VICE nos quiere ver la cara de estúpidas

La séptima película del director estadounidense Adam McKay es muy similar a su último filme: basada en hechos reales, y mezclando un humor negro muy ácido con edición ágil, busca hacer un comentario sobre la historia reciente de Estados Unidos y sus catastróficas consecuencias. Si en The Big Short nos explicó las acciones que llevaron a la crisis económica del 2008 y el inicio de la Gran Recesión, con Vice busca que entendamos quién es uno de los personajes claves de la política gringa que, al igual que otro infame secretario de Estado, moldeó al país más poderoso del mundo para hacerlo una pesadilla: Dick Cheney. Ver esta película es como presenciar un terrible accidente en cámara lenta, que sería maravillosamente terrible de no ser porque sus finales (sí, hay dos escenas finales, no se levanten de sus asientos) terminan queriéndonos ver la cara de estúpidas*.

Protagonizada por Christian Bale, Amy Adams, Steve Carrell, Jesse Plemons, Allison Pill y Sam Rockwell, el filme abarca alrededor de 50 años en la historia estadounidense, empezando por presentarnos a Dick y Lynne Cheney cuando eran jóvenes, antes de casarse, y termina poco después del 2013. El filme explora la vida de Cheney y sus relaciones con sus aliados, en particular con el caótico Donald Rumsfield y con quien sería el presidente número 43°, así como la relación que tiene con su esposa e hijas. El título de la película funciona como juego de palabra en inglés: vice en relación al título de vicepresidente, pero también como la palabra vicio. Vicio al poder absoluto y desmedido que se podría obtener en Washington sobre políticas nacionales e internacionales, sin un ápice de ética o moral alguna, y que corrompe y deja al corazón podrido e inservible.

Parte del encanto del guión de McKay es que no titubea al mostrar los lados más crueles y fríos de los gobiernos de Washington, mostrando crisis humanitarias provocadas por la política exterior gringa con un tono casual y nihilista. Desde la destrucción de Camboya hasta la creación del grupo terrorista ISIS, pasando por la crisis en la frontera y los rutinarios abusos y tortura en Abu Ghraib y Guantánamo, McKay hace un breve recuento de los horrores de la política exterior estadounidense y las catastróficas decisiones de política interna, y presenta nombre y cara de los responsables. Es una interesante forma de denuncia a gobiernos pasados que llega quizás demasiado tarde; bajo la administración estadounidense actual, pasará sin consecuencia alguna, y no faltará el cínico que diga que esos son los “valores” a los que el Partido Republicano debería volver (mucha gente que apoyaba y trabajó en gobierno durante los dos períodos de Bush repudian y rechazan a Trump y sus lacayos). En lugar de profundizar en la mentalidad y motivaciones de las figuras presentadas, hace que su caracterización recaiga por completo en las actuaciones de los actores, y no da respuestas claras ni sencillas porque, pues, eso requiere un mayor trabajo de análisis y crítica que McKay no está dispuesto a hacer.

Christian Bale, quien adora transformarse físicamente para películas, hace una sobria y terrorífica interpretación de Cheney, mientras que Sam Rockwell hace la mejor personificación de su vida como el hijo mayor del patriarca Bush. Allison Pill demuestra, una vez más, que es una de las actrices jóvenes más prometedoras, y Jesse Plemons tiene un papel crucial como guía y narrador. Empero, Amy Adams es la verdadera estrella de la película: con furia contenida y una fría determinación, marca el paso del filme y realiza una interpretación extraordinaria. Al igual que en The Big Short, hay breves cameos, tanto de figuras políticas como de actores en papeles menores, para explicar cuestiones y términos complejos de tal forma que se pueda entender mejor. La edición ágil de Hank Corwin nos mantiene al borde del asiento, y la dirección de McKay mantiene un delicado balance entre el humor negro, necesario para lidiar con temas y eventos tan oscuros, y el drama.

Cruda y cargada, Vice demuestra la facilidad con la que personajes de la política estadounidense se aprovechan de los vacíos legales y las interpretaciones de la ley para beneficiarse a largo plazo política y económicamente mientras arruinan el futuro. Con excelentes actuaciones y una buena edición, es la película incómoda con el gobierno estadounidense pasado que, al igual que su predecesora, busca revelar información terrorífica de conocimiento público de la forma más entretenida posible, haciendo una sátira del mismo nivel que algunos sketches de SNL pero sin llegar a hacer una crítica sustancial sobre las figuras que presenta.

*Ahora, va la explicación de por qué cito este meme. Esto será un comentario sobre la escena post-créditos, por lo que si no la han visto y no se quieren enterar, dejen de leer en este momento.

Aún si la escena final nos presenta la opinión del director sobre Cheney, que hasta cierto punto refuerza el tema del filme, la escena post-créditos me parece aún más reveladora. Si el personaje de Kurt era el hombre blanco estadounidense común, un everyday man del siglo XXI, en otra escena nos presenta a un focus group para probar ideas. Al regresar al focus group, una vez concluida la película, nos hace ver que la audiencia se debe ver representada y reflejada en ese grupo, por un lado polarizados políticamente y por otro completamente apáticos, interesadas más en el siguiente blockbuster que en política nacional. Esto es una visión terrible y, hasta cierto grado, insultante: al poner esta escena poco después del final, McKay asume que es culpa de la audiencia, de la población estadounidense en general, que monstruos como Cheney lleguen al poder y destrocen al país y al resto del mundo. Sí, son personas terribles, pero si llegaron ahí fue porque quienes los votaron (aún si ganaron por fraude electoral, como Bush en el 2000) son ignorantes y no les importa nada. Es su segunda película enfocada en cómo las instituciones y sistemas políticos y económicos destruyen a los ciudadanos comunes -sobre explotados y mal informados- mientras enriquecen y empoderan a hombres hambrientos de poder político y económico, con un comentario final innecesario que repudia al ciudadano común y sostiene que es necesario mucho trabajo individual para cambiar el presente, aún cuando estas cuestiones son estructurales. Si esta escena incomodó en Estados Unidos –y muchos críticos de cine hablaron sobre ello-, visto desde afuera es aún más terrible, ya que deja un sentimiento de impotencia imposible de ahogar que ellos, por cierto, no se aguantan cuando ven una crisis nacional fuera de sus fronteras que podría traerles más petróleo. En fin.

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Acerca del autor

Oraleia    

Snob pretenciosa en recuperación, punk de gustos refinados y valemadrista con corazón. Crítica de cine.


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