The Quiet Girl: El hogar es un corazón abierto

Entre las cinco nominadas al pasado Oscar como Mejor Película Internacional, probablemente la menos señalada de la terna era ‘The Quiet Girl’. Quizá tenía que ver con su nacionalidad, o el hecho de que era una ópera prima, la sencillez de su trama, o tal vez con que los actores no poseían un gran nivel de fama, por lo que su nombre se quedó un tanto endeble ante dramas bélicos, de amistad e históricos.

Sin embargo, su mérito no era para nada menor: ‘The Quiet Girl’ es la primera película de manufactura irlandesa que llega a estas instancias de la premiación. Le añade valor si consideramos que su guion fue escrito en su mayoría en irlandés (lengua que se encuentra prácticamente en peligro de extinción), y que se ha vuelto la cinta más taquillera en la historia de su país.

La sinopsis de este largometraje es en esencia bastante escueta: Cáit (Cathrine Clinch) es una niña de nueve años a quien sus padres envían, debido al próximo nacimiento de un hermano más, a vivir durante el verano con Eibhlín (Carrie Crowley), una prima lejana de su mamá. En esta estancia, Cáit descubrirá una vida nueva gracias al cariño proporcionado por Eibhlín y su marido Seán (Andrew Bennett), quien en un principio se nota reacio al acercamiento, pero que eventualmente apreciará la singularidad de la jovencita. Los tres resignificarán entonces su concepto de Casa.

Como se mencionó, el tema de ‘The Quiet Girl’ suena simple. Afortunadamente, eso hace que la riqueza verdadera del filme no recaiga en exageraciones o intrincados, sino en su hechura, con todas las aristas que la conforman. Uno de los mayores aciertos de su director, el dublinés Colm Bairéad, es el elenco que elige para protagonizar. Carrie Crowley transmite de inmediato cariño y respeto a Cáit, y Andrew Bennet, aunque parco y severo en su comportamiento, emana confianza y cálida firmeza, algo necesario en la tambaleante existencia de Cáit. Sin embargo, es ella el personaje más deslumbrante de la cinta: Dado que sus diálogos son breves, lo que proporciona y comprendemos de su papel trasluce a través de su mirada, sus delicados movimientos, los gestos apenas visibles. No se requiere muchas palabras ni demasiadas explicaciones, basta con contarlo desde su contemplación.

Y es que la perspectiva de ‘The Quiet Girl’ es justo lo que aprecia en el entendimiento infantil. La cinematografía de Kate McCullough nos muestra vistas hacia arriba, donde el viento corre entre los árboles y el cielo cubre los largos campos de la granja. El entorno desprende una tranquilidad a la que la pequeña no está acostumbrada, y un silencio que hace juego con su propia calma, al mismo tiempo que le permite reconocerse y, paso a paso, crecer. De pronto, hacerse invisible, como tenía que ser frente a su alcohólico padre y su hastiada madre, ya no funciona: Se observa más fuerte, más libre, más feliz.

Basada en la novela ‘Forest’ del 2010, escrita por Claire Keegan, ‘The Quiet Girl’ no nos habla sólo de padres o hijos, nos cuenta también del duelo, la melancolía, el temor y la belleza. Nos quita aquel estigma tan católico (religión predominante en tierras gaélicas) de que la familia es lo único importante, y nos lleva a reformular la concepción de los lazos y el amor que los construye. Diferenciar quiénes somos cuando habitamos un lugar en el que no nos aprecian, y la enorme transformación que puede suceder cuando nos reciben con el corazón abierto. Hasta el detalle más ínfimo habla por sí sólo, y nos indica el camino a nuestro hogar.

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Acerca del autor

Ale Vega    

Fan del cine, la lectura y el fútbol, y siempre a favor de las propuestas que incomoden y cuestionen. Fiel creyente de que el arte no debería calificarse con estrellitas ni medirse a través de la taquilla. Todo lo vivo como un tiro al travesaño.


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