No Other Choice: Trabajar duro para vivir como perro
Quienes llevamos tiempo trabajando en el mundo laboral, ya sea en el sector de servicios, industrial o de oficina, sabemos de las vicisitudes de este ambiente, especialmente cuando uno es despedido. Las consecuencias de este suceso generan incertidumbre, depresión y otros factores, mientras la oferta del mercado laboral, cada vez más reducida ante una demanda creciente, genera un desbalance donde ya no basta con estar calificado para ejercer un empleo y donde incluso los más preparados terminan dedicándose a oficios que ni siquiera estudiaron. Toda esta complejidad, Park Chan-wook la ha condensado en una obra sumamente cínica que señala las causas y consecuencias de vivir en un sistema donde cada vez hay menos sillas y muchos más de pie: No Other Choice

No Other Choice gira alrededor de Yoo Man-su, un especialista en una fábrica de papel que, tras 25 años de servicio, es despedido. Poco a poco, esto provocará un descenso en su estilo de vida y el de su familia: desde el sacrificio de ciertos lujos hasta las limitaciones en bienes básicos. Pero la caída no solo será material, sino también emocional y familiar. Ante la desesperación, Yoo ideará un plan para conseguir trabajo… eliminando a la competencia para obtener un posible puesto.
Con un estilo de comedia gamberra, oscura, cínica y de impecable maestría, Park Chan-wook explora la caída moral de su protagonista, anclada en la desesperación por recuperar el respeto ante su familia y su antiguo estatus. Podrá ser un buen hombre, pero ante los ojos de la sociedad, el entorno de valor de Yoo es casi nulo por no conseguir un empleo que le permita volver a su posición. Este reduccionismo, la desesperación y el deterioro del núcleo familiar (no por nada la película inicia con un plano del “sueño coreano”) provocarán el descenso escabroso a convertirse en un criminal

Una analogía interesante en No Other Choice representa el ascenso social y el destino del protagonista: uno de sus antepasados se vio obligado a asesinar varios cerdos enfermos para salvar a su familia, enterrando los restos en el patio. Del mismo modo, Yoo Man-su tendrá que hacer lo mismo: ejecutar un siniestro plan para plantar las raíces de la prosperidad que su familia necesita. Este elemento es quizás el dardo más crudo del filme, pues sugiere que muchas veces el ascenso en la escala social se construye sobre la desgracia ajena. Cuando se aterriza esta idea a la realidad, el resultado es aún más cruel: ¿cuántas fortunas familiares se han sustentado en la miseria de otros? ¿Cuántos ascensos laborales se logran gracias al despido o al descrédito de alguien más?
Los otros dardos de No Other Choice van dirigidos a la cultura corporativa: desde la inclusión de empresas transnacionales que provocan despidos masivos, hasta las formas condescendientes del coaching tóxico que “intenta ayudar” a los despedidos. También apunta a la banalidad de venderse en redes sociales, donde importa más la imagen que el fondo; a la sobrecarga laboral que obliga a una persona a realizar el trabajo de dos; y, por supuesto, a la deshumanización en ciertos procesos de contratación, donde los candidatos son tratados como objetos.

Pero tampoco No Other Choice tene la discursiva simplista de “todo es culpa del capitalismo voraz”. Park señala los defectos del protagonista, quien carece de habilidades intrapersonales para, como se dice coloquialmente, “saberse vender”, y cuya necedad le impide buscar otro rumbo o tipo de empleo. Así, la responsabilidad no recae solo en factores externos, sino también en los internos.
No Other Choice alcanza su punto más alto cuando Yoo busca a su competencia para eliminarla. Es ahí donde el protagonista se encuentra reflejado en ciertas similitudes en sus víctimas: su caída moral es inversamente proporcional a su cercanía con recuperar su estilo de vida. En el proceso de “eliminar” a sus rivales, termina borrando también su propia humanidad. La ironía es que, a medida que su moral y su ética (representadas en un diente que se le pudre lentamente) se deterioran, adquiere nuevas habilidades sociales que le permiten manipular, engañar y lograr sus objetivos. En este renacimiento, debe despojarse de su humanidad hasta convertirse en una máquina cuyo único objetivo es cumplir procesos, no ver personas y por supuesto serle útil al mismo sistema que lo termino echando. Es un dardo aún más fuerte: en esta economía del nuevo milenio, tal vez haya que ser más autómata que humano para sobrevivir.

En este aspecto, destaca el excelente manejo de cámara de Park Chan-wook: tomas que van desde perspectivas de objetos hasta close-ups que capturan la tensión de los personajes. Ya sea en tomas qué reflejan el diente podrido, un plano picado desde la perspectiva de uno de los hijos viendo desmembrar a una de las víctimas del padre, y hasta los fotogramas que nos trasladan al interior de un objeto, ningún recurso se usa de manera gratuita, pues todos reflejan el estado de ánimo o la situación moral mostrándonos un poco el interior de cada personaje (no están ahí “porque se ven chidos”, sino porque aportan a la historia).
El ritmo y la edición de No Other Choice es otro acierto con la combinación de humor negro y thriller donde el estilo de comedia permite las situaciones exageradas sin sentirse descolocado. La discursiva de Park Chan alcanza su punto máximo con un final que demuestra lo vacío y seco del sistema, y que asusta por su realismo. Una verdad repetida innumerables veces, pero que bajo su lente se vuelve más directa, fría y dolorosa.

CALIFICACIONES
Dirección: 3.5
Guion: 3.2
Actuaciones: 1.8
Extras: 0.5
Calificación: 9.0
El genio de Park Chan-wook lo ha logrado una vez más: ha creado con No Other Choice una comedia gamberra que encierra una realidad desgarradora sobre la precariedad laboral. Al igual que su colega Bong Joon-ho en Parasite, realiza una crítica feroz sobre la manera en que las clases medias intentan escalar socialmente.

Quizás, al final, no estamos tan lejos de los animales; la única diferencia es que el capitalismo ha añadido sofisticación a nuestros instintos de supervivencia. Ahí radica el valor del cuento de Donald E. Westlake y las adaptaciones de Gavras y Park. Tal vez la gente no se mata literalmente por un puesto, pero en formas menos tangibles (reputacionales o económicas) sí llegan a eliminarse. Estas prácticas, donde los individuos se pisotean unos a otros, se han vuelto tan comunes que hoy abundan los contenidos de coaching laboral que enseñan a “jugar el juego corporativo” para sobrevivir. Consejos que van desde plantear las relaciones laborales como un juego de depredador y presa, hasta fomentar la evasión de responsabilidades con la consecuente pérdida de empatía y de la deshumanización hasta prácticamente convertirse lo más cercano a un autómata de carne que únicamente ve procesos, números, eficiencia pero nunca el rostro humano detrás de la estadística, y sin querer queriendo (o quizás no) se va volviendo más como las máquinas que cada día reemplazan el trabajo humano.
Y si al final la pregunta que lanza No Other Choice es ¿hasta qué punto estamos dispuestos a deshumanizarnos para sobrevivir en el mundo laboral? ¿En esta nueva economía tecnológica parecerse a una máquina será lo necesario para sobrevivir? ¿Y, como sugiere el título, qué pasa si realmente “no hay otra opción” más que rendirse y jugar este juego de supervivencia… solo para tener el privilegio de estar un poco más cerca de la cima?

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