Medios Hermanos: Javi Noble y el otro

Renato (Luis Gerardo Méndez), un niño admirador de los aviones, crece y se convierte en un Javi Noble cualquiera, con eso de que en México basta con decir “querer es poder” para sin mayor explicación convertirte en un hombre de la alta sociedad, en este caso un piloto. Con una boda en puerta, el fresón personaje a regañadientes viaja a los Estados Unidos para reencontrarse con el padre moribundo quien cree lo abandonó cuando era pequeño. El señor que, ya está más pa´allá, que pa´acá, le sale con la sorpresita de que tiene un medio hermano gringo (Connor Del Río). A petición expresa del padre, ambos deberán realizar un viaje juntos, siguiendo unas pistas que el susodicho fue dejando en varios lugares.

No es una casualidad que esta comedia del montón, cuyo trailer engañoso la hace ver graciosa a secas, tomando como punto de partida un choque de culturas (no habiendo tal en el filme), nos remita de forma instantánea a películas de humor ramplón como las protagonizadas hace un par de décadas por Rob Schneider y personajes similares, ya que detrás de la cámara está un insulso director llamado Luke Greenfield, responsable (o irresponsable) de áquella vulgaridad estrenada en el 2001 titulada El animal.

Si en El animal, Greenfield se apoyaba en el ya citado Schneider para sacar a flote el asunto con un par de chistes ligeramente afortunados, en Medio hermanos se decanta por recurrir al manual de road movies cómicos con todos los lugares comunes y convencionalismo que eso implica, lo que propicia que la trama sea predecible de principio a fin.

Pero lo peor es que, en su intención por concientizar y sensibilizar acerca del problema de los migrantes a lo largo de todo el metraje, cae en escenarios telenoveleros dotados de una cursilería nivel: No se aceptan devoluciones. Reitero que el discurso de los mexicanos harto talentosos y chambeadores que enfrentan las injusticias en el “gabacho”, no estaría mal en otro tipo de producción, no obstante, la corrección política no cuadra en una comedia en donde se supone que lo fundamental es la interacción chusca entre la pareja del título, vínculo que tampoco se desarrolla a detalle por darle prioridad a los hechos dramáticos, que dicho sea de paso, si hubieran sido abordados en solitario y sin la aparición de los hijos mamertos serían un poquito más interesantes, es decir, si los productores deseaban ganarse al público mexicano que vive en los Estados Unidos reflejando una realidad que, se necesita ser un neófito para no conocer, entonces mejor hubieran apostado por hacer una cinta dramática.

Dicho en otras palabras, Medios hermanos no causa gracia por dos razones: es demasiado sensiblera, y lo más importante, carece de comicidad, no hay una sola escena rescatable, los diálogos son insufribles, las situaciones pseudo hilarantes están metidas con calzador y el plan del padre es tan inverosímil que llegados los últimos minutos ya deseamos como espectadores ver en pantalla la leyenda The end.

Por milésima vez Luis Gerardo Méndez interpreta a Javi Noble o a Chava Iglesias, que para el caso viene siendo lo mismo, acompañado de un actor estadounidense a quien, ni en su casa lo conocen y cuyo escaso talento se ve superado por la chiva con la que comparte escena. Un relato de carretera aburrido, con dos personajes estereotipados aunque la novedad estribe en que el mexicano es el maduro y el gringo el desmadroso, ergo, la misma pareja dispareja pero revolcada. Palida imitación de los road movies ochenteros protagonizados por Chevy Chase, John Candy y Steve Martin, entre otros, con una embadurnada de miel de lo más empalogosa.

Un título que pudo haber sido mejor…, si le reducían una hora con treinta y seis minutos (justo lo que dura).

 

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Acerca del autor

Flaco Cachubi     blogcinefantastico.blogspot.mx/

Amante del séptimo arte desde que tiene memoria o lo que es lo mismo desde que vio Superman. Sus géneros favoritos son el horror, la fantasía y la ciencia ficción. Ferviente admirador de Hitchcock y asiduo lector de Stephen King. El cine de luchadores, su máximo placer culposo. Se describe a sí mismo como un ser viviente que cultiva su mente, para ser un cadáver muy culto.


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