The Apprentice: El ala de un demonio, el volar del otro.

Llevar a cabo una película biográfica tiene siempre sus complicaciones, atravesará las críticas inevitables de si los hechos retratados ahí son puramente reales, o hay en ellos elementos que fueron inventados o exacerbados para hacerla más llamativa o escandalosa. Sin embargo, en ocasiones ayuda mucho conocer al protagonista en cuestión para darnos cuenta de que, por más ficción que se halle en la trama, la esencia del personaje ha sido bien representada.

The Apprentice es el relato de un joven Donald Trump (Sebastian Stan) que, a partir de pretender evadir una demanda al negocio de su padre, se relaciona con el prominente abogado Roy Cohn (Jeremy Strong). Durante los años venideros, observaremos cómo éste se vuelve su mentor, mientras Donald aprende sus trucos y traza su camino de poder y egolatría. Llegará el día en que los papeles se inviertan, y vislumbraremos en cada uno sus lecciones, sus errores, y el irreparable daño que le provocaron al sistema legal estadounidense.

El contexto sobre el que se construye The Apprentice es provisto por el periodista Gabriel Sherman, quien fuera el cronista de la carrera presidencial de Trump del 2016 para la revista Vanity Fair, y que en esta cinta funge como único guionista. Después de convivir con las personas allegadas al magnate y distinguir de cerca sus declaraciones y estrategias, Sherman descubre la importancia de Cohn y su legado, decidiendo así elaborar un libreto que plasme la naturaleza de este turbio equipo. Entra entonces al proyecto el cineasta iraní Ali Abbasi, quien ya se ha cincelado un renombre con tres destacados largometrajes, para dirigirlo con su consabida mirada honesta y humana. Es ésta la que elige eliminar la sordidez y la concupiscencia propias del expresidente, para revelarnos a un muchacho impresionado con la esfera social y política de Nueva York en los 70’s, ávido de conocimiento y aprobación. Es en los 80’s que la cámara cambia su enfoque, y desnuda la desfachatez de un ser embriagado de superioridad, dispuesto  a todo con tal de salirse con la suya y aumentar su imperio.

Por supuesto, no era nada sencillo que un actor pudiera mostrar estas aristas exitosamente en The Apprentice, sobre todo si consideramos el hecho de que hemos visto al republicano hasta en la sopa desde hace demasiado tiempo, pero Sebastian Stan logra mimetizarse con la reconocida figura gracias al exhaustivo estudio de sus movimientos, sus muecas y forma de hablar. Cambiando su físico con sándwiches de mermelada y crema de cacahuate, además de litros de refresco de cola, el rumano consigue embelesar con su parecido extremo, llevándonos a empatizar con sus momentos de alegría, de furia y de duelo. Jeremy Strong, por su parte, encarna también a Roy Cohn de manera brillante. Transforma su vocalización y gesticula como aquel despiadado que tomará a Trump bajo su ala en aras de crear una supremacía que conviniera a ambos. Atestiguar su gradual decadencia, la que le despoja del engreimiento y lo aterriza como mortal, es igual de fascinante para el espectador.

Estrenada en el Festival Internacional de Cine de Cannes 2024, donde compitió por la Palma de Oro, The Apprentice es una hechura elegante que rezuma valentía y veracidad. Abbasi y Sherman conjuntan fortalezas para platicarnos que ese monstruo que hoy busca ser reelecto alguna vez fue un hombre común, con miedos y anhelos, incluso con amor y adoración para la mujer que le robó el corazón. Es hipnotizante ver cómo su ruina moral va de la mano con la flagrante y desmedida corrupción de un país que se precia de ser el más notable mientras busca ocultar sus restos de basura bajo la alfombra. Sobra decir que el mandatario ha intentado boicotear su exhibición y distribución por medio de amenazas e intimidación, lo que para nosotros como audiencia debería significar la mayor motivación para correr a las salas a verla: Con las elecciones gringas a punto de suceder, nunca está demás repensar dónde se esconden los demonios.

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Acerca del autor

Ale Vega    

Fan del cine, la lectura y el fútbol, y siempre a favor de las propuestas que incomoden y cuestionen. Fiel creyente de que el arte no debería calificarse con estrellitas ni medirse a través de la taquilla. Todo lo vivo como un tiro al travesaño.


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