Recomendación de Culto: Karate Kid
Corrían los tiempos en que las cintas aún podían calificarse como “familiares”. Películas que podíamos ver al lado de nuestros padres cuando éramos niños sin la incomodidad que en ocasiones provoca observar una cinta llena de bromas escatológicas, escenas sexuales de mal gusto y un lenguaje soez que haría palidecer a cualquier cómico alburero.
Las películas dirigidas en especial al público adolescente constituían un divertimento que no recurría a la violencia gratuita. Incluso podría decir que contenían una inocencia elevada, un lenguaje moralista pero aceptable y un final complaciente al tiempo que predecible que, los espectadores lejos de cuestionar, agradecíamos volviendo una y otra vez a las salas cinematográficas.
Karate Kid estrenada en 1984, fue un éxito de taquilla que quedó en la memoria colectiva de quienes vivimos nuestra niñez y juventud en la década de los ochentas. Cierto es que el arte marcial al que se hace referencia en el título es sólo el pretexto para contar una historia de amor y amistad. Si son fanáticos de Bruce Lee u otras estrellas de acción similares y esperan ver en Karate kid escenas como aquellas que los cautivaron en Operación Dragón, francamente quedarán decepcionados.
Daniel Larusso, un joven escuálido – con el que más de uno nos identificamos- se muda con su madre a California. El exceso de trabajo de ella impide que pasen juntos el tiempo que Daniel quisiera. Es así que el chico italoamericano proveniente de New Jersey, decide adaptarse a las condiciones de vida de las playas californianas en donde conoce a Ali, ex –novia de Johnny, líder de una pandilla que desde ese momento se encargará de hacerle ver su suerte.
Los minutos siguientes, seremos testigos de las supuestas escenas enternecedoras que muestran los intentos de Daniel para acercarse a la chica sin que la pandilla de Johnny – estudiantes de una escuela de karate – le rompa los huesos. Las bromas de Larusso para conquistar a Ali, los diálogos que se establecen entre la pareja y los leves coqueteos, a tres décadas de ser filmada pueden parecer ingenuos y hasta ridículos. Recalco que eran otros tiempos.
Ya a estas alturas el público ama al protagonista y sufre cada vez que le rompen la mandarina en gajos, pero falta lo mejor. Aparece en escena el señor Miyagi, un anciano de pequeña estatura y aspecto simpático quien, por inverosímil que parezca defiende al chico de sus agresores cual si fuera en palabras del propio Daniel, “el hombre araña”.
Daniel cansado de los abusos de Johnny (aunque siendo honesto también anda buscando broncas de a gratis) pide a Miyagi que le enseñe el arte del karate. El oriental acepta no sin antes aclarar al joven (y por supuesto al público) que sólo debe aplicarlo para defenderse.
Para evitar que Daniel sea lastimado por enésima vez, Miyagi hace un pacto con Kreese, instructor de los Cobra Kai para que el muchacho sea respetado y de paso propone se enfrente a sus estudiantes en condiciones iguales en un torneo de Karate.
Es entonces que a través de un dudoso método que incluye lavar autos y pintar vallas, Miyagi le enseña lo que es la disciplina. Entre ellos nace una amistad que oscila entre el amor fraterno y el paternal, ya que por un lado Daniel no cuenta con un padre y Miyagi a causa de la guerra perdió a su familia. Continua la historia de confusiones amorosas con Ali, anécdotas cómicas y una alta dosis de sentimentalismo filmados por el director John G. Avildsen, como si de un videoclip se tratara. Las enseñanzas poco ortodoxas de Miyagi dan como resultado una técnica absurda, la cual ni siquiera veremos en los combates posteriores, salvo aquella posee legendaria de la grulla. Insisto, al espectador poco parecía importarle.
Llega el día en que Daniel tiene la oportunidad de vengar su honra, demostrar que con tenacidad y esfuerzo se puede conseguir lo que uno quiere y como citaba un antiguo anuncio de Charles Atlas “dejar de ser un alfeñique para convertirse en un hombre de verdad”.
Como pueden notar queridos lectores, el argumento es de una simpleza impresionante. No existen las vueltas de tuerca. El único personaje que tiene profundidad psicológica y eso ya es un decir, es Miyagi, papel por el cual Noriyuki “Pat” Morita fue nominado al premio Oscar como mejor actor de reparto.
No es una casualidad que Karate Kid guarde similitudes con la primera entrega de Rocky, siendo que ambas fueron dirigidas por John G. Avildsen, ganador del Oscar y hábil artesano de cintas aleccionadoras. En las dos, los protagonistas tienen ascendencia italiana, provienen de barrios bajos, encuentran en sus entrenadores la figura paterna que los impulsa a crecer y al final a pesar de los pronósticos en contra demuestran de qué están hechos.
Karate Kid fue protagonizada por Ralph Macchio, quien en aquellos ayeres contaba con 23 años personificando a un jovencito de 17 (común era que los adolescentes fueran interpretados por adultos), el ya citado Pat Morita y Elizabeth Shue. Siendo precisamente la rubia actriz quien consiguiera continuar con una carrera más o menos regular destacando su rol de profesionista de la soledad en Adiós a las Vegas.
El éxito propició que se realizaran tres secuelas. Siendo la segunda parte la más afortunada. La tercera digna de olvidarse con un Daniel San ya pasado de tamales y, una cuarta ya sin la participación de Ralph Macchio, presentando a una joven Hillary Swank (¿Pueden creerlo? La misma Hillary de Golpes del destino y Los muchachos no lloran) un verdadero bodrio.