen, Logan Lerman y hasta el mismísimo Cantinflas. Todas estas versiones tienen algo en común: han buscado dar énfasis al lucimiento de las coreografías y secuencias de acción, o incluso al romance y al desparpajo cómico, haciendo a un lado la riqueza de la novela, misma que radica en la crítica social y en la intriga política de la Francia pre-revolucionaria.

La adaptación propuesta por Martin Bourboulon, sin embargo, enfatiza la intriga política, teniendo asimismo toques de romance y ahondando en las relaciones personales de cada uno de los tres mosqueteros y, claro está, de D’Artagnan. Esta entrega en particular se centra en los intentos de D’Artagnan por dar con el paradero de Constance Bonacieux, quien fuese raptada al final de la primera parte, pero jamás descuida las tensiones políticas provocadas por los enfrentamientos religiosos que devinieron en el intento de asesinato del Rey y la constante amenaza de invasión por parte de la corona británica.

Bourboulon consigue de alguna forma modernizar el relato original, recargado en un guion espléndidamente escrito, mismo que profundiza en los dilemas personales de los personajes, sin perder el foco de la historia general. Respeta la ambientación original, a través de un cuidado y detallado diseño de arte que se apoya en una fotografía propositiva, que lo mismo varía de una cámara en mano durante las batallas y encuentros sexuales, que de tomas abiertas y bellamente encuadradas durante los momentos de calma. Incluso el uso de drones resulta adecuado.

Las secuencias de acción (igual que como sucedió en la primera parte), resultan espectaculares y adecuadas, filmadas casi de manera artesanal y se nivelan perfectamente tanto con los momentos románticos, como con los alivios cómicos (la interacción de los personajes de Porthos y Aramis no tiene desperdicio). La edición es adecuada, ya que mantiene el ritmo vertiginoso durante todo el metraje, haciendo que las casi dos horas de duración sean apenas perceptibles.

Pero nada brilla más que el personaje que da nombre a esta segunda entrega: Milady de Winter, interpretado por la siempre hermosa Eva Green, quien resulta una gran villana, una verdadera arpía, inmisericorde y traicionera. Green dota al personaje de profundidad y resulta tremendamente seductora y sensual, siendo ella la ideal para el papel.

En resumen, esta secuela se mantiene al nivel de la primera entrega y deja al espectador anhelante por la tercera parte, que contendrá el desenlace de la historia.

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Acerca del autor

Jose Roberto Ortega    

El cine es mi adicción y las películas clásicas mi droga dura. Firme creyente de que (citando a Nadine Labaki) el cine no sólo debe hacer a la gente soñar, sino cambiar las cosas y hacer a la gente pensar mientras sueña.


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